El Museo de Cera de Barcelona ha incorporado a su colección la figura de Joan Manuel Serrat en sus años mozos. El director artístico del museo es Toni Cruz, ex miembro de La Trinca, quien ha declarado que la figura del Noi del Poble Sec “es un homenaje a un catalán universal que forma parte de la vida de diversas generaciones de todo el mundo gracias a sus letras y a su música”. Pero la versión en cera de Serrat es una chapuza propia de la historia de las chapuzas barcelonesas. Y si en su presentación el afectado no salió corriendo fue porque es un bonachón de sonrisa educada.

Ocurre que de su personaje cerúleo sólo se salvan parte de la cara, el micrófono y el taburete sobre el que se sienta, suponiendo que sea el suyo verdadero, que salvó de la discoteca Boccaccio. El traje es una sabia manera de deshacerse de él. Kitch y espantoso, puede provenir de su época iniciática, cuando le obligaban a amueblarse para aparecer en TVE antes de ser censurado y exiliado. También su peinado es fatídico. Y el resultado parece un híbrido entre Raphael y El Fary.

A no ser que Toni Cruz le tenga manía o celos, no se entiende nada. Él, que fue el Trinco más alto, guaperas y atildado, hacha de la música, la televisión y los negocios, ha descuidado los detalles. Porque si lo que se pretendía era lograr un catalán universal reconocible, bastaba con unos tejanos, aquella melena y la camiseta de la portada de su disco Mediterráneo, el que le proyectó a la fama y al reconocimiento mundial.

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