Va pasando el tiempo y seguimos sin saber a qué atenernos con la posible construcción de un complejo de ocio en Tarragona a cargo de los mandamases del Hard Rock Café. Los comunes y la CUP están desde hace meses por la labor de prohibirlo, y ahora se han rebotado contra el gobierno de Salvador Illa porque, según ellos, no habla claro del asunto y está convirtiendo la cosa en una especie de casino de Schrödinger, que existe y no existe a la vez.

Se habló de permitir la edificación, pero pegándole al Hard Rock, en concepto de indemnización por posibles daños al territorio, un sablazo millonario, dado que la prohibición total del asunto obligaría al gobiernillo a soltarle una morterada de pasta a los americanos que, francamente, no saldría nada a cuenta. Pero, en estos momentos, no se sabe si el Hard Rock va a ser eliminado del mapa o sableado convenientemente, que sus responsables ya recuperarán la pasta en las máquinas tragaperras y las mesas de tapete verde.

Aunque no soy un hombre dado a la ludopatía (estuve en Las Vegas y no me dejé ni un dólar en los casinos), no acabo de entender la obsesión de comunes y cupaires por impedir la erección, con perdón, de un supercomplejo dedicado al juego y al ocio en general cerca de Salou.

Intuyo que se trata de algún tipo de arrebato bolchevique (y moralista) contra lo que consideran una clara muestra de capitalismo galopante, un antro de perdición al que la gente acude para envilecerse en las mesas de póker y en las máquinas tragaperras, jugándose un dinero que no tiene y propulsándose a la ruina junto a sus desdichadas familias. Y es que la cosa, en mi opinión, no deja de ser una variante (con mala fama) de Port Aventura.

Es decir, un sitio en el que ir a hacer el ganso, tirar un poco de dinero y hacerte la ilusión durante unos pocos días de que estás en Sin City (La ciudad del pecado), que es como conocen los norteamericanos a Las Vegas (por cierto, ¿cómo se puede bautizar así un sitio que está en medio de un desierto?).

Caso de que el Hard Rock se salga con la suya, yo no pienso poner los pies en su casino en la vida. Pero no me molesta ni me indigna que se construya. Aunque suene a tópico, el Hard Rock crearía puestos de trabajo y aportaría monises a la zona. Por eso creo que el proyecto se acabará llevando a cabo con la bendición de Salvador Illa, quien ya les ha recordado a los enemigos del casino que el PSC pilla más votos en Tarragona que la CUP y los comunes.

Pero la CUP y los comunes son muy de obcecarse con un tema, de morder y no soltar, como si el casino de marras fuese de una importancia fundamental para la Catalunya del futuro.

La empresa responsable, por cierto, no puede ser acusada de falta de paciencia: primero se les dijo que adelante, luego que echaran el freno, después que apoquinaran indemnizaciones o que la Generalitat los indemnizaría a ellos…

Vamos, que yo ya me hubiera ido con el casino a otra parte, aunque lo suyo no tenga nada que ver con la filantropía o el amor a Catalunya, sino con una oportunidad de negocio que deben tener clarísima. Ahí siguen los jefazos del Hard Rock. Con los comunes y la CUP diciéndoles que se vayan a tomar por saco e Illa diciéndoles no se sabe exactamente qué.

Y así va pasando el tiempo sin que se sepa en qué dirección van las cosas. Yo estoy a favor de que se construya el casino de las narices y que quien quiera arruinarse pueda visitarlo cuando le apetezca. Tampoco me parecería mal que se sometiera a referéndum la pertinencia, o no, de la construcción del Hard Rock, aunque no sé si en toda Catalunya o solo en Tarragona.

Y si lo quieren prohibir los políticos, que se pongan de acuerdo de una vez y lo prohíban. Cualquier cosa es preferible a este espectáculo cansino e interminable en torno a algo tan banal como un complejo lúdico en el que la gente se juega los cuartos y se infla a copazos. Y aprovecho para recordarles a comunes y cupaires que el capitalismo, con o sin Hard Rock, para bien o para mal, hace mucho tiempo que se ha salido con la suya.