Kopeikin Konstantin y Zhanna Kopeykina, actuales dueños de la licorería más emblemática de Barcelona

Kopeikin Konstantin y Zhanna Kopeykina, actuales dueños de la licorería más emblemática de Barcelona SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Vivir en Barcelona

La pareja rusa que llegó a Barcelona y salvó 'sin querer' un negocio histórico: "Lo daban por muerto"

Zhanna y Konstantin Kopeikin llegaron a Barcelona con un negocio de lámparas, pero el destino les puso al frente de un local casi centenario

Otras informaciones: La licorería más emblemática de Barcelona que resiste en el Poblenou: casi 100 años de historia

Publicada

En el número 91 de la calle de Taulat, detrás de un mostrador de madera que huele a pasado, Zhanna Kopeykina sonríe con serenidad mientras acomoda unas botellas.

Su marido, Konstantin Kopeikin, se mueve tras la barra con discreción, atento a cada detalle. Son la nueva pareja que, casi por azar, se convirtió en heredera de una institución.

Nosotros vinimos de Moscú a trabajar en un negocio de lámparas. Nada que ver con el vino”, explica Zhanna, riéndose. “Pero el propietario de La Licorera nos dijo: "¿queréis continuar con esta historia?" Y pensamos: ¿por qué no? Así empezó todo”.

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932 SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Su decisión no fue solo empresarial. Sin saberlo, estaban salvando un pedazo de patrimonio sentimental del Poblenou, un local que muchos daban por perdido tras la muerte, en 2023, de Júlia Cahué, la tercera generación de la familia fundadora.

Un funeral interrumpido

El cierre parecía un adiós definitivo. Como tantas otras persianas bajadas en la calle de Taulat, La Licorera era otra víctima de la falta de relevo generacional.

Pero, contra todo pronóstico, el cartel volvió a encenderse. Como el Ave Fénix, el local se sacudió las cenizas del tiempo y la solera para resurgir con nueva vida, sin renunciar a su esencia.

“El tiempo pasa y un poquito se lo hemos cambiado, pero no mucho. Conservamos la tradición, pero con otra vista”, resume Zhanna.

La madera, las vitrinas y la luz

Entrar hoy en La Licorera 1932 es entrar en un lugar donde el pasado y el presente conviven sin estridencias.

La madera oscura de los estantes centenarios sigue en pie, las vitrinas vintage se mantienen en su sitio, y en el centro luce una mesa que, como recuerda Zhanna, “tiene casi 100 años, como esta tienda”.

Lámpara de la Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932

Lámpara de la Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932 SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Sobre los techos cuelgan lámparas de cristal con vidrios de colores que proyectan una luz cálida. Al fondo, un mueble de dos pisos se eleva hasta casi tocar el techo, coronado por una procesión de botellas antiguas que parecen custodiar el lugar.

En sus estantes inferiores, los barriles de vino a granel recuerdan las décadas en que los vecinos acudían con garrafas para llenarlas.

No cambiamos casi nada, solo limpiamos, restauramos y dimos más luz”, dice ella. Ese gesto de traer claridad no es solo estético: simboliza la voluntad de hacer visible de nuevo un negocio que la oscuridad del cierre había condenado al olvido.

El loro del 36: un mito del barrio

Entre las reliquias que sobreviven, una figura destaca sobre todas: un loro gris africano disecado dentro de su jaula. Es el famoso “loro del 36”, la mascota que hizo célebre al local en los años 50.

El ave imitaba con precisión el silbido que daba salida a los tranvías 36 y 52, provocando que arrancaran antes de tiempo y dejando pasajeros rezagados en la parada frente a la tienda. También sorprendía a los clientes con frases como “borratxo!” o “¿ya has pagado?”.

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932 SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Murió en 1992, con 46 años, pero sigue presente. “Forma parte del alma de esta tienda. Cuando lo vi por primera vez, pensé: esto no es solo una licorería, es un lugar con historia viva”, confiesa Zhanna.

Vivir dentro de la historia

Zhanna y Konstantin no solo trabajan en La Licorera: también viven en ella durante algunos meses del año. En lo que antaño era la vivienda de los dueños, hoy tienen su hogar. “Nuestra habitación tiene vista a la tienda. Es bastante auténtico”, cuenta Zhanna.

Las mañanas de verano empiezan con un baño en la playa cercana y continúan con la apertura del local a mediodía. “Nuestra vida ahora está aquí. Saludar a los vecinos, vivir el barrio… es como formar parte de su alma”, asegura.

Un templo para el vino

La Licorera 1932 no es solo una tienda. Funciona también como vinoteca, donde los clientes pueden comprar una botella y abrirla allí mismo, sin recargo. “Queremos dar la cultura del vino, que no sea solo beber alcohol, sino entender qué bebes, cómo se produce, por qué es único”, dice Zhanna.

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932 SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

En sus estanterías conviven botellas de ocho euros con otras que superan los 500 euros, vinos exclusivos con puntuaciones perfectas en guías internacionales. “Tenemos clientes que prefieren vinos únicos, que no se encuentran en cualquier sitio”, explica.

La tienda organiza también catas para grupos pequeños, en colaboración con profesionales, reforzando su papel de espacio cultural además de comercial.

La continuidad de una memoria

El hilo que une a los fundadores de 1932 con Zhanna y Konstantin se percibe en cada detalle. Desde los barriles con los nombres de las tres generaciones Ferreres hasta el loro, pasando por la mesa centenaria o las lámparas restauradas.

Conservamos la tradición, pero damos otra vista. No queremos borrar lo que había, solo continuarlo”, insiste Zhanna. Esa idea de continuidad es lo que convierte su aventura en algo más que un negocio: es un acto de custodia del patrimonio inmaterial del barrio.

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932

Licorera de la calle Taulat abierta desde 1932 SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Y en esa mezcla de pasado y presente, La Licorera 1932 encuentra su fuerza. Una tienda que estuvo a punto de desaparecer y que hoy, gracias a dos migrantes rusos que llegaron por casualidad, vuelve a latir con vigor en una calle que resiste.

"Ahora nuestra vida está aquí"

Nadie sabe qué deparará el mañana. Ni el Poblenou, con sus calles en transformación, ni La Licorera, con su legado centenario. Pero por ahora, cada copa servida en el local es un brindis por la resistencia, por la memoria de Júlia Cahué, por la irreverencia del loro del 36 y por el coraje de Zhanna y Konstantin.

Ahora nuestra vida está aquí”, dice ella, con esa mezcla de firmeza y humildad que caracteriza a quienes saben que el futuro es incierto, pero el presente es suyo.

En la calle de Taulat, entre comercios cerrados y persianas bajadas, hay un letrero que brilla de nuevo. Y dentro, una pareja que ha devuelto la vida a un lugar que parecía condenado al olvido.