20 de septiembre de 1997. Dos minutos después de las cinco de la tarde, 74 kilos de goma-2 dinamitan las gradas del Estadio de Sarrià. Solo una de las tribunas quedan a medio caer. Igual, la más orgullosa. La que se resistía a formar parte de los escombros. Sin embargo, al paso de las horas las excavadoras terminaron de hacer añicos su empecinamiento. 74 años de historia deportiva dejarían paso a pisos de alto-standing y un pipi-can.

El drama era más que plausible en la atmósfera mezclada con partículas de polvo. El coliseo blanquiazul era la cuna de miles de sentimientos deportivos. Mecidos durante años por el juego de Ratita Egea, Valverde, Parra o Marcet; jóvenes y no tan jóvenes veían como 'su casa' desaparecía. Al fin y al cabo, se resumía en vida o muerte. Las deudas estrangulaban a la entidad. De un plumazo, un estadio que en su día costó 170.000 pesetas servía para ingresar 9.600 millones de pesetas por la recalificación de su solar. Los 10.000 millones de pesetas que acumulaba en deudas el club quedaban saneados.

11-5-60. La luz eléctrica ilumina el estadio de Sarriá por primera vez. Ary, meta del Flamengo, atrapa el balón ante la mirada de su defensa / PericosOnline



EL 27 DE GENERAL MITRE

La base de operaciones se estableció en el terrado del número 27 de la Ronda del General Mitre. Desde allí, el ingeniero Óscar Gaudet pulsó el botón rojo. Ni alarmas ni cuentas atrás. Como cuando se apagaba el televisor de tubo, un breve estallido puso fin a las aventuras por la UEFA, a los tres infiernos en Segunda y a las épicas, como la última victoria ante el Valencia por 3-2. De hecho, en aquel 'match', la estrella Jordi Lardín también se descalzaba las botas sobre el césped perico para poner rumbo al Atlético de Madrid.

El mismo verde también fue escenario los mejores encuentros en el Mundial del '82, cuando las 43.667 localidades de Sarrià se deleitaron con el juego del grupo 3, en el que Italia, Brasil y Argentina se jugaron el pase a las semifinales. Un espectáculo en el que Paolo Rossi se coronó rey de las gradas blanquiazules para después convertirse en emperador en la final del Bernabéu.

DE SARRIÀ A CORNELLÀ

Volviendo al barro, el desahucio de una de las zonas más prestigiosas de Barcelona obligó a la entidad a hospedarse en Montjuïc. Durante más de una década los aficionados más acérrimos subieron las cuestas de la montaña mágica mientras miraban de reojo la falda de Collserola. Por aquel entonces suficiente tuvieron con defender hasta el último minuto su presencia en Primera División. Sin embargo, también es verdad que, de las cuatro copas del Rey que la entidad tiene en sus vitrinas, dos las paseó por los carriles de la pista de atletismo.

Ahora los espanyolistas ya tienen nuevo hogar, aunque fuera de las fronteras de Barcelona. En Cornellà se vuelve a cantar y alentar a los suyos, como lo hicieron durante décadas en Sarrià. Un nuevo estadio que, sin embargo, difícilmente podrá reemplazar las emociones que vivieron generaciones enteras, absolutamente entregadas al fútbol clásico. De aquel balompié que teñía de fango las franjas blancas y azules; lodos que hoy apenas son recordados con una placa conmemorativa.

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