Dani Ballart participó el pasado martes 25 de julio en un relevo de la antorcha olímpica durante la conmemoración de los 25 años de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. “Corrí un centenar de metros del primer sector de La Rambla, subiendo hacia la plaza de Catalunya, y recogiendo el relevo de mi amigo Raúl Tamudo”, cuenta el ex waterpolista, uno de los 13 integrantes de la selección española que ganó la medalla de plata “más llorada” de la historia olímpica. Pese a aquella aún recordada amarga derrota en la final ante Italia (8-9, con tres prórrogas agónicas), y con un público entregado en la piscina Picornell de Montjüic, Ballart, el benjamín de aquella selección, no duda en recalcar: “Fue una final triste, pero es lo que dio paso a todo lo que vino después”.
Fue el inicio de una generación prodigiosa del waterpolo español que cuatro años más tarde se aupó a lo más alto del podio olímpico de Atlanta y concluyó con dos oros en los Mundiales de Perth (1998) y Fukuoka (2001). Un equipo difícilmente irrepetible.
“Ojalá renazca un equipo como aquel”, señala Ballart. “Aunque es irrepetible". Y lanza un dardo: “El gran problema es la Liga española, no es de calidad. No hay inversión y eso se refleja en la selección”.
Jordi Sans, Chiqui, de 51 años y tío de Dani Ballart, recuerda aquel 9 de agosto: “Hundido, fui directamente a casa a llorar, sin asistir a la ceremonia de clausura”. “Tardó mucho tiempo en salir el sol”, añade, “pero perder esa final nos dio el acicate para ganar después”.
¿Qué recuerdos guardan de aquel equipo de Barcelona 92? Atiende Sergi Pedrerol, de 47 años. “Para muchos de nosotros fueron nuestros primeros Juegos y la mayoría del grupo continuamos años juntos. El recuerdo radica en encontrarnos de vez en cuando, recordar la familia que éramos, pese a los diferentes caracteres y personalidades. Esto, a veces es la base del éxito”. “Los catalanes, liderados por Manel Estiarte [fiel escudero del técnico Pep Guardiola desde 2008], aportábamos el talento y la técnica”, añade Sans. “Y los madrileños [el fallecido Jesús Rollán, Pedro García, Chava Gómez y Miki Oca], la chulería”.
Una selección prodigiosa que puso en el mapa mundial al waterpolo español. Antes de Barcelona 92, se hablaba muy poco de este deporte. Todos los años posteriores en que ese equipo estuvo en la piscina hizo que se hablara de waterpolo. No mucho, pero algo más de lo que se hacía.
“Pudimos ser un ejemplo para todas generaciones que vinieron después, aunque no sé hasta qué punto nos conocen”, explica Ballart, entrenador del Sant Andreu y, con Pedrerol y Chava Gómez, los únicos que siguen vinculados con el waterpolo ahora como técnicos del Molins de Rei y del Sabadell, respectivamente.
Y quien volvió a saborear la plata olímpica fue Miki Oca, de 47 años, en Londres 2012, como seleccionador de la selección española femenina, perdiendo la final ante Estados Unidos y, curiosamente, también un 9 de agosto. Un Oca que también hizo sus pinitos como modelo.
“Oca es el artífice de la eclosión del waterpolo femenino”, señala Ballart, bueno conocedor de las féminas españolas, y comentarista de waterpolo de televisión española, además de tertuliano de deportes en Catalunya Radio, como buen perico del Espanyol. “Estoy muy conectado al waterpolo femenino pequeño”, explica. “Mi madre fue waterpolista y mis parejas sentimentales han practicado este deporte”. Ballart seguirá en el mundo del waterpolo –“me gusta la alta competición”- y no cierra puertas a dirigir una selección, aunque no le obsesiona.
Jordi Sans, tras pasar 30 años en las piscinas, sigue vinculado al deporte fuera de la piscina, desde el despacho de la Unió de Federacions Esportives de Catalunya (UFEC), entidad de la que es director deportivo y viste como un ejecutivo moderno. Mientras, Pedro García, encarriló su vida como presentador de varios programas de televisión (léase Hermano Mayor o el más reciente, La Isla), tras superar la adicción al alcohol y las drogas, una historia que contó en primera persona en su libro “Mañana lo dejo”, publicado en 2012.
Una selección prodigiosa, la de 1992, que se forjó de la mano del técnico croata Dragan Matutinovic, un preparador que los llevó al límite de sus fuerzas con sus métodos militares de la antigua Yugoslavia y que aún sigue en activo, a sus 63 años, como seleccionador de su país. “Tiene el mismo aspecto que hace 25 años”, concluye Ballart. “Con pelo blanco pero parece que no envejece”. Todo un carácter.