Ada Colau salvará el catalán. Según “su” Ayuntamiento, la lengua de Tirant lo Blanc corre peligro porque la mitad de la juventud barcelonesa ignora a Pompeu Fabra e incumple las normas académicas del Diccionari del Institut d’Estudis Catalans. Ante semejante apocalipsis lingüístico, el chiringuito del Consorci d’Educació de Barcelona y la sucursal de Podemos en el municipio no escatimarán en gastos e intervendrán “en la educación, las actividades de ocio, deporte, sanidad, empresa y el comercio”. Además, impulsarán los tradicionales Jocs Florals en digital y en betevé, y se inventan un Dia de la Llengua que se sumará a la moda de correr cada día por alguna cosa o causa. En su obsesión por controlarlo todo, ficharán “voluntarios lingüísticos”. Así, con la lengua como excusa, la comunada infiltra y enchufa a sus comisarios políticos y a sus adoctrinadores, que se añaden a los espías de la gestoría de la plaza de Sant Jaume que vigilan los patios de las escuelas y delatan al profesorado. 

Curiosamente, los datos indican que los barrios donde se habla menos catalán son los que dieron más votos a Colau y eran sus favoritos cuando prometía falsedades a los más desfavorecidos. Son Nou Barris, Ciutat Vella y Sant Andreu. Para más rabieta de los novísimos colauistas catalanistas, los barrios que hablan más catalán son Sarrià y Sant Gervasi, a los que detestan por ser el de mayor bienestar y rentas más altas. Camino de su amargo y desastrado final, la alcaldesa se ha disfrazado de paladina del catalán para ganar votos. Y ella, que tan laica y anticlerical dice ser, busca el apoyo de las Homilíes d’Organyà, del Rector de Vallfogona y de mosén Cinto Verdaguer. 

Según escribe el periodista Albert Soler, se trata de “politizar la lengua hasta la náusea... Y a fe que lo que consiguen es convertir el catalán en una lengua cada vez más residual, transformándola en antipática por el sencillo método de imponerla”. En opinión de Joaquín Romero, los podemitas municipales “porfían en el error de imponer una lengua a los ciudadanos libres. Parece claro que prefieren ignorar lo que enseña la experiencia, que un idioma no se puede decretar, que debe ser suficientemente atractivo, por la razón que sea, como para motivar a su práctica y aprendizaje". Y Quim Monzó añade que con la “formación para la lengua catalana en los entrenamientos de entrenadores/as de deportes y árbitros, ya me perdonarán, se me ha escapado la risa”.

Acostumbrada a caer antipática y a menospreciar las desastrosas consecuencias de sus caprichos, el nuevo fervor lingüístico de Colau es el de la antisistema que lleva dentro, y sus palabras se las lleva el viento porque son las de una desesperada que ve peligrar más su trono que el idioma. Su plan de belleza catalana en siete meses será otro fracaso y la rechifla de quienes hablan libremente y normalmente castellano, catalán y catañol. Con su ignorante fe de bolchevique, Colau se mete en un avispero que acabará fatal. Las causas serán los odios políticos entre sus guardianes de la lengua, los de Normalització Lingüística, los de Omnium Cultural, los de las plataformas por la lengua y los discípulos de la profesora Laura Borràs. También se pelearán y escindirán los puristas del àhduc y el ensems, los ortodoxos del libro de estilo del Nodo-3 y los adalibanes reformistas de la pampalluga de la cruïlla, que sustituirá al semáforo.