El distrito de Sant Martí de Barcelona vive un cambio constante que ha afectado a la fisionomía de sus barrios. La expansión del distrito financiero del 22@, las promociones de nuevos bloques de vivienda pública, la apertura de nuevos negocios, comercios y oficinas ha alterado el ADN de la zona.
Y es que es ahí donde, históricamente, se concentraba buena parte del patrimonio industrial barcelonés. Pero la industria dejó paso a otras actividades económicas y, en aquellas antiguas naves, se abrieron, entre otros, bares, salas de conciertos y discotecas, dinamizando la vida nocturna de la ciudad.
Sobre Sant Martí, representada en el Ayuntamiento por el concejal David Escudé, pesa el constante equilibrio que mantener entre sus muchas almas: la necesidad --más que legítima-- de descanso de los vecinos, el ocio nocturno, la dinamización económica con nuevos modelos de negocio y la promoción de nuevos pisos sociales, entre otras.
Pero la última semana ha estado marcada por una polémica que salpica de lleno el modelo de distrito e incluso de ciudad. La emblemática Sala Bóveda, el último gran espacio especializado en música rock, punk, heavy y metal de Barcelona, pende de un hilo a causa de una queja por ruido emitida por una vivienda que, alberga, en su interior, un coliving para estudiantes americanas.
Sería pecar de ingenuidad ignorar, en este caso, la procedencia de las inquilinas, pues el americano es generalmente un perfil de alto valor adquisitivo y que permite un negocio con una materia tan sensible como es la vivienda.
El distrito, según las últimas informaciones de las que dispone este medio, no tenía constancia de la ya demostrada actividad comercial que se lleva a cabo en el espacio.
La conclusión de la historia, todavía por resolver, es que está en peligro la continuidad de una sala de 32 años de historia que ha apostado por bandas jóvenes, emergentes y locales y que se ha convertido en uno de los principales activos de la industria cultural de la ciudad.
Y, ¿qué papel juega --o debería jugar-- el regidor en este asunto? El de velar por la actividad cultural en su propio distrito, la de controlar las actividades comerciales que en él se llevan a cabo y la de intermediar, como representante municipal, en los conflictos que pudieran tener lugar a consecuencia del dinamismo de Sant Martí.
Ahora, el tiempo se echa encima, el próximo martes se llevará a cabo el cierre de la también discoteca si no se aplica una suspensión de forma cautelar para valorar las últimas sonometrías. Según la patronal de ocio nocturno, estas certifican que se respeta la normativa municipal. Para evitar llegar a este punto, hubiera sido deseable una mayor proactividad e interés por parte de la cartera que capitanea Escudé.
No obstante, lo que está en juego no es solo la continuidad de la sala, sino el papel de la misma música y las industrias culturales en Barcelona. ¿Se apostará por ellas como un bien en sí mismo o quedarán relegadas a herramientas para la atracción del turismo, a merced de actividades más rentables?