Lluís Bassat es un hombre polifacético, creativo y apasionado. Mundialmente conocido por su exitosa faceta como publicista, es además un apasionado del arte y una persona solidaria que, junto a su esposa Carmen, dirige la Fundación Carmen & Lluís Bassat. Su dedicación a los más necesitados nació hace ya muchos años en su primer viaje a India y se reforzó con la dedicación de su hijo menor a la medicina tropical y, en concreto, con un proyecto de lucha contra la malaria en Mozambique, donde fue destinado. Hace ya años que destina todos los recursos que generan sus charlas y clases a la fundación, que tiene como principales objetivos la ayuda a las personas necesitadas, la promoción del arte contemporáneo y la enseñanza de las técnicas de comunicación publicitaria.

Pero, por encima de todo, es un apasionado de su ciudad: Barcelona.

Responsable de las todavía recordadas ceremonias de las Olimpiadas de Barcelona 92, nos invita a recorrer con él uno de sus lugares favoritos de la ciudad: Las Ramblas.

Las Ramblas o La Rambla, depende de a quién se lo preguntes, son sin duda uno de los lugares que definen Barcelona y que atrae diariamente a miles de personas, barceloneses o de cualquier punto del planeta, que se sienten cautivados por esa avenida llena de vida y color.

Recorrer esta emblemática calle de la mano de Lluís es una experiencia única, un viaje en el tiempo que nos demuestra que esta calle tan nuestra ha sido y seguirá siendo un lugar casi mágico por cambios y reveses que sufra.

¿Por qué Las Ramblas, Lluís?

Hay un sinfín de lugares en Barcelona que me traen recuerdos, que me cautivan, que me encantan, pero me gustaría mucho hablar de las Ramblas. Siempre ha sido una calle que me ha entusiasmado, pero que ahora, después del terrible acto terrorista, es una calle que me hace reír y llorar, que me emociona profundamente, que he vuelto a pisar una y cien veces para intentar quitar de mi cabeza lo que pasó ahí.

¿Cuales son tus primeros recuerdos de Las Ramblas?

Mis primeros recuerdos de Las Ramblas son junto a mi padre. Bajábamos caminando desde la Plaza de Catalunya hasta la Plaza Real. A él le gustaba coleccionar sellos y los domingos por la mañana íbamos a la Plaza Real donde él se pasaba horas mirando las distintas “paraditas” donde se vendían sellos y monedas, mientras yo me entretenía jugando con las palomas o correteando por ahí. Comíamos cada domingo en un restaurante que se llamaba El Glaciar, que había decorado maravillosamente Grau Sala en los años 30 con unas pinturas que permanecen todavía en mi retina.

Además de tu infancia, Las Ramblas son un referente de tu juventud, ¿verdad?

Sí, sí, por supuesto. Al cabo de años, cuando yo empezaba a salir con mi mujer, bueno, en aquel momento mi novia, ella trabajaba en el Instituto Municipal de la Vivienda en la Calle del Bonsuccés, una travesía de Las ramblas, y yo la iba a buscar casi cada día y paseábamos por allí. Yo tenía 17 o 18 años. Al cabo de poco tiempo, me compré una Vespa y entonces la recogía en el trabajo y recorríamos distintos lugares de la ciudad, pero siempre acabábamos al final de Las Ramblas, delante del frontón Colón, donde había un bar que se llamaba San Lucar de Barrameda. ¡Hacían las mejores patatas bravas del mundo! Durante años fui pidiéndolas en distintos locales de Barcelona sin conseguir probar algo igual, hasta que pasados ya muchos años fui al recién inaugurado Bar Tomás de Sarrià. Cuando probé sus bravas, pensé: ¡por fin! Felicité a los encargados del local y les dije que nunca había probado nada igual desde que comí las bravas del San Lucar de Barrameda. Entre risas y para mi sorpresa, me explicaron que ellos habían trabajado en ese local y que conocían la receta, la misma que ahora ofrecían en su nuevo local. ¡Las Ramblas me seguían hasta la parte alta de la ciudad!

El mosaico de Joan Miró en la Rambla de Barcelona / EFE/ Marta Pérez



Las Ramblas significan para ti arte. ¿Explícame por qué?

