Cada día tiene su afán y cada espacio su uso. Al menos en la ciudad de Barcelona. Las aceras son para los peatones; las calzadas, para los coches; las zonas de juego, para los niños; los carriles-bus, para el transporte público; las viviendas, para sus propietarios o quienes ellos decidan. Y así hasta donde se quiera seguir. El problema empieza cuando no se respeta este reparto.

Casos concretos: la plaza del Sol de Baix ocupa parte de un antiguo solar que tiempo atrás se conocía como el campo de los galgos, en castellano, y camp dels gossos, en catalán. Es así porque hace muchos años hubo allí un canódromo. Ya derruido, la gran extensión sirvió a los muchachos del barrio como campo de fútbol o campos, porque el terreno era muy amplio y se jugaban diversos partidos a la vez.

Luego llegó la construcción y se comió la mayor parte, pero se salvó una zona. Hay allí un colegio, Lavinia, y delante un espacio, la plaza, puesto a salvo del tráfico y reservado para juegos de niños que pueden cruzar la calle de Figols porque se ha cortado al tráfico.

Lo utilizan cada día los alumnos de la escuela y muchas familias en los fines de semana. Ahora mismo, el centro de la plaza está en obras para adecentarlo un poco. Le hacía falta, porque el uso afecta a todo, incluidos los espacios abiertos.

Y si cuando terminan limpian un poco, ¡bingo!

Como tantas veces, hay un pero. Pese a los diversos carteles señalando que no debe haber perros sueltos, lo cierto es que estos animales campan a sus anchas, en abierta competencia con los niños. Y no llevan correa. Ni ellos, ni sus dueños.

Es frecuente que haya correteando por allí una decena de chuchos, la mayor parte, sueltos.

Los bichos, claro, responden a las leyes de la biología y sus dueños no siempre se sienten obligados a eliminar los restos. ¡Qué se los coman los niños! Deben de pensar algunos, porque, en su opinión, quienes verdaderamente sobran son las criaturas, cuyo vocerío acalla el de los canes.

El distrito -el concejal es David Escudé- no se siente obligado a hacer respetar el espacio reservado para los pequeños.Tampoco el reservado para peatones. No lejos de allí, también en Les Corts, hay un tramo comercial por el que deambulan miles de peatones: el trecho de la Diagonal, lado mar, que va desde unos grandes almacenes hasta la Illa. Es una acera ancha en la que se ha reservado diversos puntos para que aparquen las motos.

Pero no. Las motos, por supuesto, ocupan mucho más espacio del señalado para su aparcamiento y, además, los motoristas no se bajan de ellas para dejarlas sino que circulan por entre los peatones hasta encontrar el lugar que consideran oportuno. Reservado o no.Y allí la plantan.

Es frecuente, además, que haya coches y furgones parados o circulando. En el otro lado de la ciudad, la calle del Clot, tan agradable, muestra los destrozos causados por los vehículos que la utilizan. Desniveles de medio palmo.

¿Será casualidad que el concejal de la zona sea también David Escudé? ¿No camina nunca este hombre para conocer el estado de las vías?

Como en tantos espacios pensados para un uso, el abuso los degrada, de modo que esos pavimentos, proyectados para el peso de las personas, están resquebrajados, semihundidos, rotos aquí y allá, porque los vehículos pesan mucho más.

El caso más relevante es Pi i Margall, 13 millones de presupuesto y un millón más para reparaciones apenas un año después de su puesta en uso.

Y no son excepciones. En Barcelona se han convertido muchas calles en vías teóricamente peatonales, con acabados adaptados a esa función. Como nadie se ocupa de evitarlo, por ese tipo de enlosado circula cualquiera en cualquier vehículo. Los suelos se resienten y acaban resultando una amenaza para, precisamente, los peatones.

El infierno está empedrado de buenas intenciones, dicen que dijo Bernardo de Claraval. Traducido a Barcelona: en el Ayuntamiento hay buenas ideas que incluso se llevan a la práctica, pero que resultan un desastre por falta de atención y mantenimiento.