Espejos romanos y chinos de la dinastía Han. Peines egipcios, vikingos, incas, góticos o pertenecientes a la familia italiana de los Médicis. Navajas de afeitar del Papa Pío X, así como de la Familia Real Británica. Pero también grabados de Goya, litografías de Picasso y dibujos de Jean Cocteau. O unos sorprendentes cuadros elaborados con cabellos naturales. Y, para los más fetichistas, mechones de Salvador Dalí, Napoleón Bonaparte, Marilyn Monroe o Elvis Presley. Sin olvidar una sala dedicada a la historia de los secadores, tanto de mano como de pie.

Así hasta 7.000 piezas relacionadas con la historia de la peluquería, a las que habría que sumar los 2.000 libros y revistas especializados en el tema. Todo ello convierte al Museu de la Perruqueria Raffel Pagès en la colección más importante del mundo, según La Mondial Coiffure Beauté de París. Y se puede disfrutar de una cuidada selección en el espacio que, hace más de diez años, el peluquero habilitó en uno de los salones más céntricos de la firma: el situado en la Rambla de Catalunya, 99 (entre Provença y Mallorca).

Raffel Pagès se siente orgulloso de su labor como coleccionista, afición que ha desarrollado a lo largo de muchos años. Una pasión que roza lo obsesivo, como todo gran connaiseur. “Yo quería ser médico y no peluquero como mi padre. De hecho, la peluquería no me gustaba nada cuando tenía quince años”, asegura. No obstante, su manera de entender el oficio despertó el interés de las reputadas “hermanas” Carita, quienes contaban con varios salones repartidos por toda Europa (entre ellos, uno en la calle de Balmes). Pagès acabaría cumpliendo los 18 años en el que tenían en París. Lo considera su escuela.

Allí conoció a artistas de la talla de Catherine Deneuve o Brigitte Bardot. En paralelo, seguía atesorando piezas. “Mi interés por el coleccionismo vino de joven. No encontraba ningún libro sobre la historia de la peluquería y decidí dar el paso para solventar este déficit”, recuerda. Y añade: “Empecé con algunos secadores de la peluquería de mi padre. ¡Su intención era tirarlos!”.

Visitar este singular espacio es, precisamente, adentrarse en la historia de la peluquería. Además del valor artístico y antropológico de las piezas, las sorpresas acompañan al visitante durante todo recorrido. Así, se topará con la peluca más grande del mundo —según el récord Guinness del año 1992— en una de las vitrinas. La elaboró la Escuela de Peluquería Denise con cabellos naturales y es una reproducción de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia de Antoni Gaudí. Pieza, por cierto, próxima a las vitrinas que muestran la historia de la mítica casa francesa L’Oréal.

También sobresale la sección dedicada a los grandes peluqueros del siglo XX: Antoine, Alexandre y Guillaume, entre otros. Por sus manos han pasado las cabelleras más ilustres del mundo del cine y de la moda. Eso sí, todos ellos dignos herederos del mítico Léonard, quien fuera peluquero de María Antonieta. Precisamente con cabellos de esta reina, pero también de su marido Luis XVI, se elaboró una joya-brazalete que ocupa un lugar destacado de la sala.

En la actualidad, la enseña Raffel Pagès cuenta con más de cien salones. Es el resultado de toda una vida dedicada al oficio. Con el valor añadido de un legado único: el museo más importante del mundo en su categoría. “Ten en cuenta que a día de hoy cada semana entra alguna pieza”, confiesa. Incansable, pues, Raffel Pagès mira las vitrinas con la sensación de haber cumplido un sueño, fruto de esta sana obsesión.

Museo de peluquería Raffel Pagès



No obstante, cierta inquietud sobrevuela a lo largo de la charla con este atípico empresario. “El interés por la colección es nulo en el caso de las instituciones catalanas. Ninguna ayuda. En su momento la Comunidad de Madrid quiso llevársela e instalarla allí”. Pagès pronostica: “No sé qué pasará en el futuro con todo esto. Temo que, como otras grandes colecciones, acabe dispersa y vendida en casas de subastas o anticuarios”. Un mundo que Pagès conoce bien. No en vano su nombre está presente en las agendas de muchos de ellos. Sin ir más lejos, durante una visita al Louvre des Antiquaires de París preguntó por unos frascos de cristal de un producto llamado Plix. Línea comercializada en los años 50 por L’Oréal y que servía para marcar el cabello con rulos o pinzas. El anticuario le respondió:

—He de confesarle que si alguna vez me llega ese frasco lo primero que haré es ofrecérselo a un peluquero loco que vive en Barcelona.

Tras insistir sobre la identidad del misterioso personaje, finalmente le facilitó el nombre. Sorprendido, reaccionó:

—Monsieur…ce coiffeur fou c’est moi. Je suis Raffel Pagès. [“Señor…ese peluquero loco soy yo. Yo soy Raffel Pages”]

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