Leo Messi es un artista del balón, un futbolista único, tan talentoso como ambicioso y competitivo. Su felicidad depende de que su equipo gane, ya sea en una final de la Champions o en un entrenamiento, y de su contribución al juego. El crack argentino tiene más registros que nadie y disfruta con una asistencia y con un buen gol. Cuando un tanto se le resiste, Messi puede ponerse como una furia. Sus compañeros lo saben y muchos no olvidarán qué pasó en el vestuario del Barça el pasado 17 de diciembre, minutos después de que el grupo azulgrana derrotara al Deportivo por un contundente 4-0.
Ese día, la afición del Barça disfrutó con el juego de Messi. El argentino dio otro recital, pero estrelló tres remates en el poste (sumaba 14 en los primeros cuatro meses de la actual temporada) y, sobre todo, erró un penalti. Nadie le reprochó nada. Al contrario. La hinchada coreó su apellido, pero él se retiró cabizbajo, renegando y con cara de pocos amigos. En el vestuario todavía estaba furioso y su reacción sorprendió a muchos. El argentino cogió su móvil y lo estampó contra la pared, según ha podido saber Metrópoli Abierta.
MUCHO MÁS FELIZ EN EL BERNABÉU
Ter Stegen, según explicó la misma fuente, se llevó un buen susto, pero no hubo censuras a Messi, ni lamentos por el coste que le supondría la compra de uno nuevo. Una semana después, Leo alivió sus penas y acabó mucho más feliz. Eufórico. En el Bernabéu elevó su nivel y lideró la victoria azulgrana ante un Real Madrid (0-3) muy tocado. Ese día, el 10 del Barça marcó un gol de penalti y su celebración fue una de las imágenes del fin de semana en todo el mundo.
En la plantilla del Barça todos conocen el fuerte carácter de Messi y todos aceptan su rol. Hombre de pocas palabras, el crack argentino se transforma en el campo y lo que allí sucede marca su estado de ánimo.