Desde que se fueron abriendo, nunca me he cansado de visitar los museos de Las Ramblas, empezando por los de la parte alta para terminar al final del paseo. Son lugares maravillosos donde me podría pasar la vida entera. Pero hay otra conexión muy potente en este aspecto con Las Ramblas y es el teatro del Liceo. He ido muchísimas veces al Liceo y, siempre que he podido, lo he hecho andando, para, por lo menos, disfrutar del paseo desde la Plaza Catalunya hasta la puerta.

El Liceo ha pasado por momentos muy tristes para la ciudad y para todos nosotros.

Cierto, cuando se quemó el Liceo fue un golpe duro para todos. Yo enseguida me impliqué en ayudar en la reconstrucción. Lo primero que hice fue llamar al presidente de una gran empresa que eran clientes míos, el Banco de Santander, y le dije: Emilio (Emilio Botín), tienes que ayudar a la reconstrucción del Liceo. Y me dijo: ¿cuánto dinero quieres que mande? Yo le contesté que no lo sabía, que lo que pudiera. Y me dijo: ¿Qué te parecen cincuenta millones de pesetas? Y no sé cómo, me salió de dentro decirle: ¡Mejor cien! Y para mi sorpresa, me dijo que tomaba un avión hacia Barcelona y que le esperara en la oficina del Santander de Plaza Sant Jaume. Y me dijo también que avisara al President de la Generalitat y le informara que a las cuatro estaríamos un su despacho. Y así fue, fuimos del banco directamente a entregar el dinero a la Generalitat. Él fue el primero que puso dinero para la reconstrucción. Y eso sucedía a las cuatro de la tarde del mismo día del incendio, cuando el Liceo todavía estaba humeante. A partir de ahí, cientos de personas, empresas y entidades se involucraron en la reconstrucción. La ciudad se volcó para recuperar algo que era muy suyo, algo a lo que no estaba dispuesta a renunciar.

Una anécdota impresionante. Volviendo a tu niñez y juventud, ¿qué más recuerdas?

Recuerdo con mucho cariño los paseos con mis padres. Me llevaban a una heladería frente al Liceo, otra vez el Liceo, que se llama Helados Italianos y ahí siempre pedía lo mismo, sorbete de limón. Jamás, después de tantos años, he comido otro sorbete de limón tan bueno como ese. Y es que los recuerdos del paladar y del olfato son los que te quedan para siempre.

También me compré mi primera guitarra, como no, en casa Beethoven, y recorrí todas las librerías y puestos de libros donde compraba todo tipo de colecciones.

¿Qué tienen Las Ramblas para hacerlas tan especiales dentro de una ciudad con tantos lugares carismáticos?

Yo siempre digo que es la Calle de Barcelona, en mayúsculas. Tiene de todo: restaurantes, tenía cines, ahora ya no, como el Capitol, donde yo iba a ver las películas de vaqueros, tiene museos, teatros, comercios de todo tipo, tiene vida allí donde mires.

Si Barcelona se tiene que reconocer por una calle distinta a las demás, en mi opinión, estas son Las Ramblas.

Y del Mercat de la Boquería, ¿tienes recuerdos?

Sí, sí, claro. De igual modo que recorrí todos los comercios de Las Ramblas, yo empecé a entrar en el mercado de la mano de mi madre. Bajábamos andando desde casa, en Mallorca con Rambla de Catalunya, y para volver tomábamos el metro porque íbamos cargados. Recuerdo un sinfín de olores, a las señoras que nos ofrecían lo mejor que tenían en sus puestos. La verdad es que no me extraña que se haya convertido en una atracción turística ya que siempre ha sido un mercado excepcional.

Pero era tu padre el que te iba descubriendo las maravillas arquitectónicas de Las Ramblas, ¿verdad?

