Papelería Hija de J. Batlle. Via Laietana, 106 años. Papelería Conesa. Petritxol, 75 años. Papelería Navarro. Zona Franca, 70 años. Papelería Buñuel. Granolllers, 62 años… Todas recién cerradas. Como más de 3.500 en toda España.
Lo más inolvidable de una papelería era y es el olor a papel. Después, lápices, bolígrafos, cuadernos, material escolar y de oficina, plastilina… Y su teoría y práctica del orden. Cada cosa en un sitio y un sitio para cada cosa. Con método y armonía.
Estanterías, cajones y mostradores en perfecto equilibrio. Como las ferreterías, con miles de clavos, tornillos, herramientas… Con vendedores que lo encontraban todo y aconsejaban al cliente profano y al profesional. Bricolaje, se dice ahora.
O como las mercerías, también llamadas casas de betes i fils… Establecimientos que se pierden. Viejas catedrales del orden y confesionarios de todas las necesidades cotidianas. Para adultos y críos, con el encanto de las pequeñas cosas.
Las papelerías remiten a la infancia perdida. Por sus aromas, colores, el tacto y textura de cada papel, la ilusión de un bolígrafo nuevo y un sacapuntas. Cosas y palabras perdidas en la vida digital. ¿Quién sabe ya qué es el papel perjurado?.
También amino de desaparecer, objetos y vocablos del oficio: moja dedos, esponjero, mojasellos, humedecedor de dedos, dediles. O el papel de manila marrón de las panaderías, cuyas hojas había que separar a dedo mojado. ¿Recuerda usted?
Se jubilan los profesionales del oficio. Lo abandonan sus descendientes. Suben los alquileres y los impuestos. Sucumben las papelerías ante bazares, grandes superficies, franquicias, internet, el low cost y la nueva pobreza.
“Elogio a las papelerías de barrio” es el título de un reportaje de la revista digital La papelería.es. Dirigida a profesionales y empresas del sector de papelería y oficina, sus textos dedicados a la reflexión son válidos para la sociología sentimental.
“La papelería de barrio cumple el mismo papel que el colmado o la charcutería: ser un comercio de proximidad que proporciona productos y servicios esenciales para los vecinos”, compara el autor de la reflexión.
Dispuestas a sobrevivir, han multiplicado sus ofertas a base de fotocopiadoras, impresoras, encuadernaciones, material informático y otros trabajos más baratos que hacérselo en casa. Más humano que consultar una web.
Se dice y repite aunque no sirve para nada. Las papelerías de toda la vida, igual que otros viejos comercios de pueblos y barrios son servicios que animan la vida cotidiana, conservan la tradición y crean comunidad.
No como en demasiadas calles decadentes con escaparates tapados y carteles de se vende, se alquila, se traspasa, disponible… Sin ni un alma paseando. Menos aún, comprando.
Si de verdad se quisiera humanizar la vida de pueblos y barrios, habría que ayudar al comercio cercano. Con dependientes preparados, de trato amable y amantes de su trabajo, que consiste en poner orden en un aparente caos.
A pesar de los pesares, quedan el consuelo de su memoria y sus olores. Y Barcelona tiene la papelería más grande y más bella de Europa en la calle Comtal.