El 27 de octubre de 1990, los Mossos d’Esquadra debutaron en La Mina. Los novatos enviados al barrio fueron recibidos a balazos, cócteles molotov y con lluvias de cojinetes, lejía y salfumant arrojadas desde balcones y tejados. Tres fueron heridos y la policía autonómica ridiculizada. Perdida la autoridad del patriarca Tío Manolo, comenzaron las refriegas y venganzas entre clanes y familias. Un cadáver fue hallado en Figueres. Y un funcionario municipal apareció “suicidado” en las vías del tren de Sant Adrià. Antes de los mossos, la policía hacía la vista gorda con el trapicheo de drogas blandas y, a cambio, el Tío Manolo les entregaba a los que cometían delitos graves o de sangre.
Pasados los años y con comisaría en el barrio, los mossos han perdido el control y aumentan los tiroteos. Por tres asesinatos este año y los registrados desde el 2000, algunos vecinos culpan a los agentes. Pero se equivocan. La responsabilidad es del inepto consejero Ignasi Elena y de otro incapaz como Josep Maria Estela, Mayor de los mossos. Ambos talentos unidos no saben frenar la escalada de crímenes que van desde La Mina hasta Tortosa, pasando por Barcelona y L’Hospitalet.
Elena supera al consejero Joan Saura, que quiso reconvertir a los policías en una oenegé repartidora de flores. Elena fue un mediocre alcalde de Vilanova, socialista cuyo mérito fue desertar del PSC para preparar el referéndum que acabó fatal y dividió al cuerpo policial. Su mandado, Josep Maria Estela, es un policía sin carisma que sustituyó al legendario mayor Josep Lluís Trapero. La gestoría de la plaza Sant Jaume tarda en relevarlos.