El edificio de viviendas de la avenida de la Meridiana, 94, que acumula decenas de okupaciones / M.A

El edificio de viviendas de la avenida de la Meridiana, 94, que acumula decenas de okupaciones / M.A

Sucesos

Robos, incendios y vandalismo: El infierno de Jordi por culpa de los okupas

La okupación crónica en un edificio de viviendas del Clot atormenta a uno de los propietarios

14 septiembre, 2020 00:00

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El infierno particular de Jordi Miralpeix empezó en 2016. Tras la muerte de su padre heredó 10 pisos de un edificio de viviendas familiar ubicado en el barrio del Clot de Barcelona. El inmueble tiene un largo historial de okupaciones desde 2010. En algún momento el Ayuntamiento de Barcelona ha situado el porcentaje de pisos ocupados en un 60% sobre el total de 22 pisos. Miralpeix, de 55 años, denuncia que las "mafias de la okupación" han tomado el edificio. En el historial conflictivo de este piso, los vecinos han vivido peleas, robos, vandalismo y hasta tres incendios en el interior de los pisos.

La puerta del edificio permanece abierta durante todo el día. Diversas ventanas de la fachada principal están rotas y los marcos de maderas sustituyen el cristal que hubo en algún momento. En la escalera, unos niños pequeños corretean alrededor de una mujer obstaculizando el tránsito de los vecinos. Los buzones forzados y la suciedad, con restos de excrementos, dan la bienvenida a todo aquel que quiera acceder al primer piso. Las entradas de algunos pisos están blindadas por unas puertas reforzadas instaladas por empresas de seguridad privada. Son el indicativo de la alta actividad de ocupaciones ilegales del inmueble.

EXCREMENTOS Y BASURA POR LA VENTANA

"Es un sin vivir", resume Miralpeix, artista de profesión, que siente "cariño" por el edificio, diseñado por su madre y construido en los años 70. En los últimos tiempos, ha destinado miles de euros y horas en intentar solucionar caso por caso el problema en las siete propiedades ocupadas ilegalmente. En dos casos, el dueño acordó una especie de alquiler social para los inquilinos, personas en situación vulnerable. Los cinco pisos restantes, dice, son una fuente de problemas y el proceso para desalojarlos está en manos de la justicia.

Álex (nombre ficticio), uno de los vecinos, enumera las actitudes incívicas en la escalera y los rellanos: pintadas, destrozos, basura y restos de excrementos en las escaleras y paredes. Pinchan la luz y lanzan a la calle restos de comida, envoltorios, hojas de afeitar usadas y medicamentos caducados. Las pésimas condiciones higiénicas de algunas viviendas obligaron hace un par de años a los vecinos a contratar una empresa para desinsectar todo el edificio. La música, los bailes y los gritos de madrugada perturban a esta comunidad. Además, añade Álex, no llevan mascarilla, un hecho comprobado por este medio.

MAFIAS DE LA OKUPACIÓN

En tres pisos, los intrusos sacan tajada aprovechando la vulnerabilidad de otras familias. Okupan el piso y luego lo realquilan, sacando un beneficio neto ilícito de una propiedad ajena. Un juez ha dictado sentencia firme sobre estas viviendas y Miralpeix espera que se ejecute la orden. 

Ventana rota en el primer piso del edificio de la Meridiana / M.A

Ventana rota en el primer piso del edificio de la Meridiana / M.A



Una conocida empresa barcelonesa que se dedica a las desocupaciones extrajudiciales le ofrecía 2.000 euros por desalojar cada piso. Otra de estas compañías surgidas en los últimos años proponía echar a los intrusos por 4.000 euros. Finalmente optó por la vía judicial y denunciar los casos, un proceso que le cuesta unos 1.000 euros por vivienda. Miralpeix denunció otros dos casos de okupación en sus propiedades, el último en agosto. Le ofreció al ocupante la posibilidad de negociar un alquiler social, pero el hombre se negó y le reclamó 2.000 euros a cambio de irse. 

INCENDIOS

La historia del último piso merece un paréntesis en este culebrón sobre la okupación en Barcelona. En él entraron un grupo de jóvenes que le hostigaron a través de las redes sociales, con pintadas en el edificio que mencionaban a su familia y con decenas de llamadas con un número oculto acusándolo de especulador y de actuar como un fondo buitre.

El dueño de las viviendas relata incrédulo las acusaciones de estos grupos. "Me considero una persona de izquierdas. Soy hijo de la transición y he estado vinculado a los movimientos sociales", explica. En 2019 el piso en cuestión, que tenía la luz pinchada, ardió en llamas. "El que vivía dentro se ha ido de rositas", lamenta. El presupuesto para arreglar los desperfectos asciende a unos 10.000 euros que pondrá de su bolsillo. Otro propietario de dos viviendas, que prefiere mantenerse en el anonimato, cuenta hasta tres incendios desde 2014.

A este hombre le ha tocado batallar con un problema con el que ya lidió su padre. Fue en 2010 cuando las primeras dos familias se instalaron por la fuerza en dos pisos. El hombre mantuvo un tira y afloja con un grupo de personas. Consiguió desalojar algunos pisos, pero la situación se enquistó. Recientemente, los okupas han hecho incluso "escraches" al resto de vecinos para presionarles y que se vayan de las viviendas. En la escalera ha habido robos de luces, mobiliario comunitario y actos de vandalismo en el ascensor que se rompe con frecuencia. Los interruptores y los contadores, destrozados.

CRÍTICAS AL AYUNTAMIENTO

Los miembros de una misma familia pagan religiosamente el alquiler de otros tres pisos de este barcelonés. Solo en dos okupaciones, asegura, viven personas vulnerables, que pagan una especie de alquiler social de 400 euros en un "acuerdo entre partes" entre él y el Ayuntamiento de Barcelona. En un alquiler social el pago es compartido por el inquilino y la administración. En este caso solo pagan los residentes.

Imagen de la fachada principal del edificio el pasado jueves / M.A

Imagen de la fachada principal del edificio el pasado jueves / M.A



El consistorio desistió de participar en un alquiler social porque, según relata, no estaba seguro de que los inquilinos pagarían. Miralpeix explica que el consistorio le prometió ayudarlo en algunas reformas, pero que el ofrecimiento nunca se materializó. "Me han abandonado", se queja. Al otro lado del teléfono, el hombre muestra su desesperación por el calvario que le ha tocado vivir.