Ramón de España (Barcelona, 1956) es crudo, diáfano, aunque lo revista todo con una gran ironía, a veces con sarcasmo. Y lo que señala es “lo que hubo, lo que tuvimos”. Lo narra en Barcelona fantasma, personas y lugares que ya no existen, editado por Vegueta Ediciones, a partir de su sección en Letra Global bajo ese mismo título: la Barcelona fantasma, --tendrá una primera presentación en la librería Byron el 17 de marzo--, que muchos recuerdan, pero que necesita una interpretación. La ofrece este periodista, de largo aliento, activista cultural, de prodigiosa memoria, que tiene claro una premisa: “Barcelona debía haber sido la capital cultural de España”, señala en conversación con Metrópoli.
Lo que ha conseguido, sin que fuera un propósito inicial, es reflejar “una o tal vez dos generaciones” que crecieron en Barcelona y la disfrutaron en un momento muy singular. Como apunta el escritor Javier Cercas en el prólogo, con la complicidad de Ramón de España, el libro es una biografía del autor, un autorretrato. “Es una biografía por personas y lugares interpuestos”, añade el colaborador de Global Media Group –donde se integran Letra Global, Metrópoli y Crónica Global, entre otros medios.
Porque, ¿qué ocurría en esa Barcelona de los setenta y ochenta, la ciudad preolímpica, la que vivió la transición de la dictadura a la democracia y los primeros años de la recuperación de la Generalitat?
“Barcelona era una ciudad muy cutre, otra cosa es que me lo pasara muy bien en ese momento”, asegura, cuando se le pregunta por algo que fue muy común entre cierta intelectualidad: el rechazo a los cambios que iba a suponer la designación de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992. “No he participado nunca de ese contingente anti-olímpico, toda esa gente que gimoteaba por los chiringuitos derribados de la Barceloneta, con aquellas paellas malas y las canciones de Bernardo. Aquellos chiringuitos eran un asco y no echo de menos nada de aquello, aunque, tal vez sí algunas actitudes y acciones”.
¿Y cuáles eran aquellas acciones? Las refleja Ramón de España en el libro, con publicaciones de cómic, con dibujantes, como el recientemente fallecido Miguel Gallardo, con revistas como Ajoblanco, Star o Disco Exprés.
Ramón de España se explaya ante el por qué de toda aquella explosión de vida:
“Lo que había es una gran libertad y creatividad, porque éramos jóvenes, sí, pero por la propia situación. Todo contribuyó. No voy a decir que había más creatividad, porque no sé si a mis 65 años me entero de mis equivalentes ahora respecto a aquella época. Puede que los jóvenes con 25 años estén haciendo cosas maravillosas, en las catacumbas de Internet, no lo sé. Lo que pasa es que es una vieja discusión. ¿Éramos jóvenes y por eso nos acordamos tanto de la transición, o la época era estupenda de verdad? Y creo que fue, en realidad, una mezcla de las dos cosas, porque se trató de un momento histórico especial, se salía de la dictadura, con un retraso de 40 años respecto a Europa, y se pusieron en marcha iniciativas imposibles hasta entonces, aunque es verdad que las cosas ya se movían antes de la muerte de Franco, con Ajoblanco, por ejemplo, que nace en 1974. Desde finales de los sesenta había mucho movimiento, por lo menos en Barcelona, una ciudad periférica, no administrativa como Madrid, en la que cuando iba a visitar a la familia de mi padre veía cosas que no veía en Barcelona, como muchos militares y curas en la calle. Era la capital administrativa y la capital del régimen, y se iba a Barcelona a airearse, como ahora vamos a Madrid a airearnos”, remacha Ramón de España.
El reproche ya lo ha lanzado el autor de Barcelona fantasma. Como un hecho, como algo que sucede, entre las dos grandes ciudades de España. Pero sobre Ajoblanco, el periodista tiene todo un capítulo en el libro, e ilustra el tipo de personalidades del momento, como Pepe Ribas, que sigue con su misión. “Pere Ribas, secundado por Toni Puig y Fernando Mir, iba muy en serio con el Ajo. De ahí su persistencia a la hora de mantenerlo con vida. Hace tiempo que no me lo cruzo por el Ensanche barcelonés, pero lo cierto es que pocas cosas me harían más ilusión en este mundo que volverme a topar con él en la esquina de Balmes con Valencia y escuchar de nuevo ese viejo mantra que ojalá se hubiese basado en la realidad más que en el deseo: “Voy a volver a sacar el Ajo porque es más necesario que nunca”, escribe Ramón de España sin abandonar nunca ese punto y algo más de humor. De repente, al lector ‘engagée’ le aparece la figura de Pepe Ribas con ese constante latiguillo, que, efectivamente, repite ante sus interlocutores.
Sin embargo, el meollo de la cuestión sigue siendo un enigma, que intenta esclarecer Ramón de España, primero ante una pregunta sobre el momento político excepcional: “Entre la muerte de Franco y la recuperación de la Generalitat pasan cinco años que son un sindiós, con muchas cosas en marcha, donde no se sabía que estaba prohibido y lo que no. Si eras joven, animoso, contracultural, y te gustaba el cine, la música, la literatura, o el cómic, podías acceder a un cierto poder juvenil, que no sé si ha tenido continuidad”.
