Quienes están acostumbrados a callejear por Barcelona, más de una vez seguramente se habrán parado ante una de estas casas bajitas que se esconden en los barrios periféricos de L'Eixample y Ciutat Vella que antes eran destino veraniego de la burguesía barcelonesa. Testigos cada vez más escasos de otros tiempos de la ciudad, y símbolo de esta trayectoria histórica a medio camino entre los pueblos que fueron y la gran urbe contemporánea que es hoy Barcelona. Y cuando eso sucede, solemos pensar con un punto de envidia: “¿Quién vivirá aquí?”.
Eso ocurre por ejemplo en la plaza Lesseps, en la frontera entre el meollo de la Ronda del Mig y la efervescente Gràcia, se alinean una escueta serie de casitas protegidas de los curiosos por muros, portales y vegetación. Tanto es así que pocos ciudadanos se han percatado de su existencia, que se funde en el paisaje, como lugares invisibles para quienes andan con prisa y que, sin embargo, llevan décadas estando allí.
Pues bien. ¿Qué os parecería tener la oportunidad de llamar al timbre de una de estas viviendas, que os abriesen la puerta y que pudierais entrar y descubrir lo que hay entre estas paredes? ¿Quizá incluso quedaros a cenar como un invitado? Esto es posible, ya que una de ellas (no diremos cuál para mantener en vilo el misterio) alberga uno de los primeros restaurantes clandestinos que abrió en Barcelona. También uno de los que más fama ha cosechado a lo largo de los cerca de cinco años que lleva abierto, y que acaba de reinaugurarse tras unas reformas. Se trata de Spoonik Club, el proyecto gastronómico con el que dos chefs de origen latino, Jon Giraldo (Colombia) y Jaime Lieberman (México), iniciaron su andadura en Barcelona.
Además de un restaurante-no-al-uso, su particularidad también radica en que fue el lugar de residencia de Giraldo –“la casa de Jon”, como la conocen íntimamente sus amigos–, que un día decidió convertirse en anfitrión de un público cada vez más ávido de experiencias culinarias más completas, singulares y, por qué no decirlo, rocambolescas. La experiencia Spoonik Club empieza cuando, tras reservar a través de la web, una vez llegado el día de la cita, nos plantamos en Lesseps y buscamos la casa, que no está indicada con ningún tipo de rotulación. Llamamos con una mezcla de timidez, curiosidad y sentimiento pícaro de hacer algo prohibido. Se abre la puerta y nos adentramos en un jardín encantado donde, especialmente en primavera, se mezcla un sutil olor floral y frutal a apreciar con una copa de bienvenida en la mano.
A continuación, empieza el show: entramos en la casa, anteriormente residencia de la modelo y artista Margit Kocsis, que al parecer vivió aquí una existencia muy pop, y descubrimos un loft acogedor y repleto de libros, y piezas de arte y diseño de todos los estilos (de clásicos a kitsch). En medio del salón nos sentamos en una fastuosa mesa, como si estuviéramos en casa de un amigo, con la cocina a la vista, observando como toma forma una coreografía de camareros, cocineros y otros personajes de fantasía que se suman a lo que algunos llamarían circo.
En la mesa, acompañados en todo momento de un gran maridaje con vinos y espirituosos exclusivos, originales, únicos, comentados por un sumiller, Unai Mata, que bien podría ser un maestro de ceremonias recién salido del mismísimo Moulin Rouge, se sucede un viaje gastronómico que recorre la esencia latina. Todo ello, con especial énfasis en la tradición culinaria colombiana y mexicana, en honor a los chefs, pero que también abarca en su recorrido Brasil, Perú... Así, a lo largo del menú degustación podréis probar tacos de frijoles con salsa de cacahuete, chile pasilla y tomate seco; cochinillo con cayeye y mostaza casera de Gewürztraminer o ceviche andino de trucha, tobiko y huacatay; brigadeiros o tamal de chocolate relleno de texturas de cacao…
Las opciones son infinitas, casi tanto como la creatividad de los cocineros, en perpetua investigación y experimentación con un territorio de juego tan amplio y rico en matices, influencias, productos, recetarios, tradiciones y complejidades como es América Latina. En todo caso, el viaje es apasionante. Casi tanto como las actuaciones y estímulos sorprendentes que intervienen, como golpe de magia, durante la velada. Pero de eso no diremos más, para mantener la intriga…