Es discutible. La decisión de Jaume Collboni, ¿la podrían haber tomado los comunes? El argumento que se podría exhibir sería similar. Porque el Ayuntamiento de Barcelona ha comprado la Casa Orsola en colaboración con la Fundación Habitat 3. Lo que se denomina como colaboración público-social.
Los comunes han sido unos forofos de esa fórmula. Otra cosa es que tuvieran la habilidad, la cintura y el sentido de la oportunidad cuando gobernaban la ciudad que ha tenido ahora Collboni.
La cuestión es que si hay voluntad política se pueden hacer cosas en muchos ámbitos. Eso lo ha demostrado el alcalde socialista, pero, ¿qué se resuelve con la Casa Orsola?
Para empezar, los vecinos pueden respirar. No habrá desahucios. Y el consistorio ha comprado un inmueble un 30% por debajo del valor de mercado. No es una mala operación.
¿Puede hacerlo en el futuro inmediato con otros edificios? Es evidente que no. Ni puede ni quiere hacerlo Collboni, ni está en el horizonte de un ayuntamiento que se mueve en un territorio donde prevalece la ley del mercado. Entonces, ¿qué decisión ha tomado?
Un cambio de dirección. Una posición firme. El Ayuntamiento de Barcelona, hoy, señala que ese mercado debe tener algunas limitaciones. Una coerción, dirán los liberales, o, mejor dicho, los libertarios.
Las coerciones, sí, son necesarias precisamente para que el mercado pueda funcionar con cierta equidad. Lo ha defendido de forma brillante Timothy Snyder en un libro que será una referencia: Sobre la libertad. Y que, desde el ámbito económico, suscribe también Joseph Stiglitz, en su reciente obra Camino de libertad. Los tiempos son contradictorios, pero esa corriente filosófico-política-económica tiene su peso.
Las cuestiones que quedan en el aire, claro, son muchas. Un ejemplo: si el inmueble se compra para poder ayudar a los más vulnerables, los que se han quejado del fondo inversor que compró la Casa Orsola deberían ser los primeros en dejar las viviendas.
¿Pueden o no pueden pagar un alquiler en una zona tensionada, --y tan deseada como el Eixample-- con los límites que ha marcado el Govern de la Generalitat? Si pueden hacerlo, no deberían seguir en el edificio.
La decisión de Collboni, por tanto, tiene esa doble lectura: marca una posición, para señalar que se ocupará de la vivienda, que no desea que el mercado tome la última palabra expulsando a todos aquellos que no puedan competir, y da un golpe político en la mesa.
Lo que está en juego en Barcelona es la posibilidad de que haya o no un gobierno estable, con una mayoría suficiente.
Collboni no la tiene. Pero sabe que la puede tener si logra un apoyo suficiente de parte de esos vecinos de Barcelona que se inclinaron en los últimos años por los comunes. El PSC necesita una parte de la bolsa de los comunes –que obtuvieron nueve concejales, por los diez socialistas—para erigirse en las próximas elecciones con claridad como ganador, con 13 o 14 regidores.
Sólo desde esa posición podrá tener socios válidos para gobernar con solvencia.
El golpe ahora es claro: compra la Casa Orsola, en colaboración con una entidad del tercer sector. Para los desahucios, busca soluciones, con promociones urbanísticas en distintos puntos de la ciudad que ya están en marcha. Entra en el campo de los comunes, que insisten en una fórmula que no funcionó y que ha sido descartada por el PSC, la reserva pública del 30% en las nuevas construcciones.
Sin embargo, no se vislumbra una solución global tras esa decisión de Collboni. Queda mucho por hacer. Son años y años en los que los propios ayuntamientos miraron para otro lado, años en los que se consideró que el mercado era muy sabio, y que no era necesaria una intervención pública.
El Ayuntamiento no puede hacerlo sólo. Está claro. Necesita al Govern de la Generalitat y a las administraciones supramunicipales, como el AMB. Y también parece claro que el PSC –hoy—no tiene la fuerza suficiente en Barcelona para sacar adelante, por ejemplo, una alternativa a esa reserva del 30%.
¿La pactaría con Junts, tras dejar claro que se ha distanciado de los comunes?
Al mismo tiempo, y esa es la gran paradoja, Collboni ha buscado una fórmula para la Casa Orsola que los propios comunes hubieran adoptado. El problema para ellos es que pasó su tiempo.