La concejala sin cargo ni cartera, Ada Colau, imparte lecciones y carga contra todos los partidos que no son los despojos del suyo porque nadie la quiere en el Ayuntamiento. Derrotada, arrinconada y resentida, prometió 8.800 viviendas públicas y la realidad queda a años luz de esa cantidad. En sus ocho años de mandato a la venezolana la oferta de vivienda en alquiler bajó un 50%, los visados de obra nueva cayeron un 40% y los precios se dispararon un 20%. Todo lo contrario de lo prometido, la vivienda fue uno de los peores fracasos personales y su populismo en todo lo que tocó y arruinó. Con la mentira como método, después diría que rechazó el cargo de ministra de vivienda, precisamente.
Prefirió comprar vivienda vieja y cara que construir nuevas y asequibles para miles de personas necesitadas. Ideológicamente obcecada, no quiso enterarse de que construir era más barato que comprar. Y el goteo de compras caras no resolvió el problema, sólo lo complicó. Sus leyes restrictivas de los precios del alquiler, empobrecieron a los pequeños propietarios. Su proteccionismo de okupas y maleantes deterioró algunos barrios y disparó la inseguridad ciudadana. Preclaro ejemplo de nepotismo y sectarismo a la hora de regalar cargos a ineptos e ineptas, derrochó recursos en sandeces. E intentó arrasar el Eixample con fracasadas islas verdes que son aparcamientos para vehículos de reparto y la destrucción de los chaflanes.
Desesperada por no ser nadie en el gobierno municipal, sus devotos propagan el bulo de que será alcaldesa de noche porque conoce el sector del ocio nocturno. Tiemblan el sector y la ciudad. Porque si Colau fue una pesadilla de día, horroriza imaginar qué haría de noche, al amparo de la oscuridad y entre gente de mala vida.