Conocido como Arrasandor, el boxeador barcelonés Sandor Martín ha ganado en Barcelona el título de la Asociación Mundial de Boxeo y aspira al campeonato mundial. Hijo de exiliados, luchador desde su infancia en París, su padre es dueño de un gimnasio en Barcelona y su madre de una tienda de deportes. Sandor molesta a los independentistas cuando se envuelve en la bandera de España y a los pijos de falsa izquierda que desprecian el noble arte del boxeo y lo consideran violento.

Con su infinita ignorancia, no saben que Sandor recupera en Barcelona la edad de oro del boxeo catalán, cuando de sus gimnasio salieron muchos campeones de España, cuatro campeones de Europa y un aspirante a campeón del mundo, el legendario Josep Gironés, a quien recuerda una placa en la calle Llibertat de Gràcia. Tampoco se han informado de que fue el deporte de masas antes del fútbol, lo promocionó la Generalitat republicana y atrajo a Barcelona a la crema y nata de la prensa internacional, que se deshizo en elogios a la ciudad.

Aunque duela a las sensibleras señoritas de la Sección Femenina de Colau, los boxeadores eran mitos populares, trabajaban como modelos de publicidad y eran objeto de deseo de muchas mujeres que acudían a las veladas. La mayoría de izquierdas, los más famosos acabaron exiliados o fusilados. Como Carles Flix en el Camp de la Bota. Pere Sanz marchó a la Unión Soviética, fue su seleccionador nacional olímpico y su tumba está en Ucrania, donde siempre le han rendido homenajes. El palmarés de Sandor es más que brillante y revive una tradición que situó a Barcelona en la élite del deporte mundial. Aunque el Ayuntamiento nunca se lo agradecerá ni lo reconocerá.    

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