Negros. O mejor dicho: esclavos. O mejor todavía: esclavos negros. Sí, no es políticamente correcto llamar a los africanos 'negros', pero esta es una idea más propia del siglo XXI. No hace tantos años atrás (ni siquiera llega a los 200 en realidad), estos ni siquiera merecían un nombre. Eran 'carga de barco'. Mercancía que iba de la costa africana y se descargaba en las Américas. Historias de trata humana que el profesor de Historia Contemporánea de la UPF, Martín Rodrigo, y la doctora en Historia por la UPF, Lizbeth Chaviano, han puesto nombre y apellidos en su libro 'Negreros y esclavos, Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI - XIX)'.
Ilustres apellidos barceloneses hicieron fortuna traficando con vidas humanas. Y si bien Antonio López parece ser el más famoso, hay más. Hay muchos más. Los Vidal-Quadras (antepasados del eurodiputado del PP), los Mas (no es casualidad que sea el mismo apellido que un famoso expresident de la Generalitat), así como un largo etcétera de linajes de los que, oh sorpresa, descienden reconocidos empresarios, políticos o financieros. Familias que presumen de sus imperios, pero que con la suela del zapato esconden el verdadero origen de su fortuna. Fuentes económicas/vida humanas/trozos de carne que incluso llegan a estar cuantificados en el volumen que se ha presentado este martes con carácter alegórico en el Museu Marítim.
COMPRAR, TRANSPORTAR Y/O VENDER NEGROS
Tal como señala el doctor en Historia de América por la UB, Javier Laviña, “con que el 25% de la carga llegara viva ya era rentable; ¿quién no iba a participar en un negocio en el que si perdías el 75% ganabas dinero?”, se pregunta. De hecho, lo que hoy en día parece ser tan escandaloso (menos cuando se compra algo Made in...), no dejaba de ser una actividad económica cotidiana hasta no hace tanto. Solo el próximo 23 de septiembre se (debería) conmemorar el 200 aniversario del tratado que firmaron España e Inglaterra para acabar con el tráfico de esclavos. Sin embargo, a nadie se le escapa que la actividad negrera persistió hasta 1886 en España. ¿Tarde? Un poco, sí. “Somos el último país europeo en terminar con la esclavitud”, recuerda Rodrigo.
Pero... Si bien todo el mundo celebró el bicentenario de la Constitución de Cádiz, Rodrigo tiene la sensación que del aniversario de la abolición esclavista “no se va a recordar absolutamente nada” [aunque sea simplemente por pura formalidad]. ¿Desinterés? ¿Olvido? ¿Vergüenza? Si bien en Europa el tema ha sido más estudiado, “y ni siquiera la presentación de un libro como este habría congregado a 20 personas”, en el caso de Barcelona Laviña lanzaba la reflexión ante más de un centenar de personas. De hecho, hasta ahora parece que a nadie le despertaba mucho interés el tema. Muy pocos han llegado a rascar sobre el pasado de los 'negreros' que ponen nombre a calles y plazas. O ni tan siquiera hacía falta levantar la vista hacia las placas de mármol, porque cualquier sastre o carpintero podía participar (o participaba) en el negocio a pie de calle.
EL CAPITAL QUE LEVANTÓ BARCELONA
“No sé por que a algunas familias ocultan ese pasado y les da vergüenza; era una realidad económicamente rentable”, comenta Laviña. En Barcelona había esclavos, pero la actividad económica distaba a miles de millas náuticas. Al fin y al cabo, el beneficio neto salía de la trata humana y de su explotación como mano de obra en los territorios españoles de ultramar. “A lo largo de todo el XVIII hasta la abolición, prácticamente todo el beneficio europeo viene del trabajo esclavo; no es de extrañar que Barcelona, cuando en el XVIII empieza a resurgir, participe también en este tipo de negocios”, expone el doctor. Por ello plantea: “¿Sin el capital acumulado por el tráfico de esclavos, donde estaría la Revolución Industrial? “. Los juicios de valor personales quedan para después de la lectura.