Dos cosas (entre muchas otras) que recuerdo de Nueva York:
1/ La policía solía patrullar en parejas por las calles de la ciudad.
2/ El número de agentes en las estaciones de tren y de metro era notable, pues alguien se había percatado de que eran los lugares favoritos de los mangantes locales.
En Barcelona, la presencia policial en calles y estaciones brilla por su ausencia. Motivo por el que pasan cosas como ésta: una mujer que había detectado la presencia de carteristas en la estación de Sants fue agredida por uno de ellos, que le atizó tal golpe con un teléfono móvil (¿robado?) que le abrió la cabeza. Su compañero se llevó un puñetazo.
Evidentemente, no había ni un poli a la vista. Y cuando los agredidos recurrieron a los vigilantes de la estación (que tampoco estaban donde tendrían que estar), estos les dijeron que no pensaban llamar a los Mossos d'Esquadra y que el leñazo en la frente tampoco era para tanto, así que, ¿para qué llamar a la ambulancia? Finalmente, aparecieron unos y otra y se llevaron a la pobre chica al hospital.
Cualquiera que frecuente la estación de Sants (como yo, por motivos que les ahorraré), se habrá percatado de la presencia, nutrida y alarmante, de tipos de aspecto patibulario que revisan las papeleras, piden tabaco y dinero y parecen haber encontrado en ella un hábitat muy agradable. Evidentemente, nunca hay un poli a la vista.
Y afortunadamente, parecen haber entendido que el interior de la estación es una zona off limits, ajena, en la que no se les ha perdido nada. Todos salvo algunos emprendedores que continúan en el interior con su búsqueda de dinero y cigarrillos…
Ya sé que todo esto es pecata minuta comparado con las noticias que leemos cada día de un zumbado sin camiseta blandiendo un cuchillo de notables dimensiones, de alguien cosido a tiros en plena calle, de peleas a machetazos en callejones barceloneses… Pero todo junto da la impresión de que algo no acaba de funcionar en la seguridad de esta ciudad.
Cuando se detiene a alguien, se oculta deliberadamente su etnia o nacionalidad. Supongo que, para evitar acusaciones de racismo, algo normal en una ciudad que, cuando sufre un atentado islamista, lo primero que hacen sus mandamases es prevenirnos contra los males de la islamofobia. Espero, por lo menos, que, ya que se ocultan esos datos, se tomen en cuenta de puertas para adentro.
Y que, si tenemos un problema con determinados orígenes geográficos (Rumanía y Marruecos, por ejemplo), se tomen medidas con los procedentes de determinados sitios (lo que se hace hasta ahora es esconder la porquería debajo de la alfombra, en aras de un presunto multiculturalismo suicida).
No sé si hay suficientes Mossos d´Esquadra. O si se distribuyen bien los efectivos. Pero la sensación de inseguridad se extiende y no es de recibo, como han hecho algunos políticos, asegurar que Barcelona es una ciudad segurísima y que lo que pasa es que la población tiene muchas manías.
Si la población tiene esa impresión es porque, probablemente, hay algo que no funciona. Y comprar pistolas taser con cuentagotas no lo va a solucionar.
La policía, además de actuar, debe ser vista, a efectos disuasorios. Y en Barcelona no se la ve por ninguna parte.