En efecto, mi padre tenía otra afición además de los sellos, que era la fotografía, lo que hacía que se fijara en todo lo que le rodeaba y me lo explicara en detalle. Había una tienda al final de la calle a mano izquierda, ya casi en Colón, donde él solía comprar sus máquinas fotográficas. Yo creo que tenía más afición casi por comprar máquinas que por hacer fotografías, porque siempre quería el último modelo, el último objetivo. ¡Después las revelaba en casa, en un baño adaptado como laboratorio! Bromas aparte, la verdad es que mi padre era un gran fotógrafo. Conservo unas fotos que le hizo a la famosa bailaora La Chunga cuando todavía era una niña y bailaba en el Somorrostro, era fantástica, todo arte. Tengo una de ellas enmarcada. Cuando mi padre murió, encontré tal cantidad de cámaras de fotográficas, muchas de ellas compradas en Las Ramblas, que lo único que se me ocurrió fue regalárselas a mi hija que las tiene en casa a modo de exposición. Y curiosamente una de mis nietas, su hija, ahora está empezando a utilizar esas antiguas cámaras, buscando por internet rollos de película que se puedan utilizar, y hace unas fotografías realmente buenas.

La Chunga de niña/ JOSÉ BASSAT



¿Cuéntame algún recuerdo más?

¡Bueno, en Las Ramblas también me compré mi traje militar!

¿Tu traje militar?

Sí, sí, claro. ¡Como todos los de mi época, yo hice la mili! Allí me compré mi primer traje militar y el de alférez, porque llegué a ser alférez, con su gorra y su sable, en una tienda que se llamaba Samblancat y que estaba en el carrer Ample, abajo de todo de Las Ramblas.

Bueno, es que no hay cosa de mi vida que no haya tenido que ver con Las Ramblas. Pienso en cualquier cosa, la gastronomía, la música, el teatro, el cine, el arte, y siempre Las Ramblas han estado presentes por una razón u otra.

¿Y los pintores callejeros han estado siempre ahí?

No, de cuando yo era niño no los recuerdo, aparecieron bastante más tarde. Pero me gustan mucho y pienso que es algo que le da una vida extraordinaria a Las Ramblas. A mí me han pintado alguna vez, no en Las Ramblas, pero si en otras ciudades del mundo, donde he visto a un pintor que me ha parecido maravilloso y he aceptado su propuesta de hacerme una caricatura. La verdad es que yo soy fácil para la caricatura: nariz grande, pelo rizado, en fin, es sencillo que acierten conmigo.

Y lo que también nos gusta mucho, a mi mujer Carmen y a mí, son las tiendas de artesanía que se ponen algunos días. Aparcamos al final de Las Ramblas, en el parking que está tocando a Colón, y subimos andando para ver esas fantásticas tiendas. Recuerdo de hace muchos años, que el cuñado del inolvidable Gila tenía uno de esos puestos, donde vendía artesanía argentina hecha en cuero y siempre le íbamos a ver. Y desde entonces no hemos dejado esta costumbre.

¿Y han existido siempre las distintas denominaciones de los tramos de Las Ramblas?

Sí, y van ligados a los oficios que en ese trozo se practican o se practicaban, como La Rambla de las Flores, por los quioscos de venta de flores. ¡Y recuerdo que había una primera parte de La Rambla que, aunque no se llamaba La Rambla de los Pájaros, ahí se vendían pájaros y otros animales pequeños, hasta monos! Después eso se prohibió, afortunadamente, porque esos pobres animalitos acababan muriendo en la mayoría de los casos.

Pero no te he contado algo que para mí hace únicas a Las Ramblas, y son los árboles. Esa impresionante arboleda que en otoño e invierno pierde sus hojas, pero que al llegar la primavera se repuebla y te da esa maravillosa sombra, es una cosa única. Me explicaron que por debajo de Las Ramblas todavía queda algo de la antigua riera que por allí pasaba, que fue desviada en el siglo XV con la construcción de la muralla del Raval, y probablemente ese caudal de agua subterráneo proporciona la vida y la fuerza a esos inmensos árboles. Estos árboles los tienen pocas ciudades del mundo, los ves en el campo, pero en medio de la ciudad, esos plátanos, esa arboleda, se ve en pocos sitios. Es lo que creo que al final hace que Las Ramblas sean tan especiales y únicas.

Las Ramblas es de las pocas calles del mundo y probablemente la única de Barcelona, que ha sabido evolucionar con el paso del tiempo, pero manteniendo siempre esa esencia que la hace única, irrepetible. Desde hace siglos ha sido punto de encuentro de los barceloneses y ha combinado los ambientes más “canallas” con los más sofisticados. Arte, cultura, gastronomía y comercio han estado presentes durante toda su historia y a pesar del paso del tiempo, ha conservado su espíritu, su excepcionalidad y su personalidad tan característica.

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