Entre el refranero español existe esa popular expresión con final abierto que advierte de que “si las paredes hablaran...”. Pues resulta que en Barcelona lo hacen. Y casi se podría decir que a gritos. Aunque para oírlas, hay que saber escuchar. O más bien mirar. Pero para ello resulta prácticamente imprescindible que alguien nos enseñe dónde poner el ojo. A dirigir miradas es precisamente a lo que se dedican los dos guías de Barcelona Street Style Tour, que recorren a diario el casco antiguo para enseñar -básicamente a turistas- el arte urbano que se cultiva en la ciudad.
Lo primero que avisa Chloé Lanier -una guía francesa que vino a Barcelona 'por amor al arte'- es que lo viene a continuación no son grandes muros graffiteados. Después de la ordenanza cívica de 2005, esto estát tajantemente prohibido. Pero hecha la ley hecha la trampa; aunque las paredes son de uso público -y están blindadas al espray-, los puntos de luz son espacios privados. De ahí que en el Gòtic y en el Born el arte urbano prolifere en estas pequeñas parcelas de libertad artística.
El recorrido empieza en la calle del Comerç, donde Lanier se detiene a comentar el graffiti que decora una persiana. Es de H101, uno de los grandes nombres del arte urbano. “Ante el peligro de que las llenen de 'tags' (graffitis que consisten en la firma de su autor), muchos comerciantes prefieren comisionar a un artista para que pinte sus persianas”, explica la guía. “Pero... ¿Y si viene otro y pone su marca encima?”, pregunta una de las turistas que se han sumado al recorrido. Es algo que puede pasar y, de hecho, pasa a menudo. Aunque ante estos casos, el arte urbano tiene sus propias leyes. “Para pintar encima de otro graffiti tienes que ser alguien con más reconocimiento o bien hacer algo que sea más arriesgado”, responde Lanier. De ahí que cuando a alguien se le ocurrió dejar su huella en una persiana de H101, un tercer graffitero replicara en la misma superficie añadiendo: “Estás loco, es H101”.
Unas puertas más allá, otra parada obligatoria: dos persianas firmadas por dos de los graffiteros con más presencia en Barcelona. Una vez los identificas, te acompañan a cada paseo por el centro. El primero, BombZone, que ha llenado de bombas -pintadas- la ciudad. Aunque la elección de este emblema suene a reivindicativa, lo cierto es que se debe a razones menos profundas: el artista cree que su oficio “es la bomba”. Lo acompaña la persiana de Konair, cuyos helados de grandes ojos inundan el callejero de la ciudad.
Siguiendo por el carrer dels Petons, unas latas acompañan la placa. En ellas se puede leer “Amor antes de nada, real ante todo”. Son obra de 'Me_Lata', el propietario de un restaurante que recolecta estos envases para dejar mensajes románticos a su mujer y, ya de paso, a todo barcelonés que tope con ellas. Al parecer, se ha vuelto tan popular que hay quien decide llevarse a casa parte de sus instalaciones.
Ya en la Plaça Sant Agustí Vell, en una de las puertas de una toma eléctrica puede leerse dos veces un mismo mensaje: 'GRAFFITI SUCKS LIKE DEEPTHROAT' ('El graffiti la chupa como Garganta Profunda'). Lo “firma” el Ayuntamiento de Barcelona. “Es curioso que no los hayan limpiado”, comenta Lanier, que cree que el hecho de que las pintadas vayan acompañadas de la falsa estampa del consistorio causa confusión entre el servicio de limpieza.
En las puertas de las callejuelas del Gòtic se repiten dos artistas emblemáticos -y abrumadoramente prolíficos- de la ciudad. Nada de chavales que se inician en el mundo de graffiti. Ambos llevan dos décadas dedicándose a esto y sus obras se venden por unos 3.000 euros. El primero, Art is trash ('El arte es basura'), ha dejado sus pinturas rupestres por cada rincón del casco antiguo y por muchos otros del mundo. El hombre detrás de esa plaga de caballos primitivos que adornan la ciudad es Francisco de Pájaro.
También se repiten por todas partes los extracoloridos y un tanto naif peces de el Pez, otro que ostenta título en el Olimpo del arte urbano barcelonés. “Repartiendo sonrisas desde 1999”, reza su lema. Sus diseños de bestias acuáticas enseñando dentaduras están hasta en gorras. No confundir con los 'peces polla' de papel que también decoran la capital catalana. Estos últimos son el resultado de una curiosa actividad familiar -la de pegar animales fálicos en todo tipo de superficie- que quizá haya destapado al artista urbano más joven de la ciudad.
Al acabar, Lanier se detiene frente a una pared para hacer un repaso final de la lección aprendida. Un éxito. Da la sensación que los allí presentes han asistido a un curso intensivo de arte urbano; dos horas más tarde resulta imposible no identificar ese polo de ojos saltones ni esos caballos montándose mutuamente.