¿Cómo?
“Había publicaciones underground, en los kioskos, junto a Triunfo o ABC, y esas revistas las publicábamos con 22 o 23 años. Habíamos llegado, no controlabas La Vanguardia, claro, aunque tampoco lo pretendíamos. Lo que quiero decir es que existía ese poder juvenil que venía de atrás, desde la época de los Beatles o de Sinatra, cuando la juventud deja de ser marginal y es un vehículo de cambio y también un mercado, claro. Teníamos la ilusión de convertir Barcelona en la Nueva York del Mediterráneo, cosa que nunca sucedió”.
Y ahí llega el debate de verdad. Los amigos de Ramón de España, los compañeros de profesión, que se divertían, pero también creaban en un clima político, social y cultural propicio, sabían que Barcelona estaba muy por delante de Madrid y de cualquier otra ciudad de España. Llegó el estado de las autonomías, la recuperación de la Generalitat, y un proyecto nacionalista que tenía otros planes para Barcelona, como capital de una nación.
Y llega la pregunta, ¿Barcelona fue otra a partir de 1980?
“El acceso al poder de Jordi Pujol puede significar una especie de ‘llegó el comandante y mandó parar’, pero se trata de algo que mi amigo José Maria Martí Font me había dicho: Barcelona es demasiado grande para un país demasiado pequeño, y es un motivo de confusión para los nacionalistas, porque se habla mucho en castellano y hay mucho de todo. Lo cierto es que los nacionalistas lo hicieron todo mal y aquello que parecía verosímil, lo de fabricar cinco generaciones de nacionalistas como garantía para que la independencia cayera sola, no ha sido cierto. Yo estudié en los Escolapios, se enseñaba en castellano y en el patio se hablaba catalán, y ahora es justo al revés. Es como para aplaudir con las orejas, me parece. Barcelona era la ciudad más interesante de España y se quería perder eso para ser la capital de una nación milenaria un poco imaginaria, y apartar un idioma que hablan más de 600 millones de personas. Hemos llegado a ese punto, con la actual pinza entre los nacionalistas y los populistas de Ada Colau. ¿Cómo no va a estar Barcelona en decadencia? Será difícil levantar cabeza”.
La Barcelona que explica Ramón de España, la suya, lo que constituye su vida, ¿podía haberse transformado en la gran capital cultural de España? ¿Se hubiera llegado a ese consenso en el conjunto de España?
“Podíamos haber llegado a una especie de cocapitalidad a la italiana, ser, sí, la capital cultural de España, como Milán. No necesitábamos el centralismo francés, que no tiene nada más en cuenta que París. Creo que Madrid podía haber sido esa capital administrativa y Barcelona la capital cultural, una ciudad periférica, con carácter. ¡Pero es que nos hemos dedicado a lo contrario!, a echar a la gente. Yo he visto cómo las discográficas se iban a Madrid, una a una, y con ellas muchas empresas. La respuesta del pujolismo era, ‘pues que se vayan’.
¿Entonces Madrid es ahora, la gran ciudad, hay tanta vida en Madrid como se señala?
"Madrid ha sido la beneficiaria del sistema autonómico. Iban fabricando una capital administrativa de verdad. Ya tenían embajadas, pero ahora tienen también editoriales y multinacionales. Se ha convertido en una ciudad entre europea y sudamericana, con un crecimiento enorme".
Pero queda la juventud. La Barcelona de los jóvenes que ahora rondan la jubilación. Ramón de España relaciona dos puntos de vista sobre la ciudad que han sido, hasta cierto punto, antagonistas. Los contraculturales frente a los burgueses de la Gauche Divine. Ahora, con la perspectiva del tiempo, la reflexión es oportuna. “Les tenía manía a los integrantes de la Gauche Divine, porque aparecían como los estupendos en un país de garrulos. Y cuando los conocí vi que eran maravillosos. Lo era Oriol Regàs o Jaume Perich. No se puede decir que los que veníamos de Zeleste (la sala de conciertos de la calle Platería, que aparece en el libro) éramos los mejores. Es un sentimiento que me parece muy inútil”.
Con Barcelona en el punto de mira, el libro es un compendio de lugares y de personas que dejan constancia de una verdad, a juicio de Ramón de España, y es que España comenzó a cambiar a principios de los sesenta, lo que permitiría, después, la explosión de creatividad y libertad. Y evoca el autor un poema de Philip Larkin sobre cómo comenzó todo con esa liberación sexual, de la misma forma que el turismo y las suecas fueron elementos “subversivos” para el franquismo:
Annus Mirabilis (Philip Larkin)
Las relaciones sexuales comenzaron
en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.
Hasta ese año sólo había existido
algo así como un regateo,
disputas por un anillo,
una vergüenza que comenzaba a los dieciséis
y se extendía luego sobre todo.
Hasta que un día se acabó la pelea:
todos sintieron lo mismo
y vivir se volvió
un brillante hacer saltar la banca,
un juego difícil de perder.
De modo que la vida nunca fue mejor
que en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.