Cuando el nido del pájaro cayó al suelo, Jean-Pierre, que dormía al raso a tan solo unos pasos del árbol, intentó devolverlo, sin éxito, a su sitio. A este francés de 32 años le gustaba sacar la basura de la panadería donde trabaja Ana, a quien daba cada día los buenos días. Durante tres semanas durmió en la esquina de las calles Rosselló con Sardenya. Hasta el 27 de abril. Esa noche, mientras dormía, murió asesinado a golpes.
Su casa de l'Eixample se reducía a unas mantas, un saco de dormir y una bolsa. Dormía a unos metros de la Sagrada Familia. Jean-Pierre fue la última víctima de T.F.L, supuesto asesino en serie de, al menos, tres personas sin hogar en tan solo 11 días. Jean-Pierre no hablaba español, solo francés e inglés. Los que le recuerdan describen a una persona tranquila, educada y de buen corazón.
CASA CÁDIZ
En el registro de las personas que acuden a la Casa de Cádiz, a dos calles donde vivía, aparece un nombre: Cooper. Era su apodo. Así se identificó cuando acudió a esta casa que acoge personas sin hogar y que visitó en tres ocasiones. Allí le dieron mantas, un saco de dormir y comida. El activista Lagarder Danciu, que gestiona este centro en la callé Roselló, lo recuerda bien. "Era un tipo entrañable, respetuoso y muy educado", comenta.
Este martes, Danciu se acercó al lugar donde murió Cooper, donde hay una panadería y una pescadería. Cuando mostró fotografías de las personas que estas semanas han pedido ayuda en su centro, la pescadera Carmen Albardiaz lo reconoció al momento. En la imagen, Ronny, un perro terapéutico, le besuquea amistosamente mientras empaca la ropa y las mantas que le acaban de entregar en la Casa Cádiz. La foto es del 23 de abril, cuatro días antes de su muerte.
AYUDA A LA PANADERÍA
"Tenía un aspecto tranquilo", describe. Ana Sánchez, dependienta de la panadería, le daba siempre que podía algún bollo caliente. "No pedía nada nunca. No me entendía muy bien, pero era muy atento, siempre estaba pendiente de reciclar nuestras cajas", señala.
Carmen Albardíaz, enfrente de la pescadería donde trabaja / GUILLEM ANDRÉS
Jean-Pierre (o Cooper) se acercaba al mostrador de la panadería con la mano abierta para que Ana cogiese el dinero. El suave ruido del patinete eléctrico de la empleada lo despertaba. Entonces, retiraba un poco la manta y la saludaba. Allí arrancaba su rutina que empezaba con un café con leche en la panadería.
PASAPORTE
Cuando Danciu supo que el hombre asesinado era Cooper se le revolvió el estómago. "Siento que no hice lo suficiente para evitar que lo mataran", explica. En la Casa Cádiz, Diego, que habla francés, le indicó en un mapa donde se ubicaba el campamento para personas sin hogar instalado por el ejército en Fira de Barcelona para facilitar el confinamiento a los indigentes. Nunca llegó a ir. Nadie sabe a qué se dedicaba. En el breve intercambio de palabras, Diego tampoco se lo preguntó. "No me pareció lo correcto en ese momento", cuenta.
Jean-Pierre recoge una manta y se dispone a abandonar la Casa de Cádiz, tres días antes de su muerte / G.A
Jean-Pierre esperaba que se resolvieran unos trámites con el Consulado de Francia, cerrado a causa de la pandemia. "Quizás le robaron el pasaporte, a veces ocurre", comenta Danciu. Este martes, el activista publicaba una foto de Cooper en su cuenta de Twitter haciendo pública su imagen. Cuenta que lo hizo para "dignificar" su memoria, evitar que sea invisible.
EXPUESTO
En su trozo de acera, el francés dormía muy expuesto. Danciu cree que llevaba poco tiempo durmiendo en la calle. No entiende como no prefirió refugiarse en un gran hueco, situado delante del edificio. "No bebía alcohol, nunca iba borracho. Se veía que no llevaba mucho en la calle", comenta Sánchez, que avisó a la policía para que se hiciera cargo de él.
Cuando la mañana del 28 de abril no lo encontró delante de la panadería se alegró. "Pensé que por fin había encontrado un lugar donde ir". Pero el quiosquero le comunicó el fatal desenlace de Jean-Pierre. "Me quedé helada, se me saltaron las lágrimas", recuerda emocionada.
MURCIA
Jean-Pierre vivió en Murcia. Lo conoció Joaquín Regadera, un vecino con quien entabló cierta amistad, y que descubrió su muerte a través de la publicación de Danciu. Allí estaba, una noche del septiembre de 2017, arrodillado en la calle y pidiendo limosna entre un mar de chicos jóvenes que iban y venían de una discoteca a otra. Entonces, le acompañaba un perro, que muy probablemente hubiera evitado su triste final.
"Creo que era un buscavidas. Me pareció un mochilero. No tuve la impresión de que fuese a instalarse en Murcia durante unos años", explica. Hablaban en español, con frases cortas. Se acuerda de tener una larga conversación en inglés. A Joaquín le pareció que Cooper podía conseguir trabajo en cualquier momento y que estaba en condiciones de compartir piso. Pero pasaron los meses y siguió en la calle. "Se conformó con la condición de pedigüeño".
EVITABA EL MÉDICO
Este joven murciano fue, tal vez, una de las personas que compartió más momentos con él en estos últimos años. Dice que era reacio a los temas burocráticos y que evitaba el médico. "Lo sé porque un día tuvo una infección en la mano. Le pedí encarecidamente que fuese al médico, pero prefirió esperar", recuerda. Sus manos manchadas, sigue, responden a una idea "romántica" que tenía, una seña de identidad. Confirma el relato de Ana y Carmen cuando asegura que nunca lo vio bebiendo alcohol.
Era un "buen chico". Eso pensó también la novia de Joaquín. Tras su encuentro, se instaló en una casa okupa y su estado de ánimo mejoró. "Nunca mostró signos de estar alterado o fuera de sí. Mantuvo siempre su equilibrio y buen trato". Se terminó cansando del ambiente de la casa, donde se consumía droga con frecuencia, y se marchó. La última vez que lo vio fue en septiembre de 2019. Seguramente empezaría otro periplo que lo acabaría llevando a Barcelona. Allí, en una esquina, de manera injusta e inexplicable, Jean-Pierre encontró su muerte un 27 de abril de 2020.