Amparito tiene diez años y ha pasado gran parte de su vida esclavizada. Su anterior dueño la obligaba a dar a luz a cachorros y luego los vendía de forma ilegal. Hace unos meses fue encontrada en un aparcamiento de camiones, embarazada por enésima vez, y la Guàrdia Urbana la llevó al Centro de Acogida de Animales de Compañía de Barcelona (CAACB). Rafa, uno de los cuidadores del centro, se llevó a casa a las siete crías para que no tuvieran que dar sus primeros pasos en una jaula y ya han sido adoptadas. Amparito no ha tenido tanta suerte a pesar de ser una perra encantadora.
Y como ella, unos 140 perros (y más de 90 gatos) aguardan su turno en el CAACB, que está hasta los topes. “El centro está al máximo de su capacidad y aunque hay adopciones regulares siempre llegan nuevos”, lamenta la jefa del departamento de Gestión y Protección de los Animales del Ayuntamiento de Barcelona, Anna Ortonoves, que transmite su pasión por los animales a cada frase que enlaza. “Cuando tienes una mascota en casa debes entender que es para toda su vida. Mucha gente no es consciente de que nuestros actos tienen una repercusión directa en el bienestar del animal”.
UN TRABAJO DEDICADO
Tanto Anna como el resto de trabajadores del CAACB son la verdadera alma de un centro que ha quedado obsoleto y que está pendiente de trasladarse a unas nuevas instalaciones (algo que podría ocurrir en 2019). Sobre sus espaldas recae la difícil tarea de hacer que cientos de animales lleven una vida digna en un lugar que está pensado para ser de paso y que en muchos casos no lo es. “Tenemos unos 60 perros que que están aquí desde hace más de un año y no los hemos podido dar en adopción”, dice. Se nota que, en cierta forma, cada perro que pasa un día de más en el centro es una pequeña derrota para ellos.
Lucy, Xena, Tom, Rem, Chico... Cada uno tiene su propia personalidad y Anna los conoce a (casi) todos. “Xena es un terremoto”, explica mientras la perra no deja de dar saltos y girar sobre sí misma moviendo el rabo. Llegó al centro en abril del año pasado. Su compañero de jaula, Byron, llegó un mes después y se han hecho inseparables, pero no han encontrado a alguien que los quiera adoptar. “La mayoría de los perros que hay aquí han sido abandonados”, señala Ortonoves. Los motivos para abandonar a un animal son variados y dependen de cada persona, pero la directora del centro los define con una palabra: “Irresponsabilidad”.
PERROS POTENCIALMENTE PELIGROSOS
Un caso que merece especial atención son los perros potencialmente peligrosos (PPP), es decir, todos aquellos perros que por su raza (o cruce) o sus características físicas pueden suponer un riesgo para las personas y cuya tenencia está muy regulada por ley. Entre ellos, el pitbull, el rottweiler o dogo argentino. Para Ortonoves, está calificación no está del todo justificada, ya que se pone el énfasis en la palabra “peligrosos” y no en “potencialmente”.
“Cualquier perro que no haya tenido una buena socialización tendrá problemas de conducta. Eso pasa con todos, no solo con los PPP. La agresividad es una reacción que viene determinada por estímulos externos”, sostiene. De hecho, un rottweiler que haya recibido una buena socialización durante las ocho primeras semanas de vida y luego viva en un entorno adecuado puede ser tan cariñoso como cualquier otro perro. “Evidentemente tenemos perros potencialmente peligrosos que no pueden convivir con otros perros, pero eso también pasa con cualquier raza. Hay una bulldog francesa majísima con la gente y que luego no puede estar con otros perros”.
RAZAS MUY REGULADAS
El gran problema que hay con este tipo de perros es que están muy regulados y eso dificulta tanto su tenencia (mucha gente los compra de forma ilegal y luego los abandona cuando se entera de que hace falta una licencia para tenerlos) como su adopción. “Tener un perro potencialmente peligroso es complicado: necesitas una licencia para su conducción y no todo el mundo está preparado porque son perros fuertes y enérgicos”, señala Ortonoves. Para obtener esa licencia hay que presentar un certificado de antecedentes penales, un test psicotécnico y una póliza de responsabilidad civil. Además, hay que renovarla cada cinco años.
“Eso desincentiva la adopción”, añade. En el CAACB siempre tienen entre 40 y 60 perros PPP. “No es tanto el trámite, que se puede hacer en una semana y pico, como la responsabilidad que debe tener el dueño y las limitaciones que hay para sacarlos a la calle”. Siempre tienen que llevar bozal y una correa que no sea extensible. Y nunca, “nunca”, insiste, los puedes dejar sueltos, ni siquiera en las áreas de recreo para perros. Por eso necesitan que el dueño tenga un jardín o un gran patio interior donde puedan correr y hacer ejercicio sin ataduras. Aunque no le gusta usar esta palabra, Ortonoves considera que estos perros son “invisibles” en el centro y su situación está cada vez más enquistada.
EL TRABAJO DE LOS VOLUNTARIOS
El CAACB cuenta con una bolsa de unos 150 voluntarios que cada semana acude al centro para sacar a pasear a los perros. “Normalmente cada perro sale una hora o una hora y media al día, pero no siempre es posible porque dependemos de los voluntarios”, reconoce Rafa. A veces, si ese día no han acudido suficientes voluntarios (la localización del centro, en la carretera de L'Arrabassada, no facilita la tarea), son los propios trabajadores los que los sacan a pasear, aunque no hay tiempo para todos. En esos casos, el CAACB cuenta con un pequeño patio en el que los perros pueden jugar y correr un poco, pero son conscientes de que serían mucho más felices fuera de allí, con una familia.