Alumnos realizando las PAU en una universidad de Barcelona
Minimalismo profesional
"Una de las consecuencias de la nueva realidad laboral de los jóvenes profesionales es que el promedio de permanencia en la misma empresa suele ser breve: en torno al año y medio"
En los últimos años ha aparecido un fenómeno laboral bautizado como minimalismo profesional que afecta, sobre todo, a la llamada Generación Zeta.
Jóvenes que han resituado la posición del trabajo en su escala de valores y han redefinido el contrato entre empresa y empleado. Para empezar, separan muy claramente la vida personal y dan preeminencia al tiempo libre.
No hacen ascos a los ascensos, aunque ponen más alto el listón de la recompensa.
Prefieren diversificar sus ingresos —ahora se dan las tasas más altas de pluriempleo de las últimas décadas— para ganar independencia y libertad.
Se trata de perfiles en los que no abunda la pereza ni la apatía, pero si el desapego al jefe. Tampoco traban relaciones personales profundas con sus colegas: sus intereses están en el espacio vital, lejos de la oficina.
Es un cambio provocado por distintos motivos. La preparación académica ya no garantiza una buena carrera profesional; el desencanto que produce la realidad del mundo empresarial; y sobre todo la presión que se exige a los profesionales, el burnout.
La generación joven es muy sensible al estrés, mucho más que sus hermanos mayores, lo que deriva en problemas de salud mental de los que ya se puede hablar.
Una de las consecuencias de esa realidad es que el promedio de permanencia en una empresa suele ser breve: en torno al año y medio, con lo que ello supone para las propias empresas. Entrevistas, selección, formación, un breve periodo de estabilidad y despedida; vuelta a empezar.
Los estudiosos relacionan el cambio de objetivos laborales con el impacto de la Covid-19 por lo que supuso de reclusión y aislamiento. A lo que se sumarían los efectos de la aplicación de la inteligencia artificial, que provoca súbitas reducciones de plantilla de difícil digestión.
También es verdad que hablamos de una generación educada en la diversidad, incluidos los modelos de familia; y en el valor de lo auténtico, signifique lo que signifique es palabra.
Han nacido con las pantallas y la digitalización, lo que les lleva a la búsqueda de resultados rápidos y a una escasa tolerancia a procesos largos sin recompensa. Y han sido educados con métodos en los que el profesor no ejerce de autoridad, sino de guía.
Los padres se han involucrado a fondo con su desarrollo personal, y a veces ejercen una sobreprotección evidente.
En las empresas siempre existe una autoridad y los resultados del esfuerzo no son necesariamente inmediatos. Es lo que se conoce como frustración, una sensación cuya tolerancia puede que esté bajo mínimos entre nuestra juventud.
Ya hay compañías de selección de personal especializadas en reeducar a los candidatos para que se adapten a la empresa que les contrata; y también forman a los contratantes para que sepan entender a sus fichajes. Empiezan a proliferar los negocios de coaching que facilitan el encaje de estos trabajadores en las plantillas y que educan a los jefes en la nueva realidad.
Y es que ciertos empresarios no acaban de entender a la gente joven que contratan. Están convencidos de que la gran rotación de sus plantillas, especialmente en los puestos técnicos y profesionales, no depende de los sueldos, que se produciría aunque los subieran.
Creen --o saben-- que vivimos un momento en el que todos estamos al día de nuestros derechos, pero que nadie se encarga de explicar que la moneda tiene otra cara, la de las obligaciones.