Allá donde le llevasen la vida y la muerte, el padre de Alexia Putellas rebosará felicidad, satisfacción y descansará más en paz. A él dedicó su Balón de Oro esta mujer tenaz, segura de sí misma, pionera y ejemplar dentro y fuera del césped. Perteneciente a aquella generación de niñas que no tenían donde aprender a jugar a fútbol si no era en la escuela del Espanyol, allá en lo alto de Montjuïc. Con el sacrificio añadido que suponía desplazarse hasta allí para una chica del Mollet del Vallès y su familia, Alexia ya es la mejor futbolista del mundo y se codea con Mesi en el pódium de los mitos y leyendas del deporte.
Ágil, rápida y elegante, su juego, su posición en el campo, su visión de la jugada y su figura espigada seducen. Como también hechizan su modo de hablar, de razonar, de reivindicar y esa su voz que se quiebra de amor cuando evoca al autor de sus días. Con su madre siempre al lado y bañada en lágrimas de emoción, su largo e increíble palmarés como jugadora nacional e internacional, así como su colección de trofeos demuestran que detrás de los grandes galardones hay una mujer más que grande.