El poeta y escritor Pau Malvido

El poeta y escritor Pau Malvido RTVE

¿Quién hace Barcelona?

Pau Malvido, in Memoriam

Anagrama recupera en 'Nosotros los malditos' los artículos de Pau Malvido, el nombre que utilizaba Pau Maragall Mira, que sufrió las consecuencias fatales de las drogas como toda una generación 

Leer en Catalán
Publicada

El 22 de mayo de 1994 (día de mi cumpleaños, por cierto), los amigos y conocidos de Pau Malvido nos desayunamos con una mala noticia en la prensa: el día anterior, la guardia urbana se había encontrado con su cadáver tirado en un banco de la Rambla, víctima de una sobredosis de heroína. Unos dijeron que se había quitado de la droga, pero había decidido darse un homenaje que resultó fatal; otros, que en realidad nunca la había dejado del todo.

Yo recordé un encuentro casual en una playa del Ampurdán: todo el mundo estaba en bañador, menos Pau, quien, vestido con tejanos y una camiseta blanca, deambulaba por ahí como si buscara a alguien o si se hubiera perdido. De hecho, ese aspecto de estar perdido (en una situación concreta y en la vida en general) era con el que siempre me lo había cruzado en bares y fiestas. De su porte se desprendía siempre, además, una difusa tristeza, la lógica melancolía de alguien que nunca ha sabido muy bien cómo orientarse por la existencia, que es, por cierto, una de las cosas más difíciles que existen, ya que te sueltan aquí sin ninguna clase de manual de instrucciones.

El apellido de la abuela

Cuando empecé a colaborar en la revista Star a finales de los 70, una de las cosas que me hacían más ilusión era compartir sus páginas con Pau Malvido y su sección Nosotros los malditos, que, desde el título, te ponía en situación y te explicaba cómo veía Pau a su generación, que no era exactamente la mía, pero con la que era lo más natural del mundo empatizar. En Nosotros los malditos, mes a mes, Pau iba lanzando sus mensajes generacionales, sus crónicas de marginado para marginados (fuese por voluntad propia o ajena), que nos tocaban la fibra sensible a quienes las leíamos. Yo veía a Pau como un hermano mayor y me enteraba leyéndolo de lo que él y sus compadres habían vivido cuando yo aún iba a los escolapios.

Imagen de Pau Malvido

Imagen de Pau Malvido ANAGRAMA

Pau era un melancólico de buena familia. Su abuelo fue el poeta Joan Maragall. Su hermano, el alcalde de Barcelona y presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. Malvido era el apellido de su abuela, aunque yo estaba convencido de que consistía en la masculinización de la expresión mala vida. Su novia, Ana Briongos (1946 – 2024), que posteriormente publicaría algunos libros de viaje más que notables, era el perejil de todas las salsas del underground barcelonés.

Perderse de vista

Como todo el mundo, Pau empezó fumando canutos. Y como mucha gente (todos los de mi quinta tenemos una lista, más larga o más corta, de amigos muertos de sobredosis), acabó en la heroína. El inicio de su consumo coincidió con una visita a Formentera para visitar a Pau Riba y su mujer, Mercé Pastor (1949 – 1995), quien también acabaría falleciendo a causa del jaco. Según Ana, el Pau que volvió a Barcelona no era exactamente el mismo: acabaron separándose.

Portada del libro sobre Pau Malvido

Portada del libro sobre Pau Malvido ANAGRAMA

Pau Maragall i Mira (Barcelona, 1948 – 1994) solo estuvo entre nosotros cuarenta y tantos años. Le dio tiempo a flirtear con el video y a escribir una serie de artículos seminal, Nosotros los malditos, que ahora recupera la editorial Anagrama con una oportuna reedición.

Fue de los primeros en mi ciudad en darse cuenta de que, como decía Bob Dylan, los tiempos estaban cambiando. Las aristas de este mundo le hacían más daño que a los demás y las drogas no le ayudaron precisamente a acorazarse. Intuyo que los juegos olímpicos de 1992, que situaron Barcelona en el mapa, alumbraron también una nueva ciudad en la que Pau se encontraba más a disgusto que nunca y en la que (pensó tal vez) ya nunca se harían realidad sus quimeras.

Dos años después, fuese por enganche o por una despedida que acabó mal, apareció muerto en un banco de la Rambla y se convirtió en un recuerdo agridulce para sus amigos del alma y para todos los que nos lo cruzamos en distintas ocasiones y siempre pensamos que, como el personaje de un poema de Foix, se había perdido de vista.