Dejó de estudiar en cuarto de la ESO. Era muy rebelde y, en definitiva, para ser influencer sobran los títulos. En el dormitorio de Dulceida no cuelga diploma alguno, pero es una de las celebrities más seguidas de España. Aida Domènech, Dulceida, nacida en 1989 en el área metropolitana de Barcelona, en Badalona, afirma que "lo suyo no se estudia”. Ella tiene el don de influir. Por eso le siguen tres millones de personas en Instagram y dos millones en Youtube. Su empresa, Dulce Week End SL, facturó en el último ejercicio conocido alrededor de 2,4 millones de euros. Emprendedurismo en estado puro. Esta joven señora de Barcelona tiene lo que hay que tener. 

Si tienes más de dos millones de seguidores, por un post (sugerencia publicitaria) en Instagram se ingresan entre 5.500 y 9.000 euros. La treintañera de Badalona es una pequeña gran empresaria. Ha abierto una tienda de ropa llamada Dulceida Shop, además de colaborar con diversas marcas, intervenir en festivales y estrenar una docuserie en la plataforma Prime Video.

¿Qué se ha de tener o hacer para ser una influencer?  Es la primera pregunta que asalta a cualquiera y es lo que llevo preguntándome desde que me interesé por la vida de Dulceida, una mujer hecha a sí misma con una maestría en los mensajes superior a la de cualquier gran ejecutivo de marketing. 

Con todos los prejuicios que acarrea ese mundo de las redes sociales, lo primero que pensé fue que su trabajo consistía en sonreír, sacarse fotos ante el espejo, vestirse y desvestirse tres o cuatro veces al día y mostrar todo desde que se levanta de la cama hasta que se acuesta. Sola o acompañada. Su propio lecho, en una habitación “blanco total”, fue trending topic; o sea que durante unos días lo petó. 

Para que los seguidores escojan entrar una y otra vez en tu página, blog, Insta, Twitch o YouTube, hace falta ser alguien muy, muy especial. Ese fue mi segundo pensamiento. “Siempre quiero más,  nunca me conformo”, explica la actual “reina de Instagram”. He llegado a la conclusión que la joven de Badalona es, simplemente, una currante de un nuevo oficio que ha cuajado en el viejo cinturón industrial barcelonés.

Dulceida no es una niña bien enseñando ropitas y vendiendo bautizos en Hola. Dedica su vida a crear tendencias de cualquier topic y acumular, con ello, millones de fieles. Ella habla sin tapujos: es bisexual, según confesó hace años en un “interrogatorio” de Instagram. Sus palabras fueron “tengo ojos y suelo mirar --diría que por igual o quizás un poco más-- a las chicas". 

Su noviazgo con Alba Paul Ferrer, nacida en Girona, acabó en boda en 2016. Antes, en el festival Dulce Weekend, Alba (la tímida de la pareja) le pidió matrimonio a Dulceida, que le dio el sí y un beso ante las cámaras. El viejuno “luz y taquígrafos” hoy es “móvil y selfi”.  

La apoteosis tardó poco en llegar. La pareja se casó en la cala Morisca, en Sitges, que, aunque muchos no lo sepan ni puedan acordarse por su edad, ya era paraíso de los gays en los sesenta. Hubo globos de colores y “mucho amor”, pero el acontecimiento no se llegó a formalizar en ninguna oficina administrativa. ¿Para qué? Ellas se amaban y los seguidores, por su parte, las amaban a ellas. Se multiplicaron los followers, también los de Alba, que apuesta por un estilo más deportivo y desenfadado, acorde con sus gustos por el snowboard, el motocross y la cocina

Dulceida lo grabó todo. Realizó un documental de la efemérides. Al poco tiempo, también Alba empezó a fichar por marcas conocidas como Reebok, Zara o Diesel. Juntas ampliaron su negocio. Dulceida, que va a por todas, creó su propio perfume subiéndose a la ola del amor y hasta escribió un libro. La boda fue un hito en Instagram y entre el colectivo LGTBI+. Qué importante es identificar tu target en las redes. Ese fue mi tercer pensamiento. Sin un objetivo del público que buscas, no eres nadie. 

Tras siete años de vida compartida con todo el que quisiera seguirlas, comunicaron su separación, llevando a los fans a las lágrimas. Empezaba un nuevo capítulo en la vida de la sonriente Dulceida. Destrozada, incluso salió sin maquillaje en algunos planos. Sufría, aunque no en silencio ni en la intimidad. La tristeza era compartida por sus millones de seguidores.

Tras meses de desamor, Aída abandonó las redes para rodar una docuserie en Amazon Prime sobre su ruptura sentimental, que se convirtieron en los cuatro capítulos de Dulceida al desnudo. Estrenada en noviembre del pasado año, incluye sugerentes imágenes del bonito cuerpo de la influencer, entremezcladas con lágrimas y confesiones. Tenía el corazón roto, no el cuerpo. La serie, a día de hoy, suma 703.000 visionados. O sea cientos de miles. 

Los seguidores de Instagram andábamos compungidos, con los sentimientos a flor de piel, igual que mis abuelas con el consultorio de Elena Francis, el que se escuchaba durante los sesenta en cocinas y mesas camillas. Recuerdo a mi iaia llorando porque el novio de una tal Carmen la había dejado tirada dos días antes de subir al altar. “Si el amor es verdadero, volverá”, añadió mi abuela. Así fue. Yo también esperé el gran momento para poder escribir un final feliz. Hoy, más que nunca, el positivismo es esencial. Nadie quiere “malos rollos” en su mundo digital. La vida analógica ya es suficientemente dura.

Y así ha sido. ¡Tachánnnn! Dulceida y Alba han vuelto. Por el momento, han colgado un vídeo corriendo de la mano por una idílica playa solitaria. La dulce e influyente empresaria ha escalado hasta los 3,3 millones de seguidores, 250.000 más en pocas semanas. Su esposa, 1,2 millones. En pareja, ya lo ven, son mejores que separadas. 

Cuatro millones y medio de fans arrastran las emprendedoras catalanas, que hablan en las redes un castellano trufado de inglés. Todos/todas sus followers quieren que gane el amor. Y ellas, la facturación y el buen rollito. Ya ven, a los camaradas del cinturón industrial barcelonés les han sucedido las influencers. Bravo por Dulceida. Bravo por los nuevos currantes.

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