Aura Roig abre cada día el local de su entidad Metzineres, en el Raval, para atender a una treintena de mujeres en situación de vulnerabilidad. Allí se encuentran, comen, socializan. Un paréntesis de su particular lucha contra el Covid-19. Estos días fabrican mascarillas. Ellas también hacen frente a la epidemia, un enemigo invisible que ha empujado a toda Barcelona a una cuarentena forzada para intentar frenar su contagio.

El confinamiento golpea con especial dureza a las cerca de 1.200 personas que actualmente duermen en la calle, según Fundación Arrels. De estas, el 13% son mujeres, según calculaba el Ayuntamiento de Barcelona en una nota reciente con datos de 2018. Entonces, dormían a la intemperie 329 mujeres de un total de 2.452 personas. 

Las mujeres sin hogar representan uno de los colectivos más vulnerables ante esta crisis sanitaria. Reacias a compartir albergues con los hombres por miedo a sufrir agresiones y abusos, decenas de ellas siguen durmiendo en cajeros de entidades bancarias y cualquier otro rincón que esté a su alcance. La imposibilidad de entrar en los centros municipales con sus parejas y mascotas, y la prohibición de consumir drogas en su interior, también alejan a las mujeres de estos refugios. Más del 70% de las usuarias de Metzineres arrastra problemas de adicción y consume de manera habitual algún tipo de droga, ya sea, cocaína, heroína, anfetamina o cannabis, entre otras. 

250 MUJERES CADA AÑO

"Estos días las estamos sensibilizando sobre el tema. Intentamos trasladarles estrategias de apoyo mutuo para evitar que duerman en la calle", explica Roig, antropóloga y directora de Metzineres. La entidad abrió sus puertas en 2017 y se presenta como el primer programa integral de reducción de daños exclusivo para mujeres en Cataluña. Por sus talleres pasan unas 250 mujeres cada año. De estas, el 58% no tiene un hogar seguro y el 51% carece de un techo. Algunas de ellas lo consiguen a cambio de sexo. 

Una mujer recibe curas en sus pies en el local de Metzineres, en el Raval / LORENA ROS



La extrema precariedad de sus vidas se refleja en los trabajos y actividades que realizan en su día a día. Algunas son trabajadoras sexuales, otras vendedoras ambulantes. Reciclan, y también piden limosna. La inmensa mayoría (el 90%) han vivido o viven situaciones de violencia y el 45% sufre trastornos de salud mental.

La entidad avisa que la cuarentena también afecta al negocio de la droga y, en la calle, las sustancias empiezan a mermar. Como consecuencia: los precios suben. Una situación, que afecta directamente a estas mujeres, que empiezan a sufrir los primeros síndromes de abstinencia al no disponer de su dosis diaria.

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

"Algunas están más nerviosas, con más ganas de buscar alternativas a su consumo. Lo están pasando muy mal", resume Roig. A ojos de la antropóloga, la previsible escasez de estupefacientes pondrá en evidencia estas semanas la necesidad de mejorar los programas de tratamiento para los consumidores. A diferencia de las personas que consumen heroína, que toman metadona como sustitutivo, no existen tratamientos parecidos para la cocaína, anfetamina y otras drogas.

En Metzineres, las mujeres son testigos directos de la subida del precio de la droga debido al confinamiento. "Los traficantes tienen menos sustancias y son más selectivos con los clientes", cuenta la directora. Los camellos intentan sortear los controles policiales evitando la entrada a los narcopisos de los consumidores que llaman más la atención. Las mismas mujeres dicen verse "obligadas" a drogarse en los pisos de consumo por el miedo a ser multadas o que la policía les confisque su dosis. 

La calidad de las drogas del mercado ilegal empieza a caer debido al contexto del confinamiento. "Hay menos puntos de venta y los precios se duplican. Esto revierte en más posibilidades de compartir herramientas de consumo, con peores efectos y de que se produzcan sobredosis", apunta la entidad. El lunes, una de las chicas experimentó la escasez de droga cuando compró cocaína y le dieron una pastilla. 

