Los narcotraficantes no descansan. No hacen vacaciones. Tampoco durante un confinamiento que mantiene a toda la población de Barcelona cerrada en casa. En el Raval, el estado de alarma no ha frenado la venta de droga. Las órdenes gubernamentales para coordinar la emergencia sanitaria por la propagación del coronavirus no han paralizado el negocio de la droga, cuyos engranajes siguen girando, sorteando, cuando pueden, los controles policiales.
Los vecinos del número 20 de la calle Salvador son testigos directos de lo que representa convivir con un narcopiso. Desde hace cuatro meses, 19 familias sufren el acoso de un reducido grupo de drogadictos. Desde que hace cuatro meses empezaran a vender droga desde el entresuelo primera, sus vidas se convirtieron en un infierno. En la puerta de enfrente, una mujer mayor apenas lograba dormir. "La tenían amenazada, no le dejaban ver ni la televisión", cuentan fuentes vecinales a Metrópoli Abierta.
EL ÚLTIMO TELEFONAZO
Los residentes desactivaron el timbre para interrumpir el pitido infernal que producía la llegada de los consumidores. El jueves por la mañana, el dichoso interfono retumbó una treintena de veces. Alrededor del mediodía, sonó por última vez. Sobre las 13.00 horas, cuatro coches patrulla de los Mossos d'Esquadra y un vehículo camuflado se personaron en el inmueble. Los agentes cerraron este punto de venta de droga y detuvieron a dos presuntos traficantes.
Plano contrapicado del número 20 de la calle Salvador / MA
"La mujer que vivía delante se puso a llorar", relatan los vecinos a Metrópoli Abierta. La vecina personificaba el alivio que sentía el bloque entero. Tras varias denuncias a los Mossos d'Esquadra, a la Guardia Urbana y al mismo Ayuntamiento de Barcelona, el episodio de terror particular de este rincón del Raval parecía haber llegado a su fin.
Tras la marcha de los agentes, los vecinos no lo dudaron. Arreglaron con dos chicos que realizaban tareas de reformas en el edifici interior para que se instalasen en el piso de manera provisional. No es la primera vez que los vecinos optan por esta peligrosa práctica en el Raval. En muchos casos, es la única manera de impedir el regreso de los narcotraficantes.
JERINGUILLAS, HECES Y ORINES
La operación policial se alargó dos horas. Los consumidores dejaron el piso inundado de orín, excrementos, latas de cerveza, jeringuillas, cuchillos y preservativos. Semanas atrás, cuchillos similares aparecieron en los buzones. Los vecinos lo interpretaron como una amenaza directa. Entre las cartas también asomaron tarjetas de crédito, algunos documentos de identidad y licencias de conducir; pequeños botines que conseguían los drogadictos en sus robos callejeros.
Momento del operativo policial contra el narcopiso del número 20 de la calle Salvador
Esa mañana, los inquilinos sacaron 10 bolsas llenas de basura. El grupo inmobiliario, propietario del piso, nunca contestó las llamadas. Jamás se hizo cargo de su inmueble. Una vieja historia que se repite lastimosamente y afecta a miles de vidas. A pesar de ello, los vecinos lanzan un mensaje optimista: "No hay que callar por miedo. Se debe denunciar, la unión hace la fuerza". Las continuas llamadas a la policía tuvieron, finalmente, su efecto. "Es un tópico que la policía no hace nada", insiste esta comunidad.
Durante esta semana, vendedores y consumidores han seguido con su actividad con relativa normalidad. Los captadores del Raval no se esconden durante el confinamiento y charlan entre ellos de manera despreocupada en medio de la calle. "Los consumidores tienen que consumir", se resignaba este jueves Ángel Cordero de Acció Raval, sorprendido por la presencia en la calle de estos captadores durante el confinamiento.
LATEROS EN LA CALLE
Los ERTES (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) –que golpean a centenares de empresas– tampoco entienden de trapicheo y venta de alcohol en la calle. Un vecino relata como sus cuatro vecinos, de origen paquistaní, lateros, siguen saliendo cada noche a captar clientes en las calles de Barcelona. No descansan, tampoco, los ladrones que el miércoles saltaron por el balcón al domicilio de estos lateros en la calle Tigre. A pesar de estar en el interior, no pudieron evitar que se llevaran un patinete eléctrico del comedor.
Cuando los Mossos d'Esquadra irrumpieron en el narcopiso de la calle Salvador encontraron a una veintena de personas. El inmueble, ubicado en las últimas calles del Raval, delimita el antiguo barrio chino con Sant Antoni, cuyo mercado está a escasos metros. Desde sus balcones, en esta estrecha vía, se asomaron algunas cabezas para presenciar una de las pocas victorias vecinales que conceden las mafias de los narcopisos.
DERROTA
La historia del número 20 de la calle Salvador parece haber tenido, de momento, un final feliz. Otro capítulo distinto es lo que sucedió la misma mañana del jueves en el número 48 de la calle Parlament, en el barrio de Sant Antoni. A apenas 100 metros, y unas horas antes, la policía cerraba otro narcopiso. No había transcurrido ni una hora del operativo policial cuando los narcos volvieron a ocupar el domicilio para seguir vendiendo su mercancía.
Un comerciante que trabaja a unos pasos del piso ocupado trasladaba su desesperación a los vecinos. Durante la operación policial, estos no pudieron salir de sus fincas. Las sillas y bancos de madera, instalados recientemente en esta calle, son usados durante estos días por los consumidores, ajenos a la epidemia sanitaria. El miércoles, cerca de la calle Tigre, una adicta se pinchaba heroína en plena vía.
DE ESPALDAS AL CORONAVIRUS
Un vecino que vive a unos metros del MACBA describe la situación en el Raval estos días: "Aquí mucha gente no cotiza", ironiza. "Si no salen, no venden", argumenta en referencia a los vendedores de cerveza ilegales. El miércoles por la tarde, la Ronda de Sant Antoni resistía al confinamiento con el discurrir de captadores, prostitutas y grupos de ciudadanos, la mayoría de extranjeros. Entre ellos, un grupo de jóvenes irlandeses parecía sumarse al despropósito que viven las calles de Ciutat Vella, de espaldas al coronavirus.