Les juro que no lo digo por hacerme el señorito, pero nunca cojo el metro. Como vivo en el centro de la ciudad, voy andando a todas partes. Y si tengo que desplazarme a una distancia considerable, cojo un taxi (si es que Tito Álvarez, el carismático líder de Elite Taxi no ha puesto en marcha alguna de sus tácticas para amargarnos la vida a los usuarios).
No sé por qué, pero nunca me he llevado bien con el metro de mi ciudad (tampoco sé por qué, con el de Nueva York llegué a estar francamente familiarizado, sobre todo cuando vivía en Williamsburg, Brooklyn, y no digo esto para unir a lo del señorito lo del snob), aunque mantengo una relación cordial con los Ferrocarriles de Catalunya desde los ya lejanos tiempos en que recurría a ellos para ir a Bellaterra, en cuya universidad hacía como que estudiaba periodismo (ahora los tomo para ir a ver a mi psiquiatra).
Las noticias que leo últimamente en este y otros diarios sobre el metro de Barcelona me están quitando las pocas ganas que pudiera tener de aventurarme en nuestro querido suburbano.
Por lo que leo, la cosa es infernal: manadas de grafiteros convencidos de que enguarrar el metro es un derecho constitucional, peleas a navajazos entre gente que debería haber sido encerrada o deportada hace años, ataques a los pobres vigilantes, que se juegan la vida por un ridículo sueldo de 1.300 euros brutos al mes (a uno le sacaron un ojo hace unos días y el atacante fue detenido y puesto inmediatamente en libertad, pues parece que, en nuestra querida ciudad, dejar tuerto a alguien es un delito menor).
Cualquier atisbo de autoridad parece haber pasado a mejor vida bajo tierra (además del contingente violento hay que citar también a los manteros, que no hacen daño a nadie, pero le dan un tono Calcuta a nuestra ciudad que ya les vale), y quien toma el metro hoy día en Barcelona parece hacerlo a su propio riesgo, que es lo que pasaba, por cierto, en Nueva York la primera vez que estuve, en 1980, cuando el subway, además de sucio y grafiteado, estaba poblado por una infinidad de sujetos dados a una conducta discutible.
La ciudad, arruinada, se caía a trozos, cierto. Y el metro no era una excepción. Parecía haberse convertido en el hábitat de borrachos gritones, drogadictos imprevisibles y sujetos violentos en general. Que es lo que parece que es ahora el metro de Barcelona, donde no contamos con la excusa de que la ciudad está en la ruina.
No sé cómo hemos llegado a este sindiós (intuyo que la administración Colau no contribuyó a mejorar las cosas), pero que el metro se convierta en fuente de todo tipo de noticias preocupantes debería interpelar a nuestras autoridades un poco más de lo que lo hace hasta ahora.
Y me había olvidado de ladrones y carteristas, detenidos cien veces y cien veces puestos en libertad. ¿Qué hay que hacer en Barcelona para que te envíen al talego si no lo consigues ni dejando tuerto a un vigilante del metro?
Parece que ahora se va a permitir al personal de seguridad usar aerosoles de gas pimienta, y puede que pistolas Taser, pero ambas medidas llegan demasiado tarde para todos ellos en general y para el que ha perdido un ojo en particular.
La situación, además, aconseja ir más allá de Securitas y demás e involucrar a la Guardia Urbana, los Mossos d´Esquadra o la policía nacional, aunque salgan los comunes y los de la CUP a quejarse de que vivimos en un estado policial (o una autonomía, pero ustedes ya me entienden).
He estado en ciudades extranjeras en las que la presencia policial en el metro es vista por los ciudadanos como una bendición, aunque a veces los maderos lleven unos perrazos que dan un poco de miedo. Aquí parece un tema tabú, y cada vez que la policía cumple con su trabajo, nunca falta quien los acusa de carniceros, sobre todo en las desokupaciones (en Barcelona, capital española y puede que europea de la okupación) aún quedan veintiún edificios municipales ocupados que, por motivos que nadie entiende, no se desokupan jamás.
Alguien debería explicar a nuestros políticos locales que una cosa es una ciudad amable y tolerante y otra es Can Pixa i rellisca.