EL IMPACTO EN EL MERCADO DE LA DROGA

Núria Calzada, coordinadora de la ONG Energy Control-ABD, cree que todavía es pronto para conocer el impacto del Covid-19 en el mercado de las drogas. Sin embargo, podrían darse problemas en el tráfico debido a la interrupción de la importación de los precursores, sustancias a través de las cuales se sintetiza los estupefacientes, procedentes, en su mayoría de China. "Dependerá de la sustancia, no es lo mismo el cannabis que se puede producir a nivel local que la cocaína, que es importada", aclara. 

Energy Control es un proyecto que informa a los jóvenes sobre las drogas que consumen en espacios de ocio y fiesta con el objetivo de reducir los riesgos a los que se exponen. En las calles, Calzada pronostica que el precio puede subir debido al riesgo al que se exponen los camellos, ahora multiplicado por el aislamiento. Ese plus de peligrosidad, que en algunos casos podría requerir de un segundo intermediario, podría hacer subir el precio de las sustancias que se venden.

SOBREDOSIS

Con menos drogas también baja la tolerancia del cuerpo hacia sus efectos. A Roig también le preocupa otra posible repercusión de la caída del trapicheo: un aumento de las sobredosis cuando estas mujeres, y también el resto de toxicómanos, vuelvan a consumir como en las semanas previas al confinamiento. "La abstinencia de ahora puede pasar factura en el futuro", avisa la antropóloga. El peligro está en la previsible bajada de la pureza de la sustancia, la heroína por ejemplo, en las calles. Cuando recupera, de nuevo, una alta calidad, los consumidores tienen más riesgo de sufrir una sobredosis.

Dos mujeres sin hogar en Barcelona / ANA AGRAZ



El Ayuntamiento de Barcelona está dedicando estos días recursos adicionales para facilitar el confinamiento a las personas sin hogar. Este miércoles, el consistorio ha abierto 385 nuevas plazas que se suman a las 2.200 existentes, 72 de las cuales pensadas para mujeres. Metzineres pide que estas tengan en cuenta las situaciones de consumo de muchas mujeres que viven en la calle. "Es importante que se flexibilicen los horarios, que puedan salir a comprar las sustancias", señala.

EL CONSUMO COMO BARRERA

Roig considera que el sistema de acogida para personas sin hogar no se adapta a la realidad de las  que consumen drogas y levanta una barrera incapaz de proteger a estas mujeres. Esto se agudiza estas semanas. "El hecho de que el consumo esté vetado y estigmatizado las excluye. La adicción siempre ha sido un condicionante, un impedimento", observa. Desde su entidad, "normalizan" la situación de uso de drogas y evitan que las mujeres se sientan permanente juzgadas. "Cuando haces eso, el consumo deja de estar en el centro", señala. Cuando más tiempo pasan en este local, menos consumen. Se implican en actividades (talleres de danza, fotografía) y van construyendo poco a poco nuevas rutinas, alejadas de la calle.

La gerente tiene reservas sobre las 72 nuevas plazas de confinamiento pensadas para mujeres vulnerables, disponibles desde este miércoles en el centro Dos de Maig. "Si las mujeres que consumen no pueden salir para acceder a las dosis es un problema. Deberíamos pensar en espacios que no las haga fracasar", enfatiza. Critica, además, que el Ayuntamiento de Barcelona no haya contado con ellas para organizar los recursos extraordinarios para confinar a las mujeres sin hogar. Unos equipamientos, señala la asociación, que "no ha tenido en cuenta la complejidad de las realidades" con las que trabaja. 

CONTRA EL ASISTENCIALISMO

Su entidad no prohíbe la entrada a las mujeres que hayan consumido recientemente. A veces, tras el efecto de las dosis, sigue Roig, se abren a las trabajadoras sociales, médicos, educadoras y psicólogas de Metzineres. Es el instante en el que las mujeres les trasladan sus inquietudes más sinceras, las relaciones tóxicas del pasado, por ejemplo, y cuando pueden llegar a conocerse mejor. "Acompañamos los casos de consumo que son inevitables para que corran el menor riesgo posible. Nosotras no hacemos asistencialismo, somos activistas", sentencia. 

Al fondo, una mujer teje, mientras otra, se sujeta la cabeza con las manos / ANA AGRAZ



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