El concejal de Junts y exalcalde de Barcelona, Xavier Trias, ha demostrado otra vez su señorío al aplaudir el desalojo de la Bonanova y admitir su fracaso cuando no pudo vaciar el infecto caserón de Can Vies en Sants. “A veces intentas hacer las cosas bien y salen mal. Ordené el desalojo de Can Vies y me salió fatal”, ha reconocido con su tradicional bonhomía. Lo dice cuando nadie tiene ni valentía ni honradez de hacer autocrítica. No la ha hecho Inma Mayol, concejala ecopija de ICV que chilló: “Yo también soy okupa”. Sigue enchufada en el Ayuntamiento por Colau en su repesca de momias comunistas. Tampoco su pareja, Joan Saura, consejero que quiso que los mossos d’esquadra repartiesen flores y caramelos a los okupas. Excepto cuando asaltaron su chalet en la Costa Brava. En aquel entorno de inútiles infiltrados en las instituciones, Trias no usó la mano dura y perdió las elecciones.
La historia de la costra okupa con hijos de concejales de por medio apareció en 1996, cuando la Policía Nacional tuvo que desocupar el Cine Princesa con helicópteros y material contundente. La progresía caviar y las asociaciones de vecinos sufragadas por el Ayuntamiento se solidarizaron con los antisistema. El alcalde Maragall miró hacia otro lado. Y el abogado activista Jaume Asens buscaba clientela entre los detenidos. El Gobierno de Felipe González reformó el Código Penal para que la usurpación de inmuebles fuese un delito castigado con penas de tres a seis meses de cárcel. Papel mojado. La Audiencia de Barcelona absolvió a los “pacifistas antifascistas” detenidos. Ahora, aunque sin autocrítica, Collboni ha aprendido la lección de Trias.