Antonio saca de su bolsillo un calcetín blanco, pero sucio. “Mira, te enseñaré una foto de mi nieto, que es cantante de ópera”, dice. Del calcetín brota un Motorola antiguo, sin Facebook ni WhatsApp, solo con un par de juegos, un politono y la foto de su nieto Aleix. “Guardo así el móvil porque si me lo ven los ladrones me lo roban rápido”, se excusa con una sonrisa ante las miradas atónitas. “Ya lo han intentado en otras ocasiones”, puntualiza.

En el barrio del Besòs i el Maresme no se andan con tonterías. Pese a que el ambiente es tranquilo y familiar, los que viven ahí saben que un despiste puede costarles caro. Y más en los últimos meses: la inseguridad se ha convertido en su mayor preocupación y reivindicación. Tal y como ha contado este medio en reiteradas ocasiones, cientos de ellos han tomado las calles con cazuelas para exigir “un barrio digno” y mostrar su rechazo al nuevo Centro de Atención Inmediata (CAI) para menores extranjeros no acompañados (menas) que podría construirse en el solar junto al Parc del Fòrum.

EL 1% DE LAS ZONAS MÁS POBRES DE ESPAÑA 

En esta zona, próxima a la playa, la renta por persona es de 4.977 euros de media: se ubica dentro de la sección del 1% más pobre de España, donde la renta por hogar se sitúa en 17.596 euros. Así se desprende de los datos publicados este septiembre por el Instituto Nacional de Estadística (INE) tras unir la información del censo con la de la Agencia Tributaria.

Una mujer con la compra paseando por la calle de Alfons el Magnànim en el Besòs / LENA PRIETO

En el otro extremo de Barcelona, cerca de la montaña, tres amigas toman un café en un bar de la calle Mandri. Todas tienen los móviles descansando sobre la mesa excepto una, con un iPhone 11, que se encarga de hacer las fotos para Instagram Stories y escudriñar con sus compañeras las últimas publicaciones de sus influencers favoritas.

EL 1% DE LAS ZONAS MÁS RICAS DE ESPAÑA

Esta zona de Sant Gervasi-La Bonanova no parece ser escenario de grandes preocupaciones. Siguiendo los datos consultados, Mandri, con más de 29.364 euros de renta por persona, se incluye en ese 1% de las zonas más ricas de España: cada hogar cuenta con más de 89.015 euros de renta anual.

Un grupo de amigas en la calle Mandri, Sant-Gervasi-La Bonanova / LENA PRIETO



El contraste entre ambos puntos de la ciudad no se palpa tanto en el precio de un café –que varía un puñado de céntimos arriba o abajo– sino en las ofertas de las inmobiliarias. Comprarse un piso de tres dormitorios en la “zona pobre” cuesta 98.000 euros, mientras que en la “zona rica”, uno con características similares, asciende hasta los 1.100.000 euros. Una diferencia abismal que constituye un paradigma en las desigualdades más feroces de la capital catalana, sobre todo en materia de vivienda.

Dos mujeres árabes –madre e hija– trasladan mantas, sábanas y pañuelos a la secadora de la lavandería cerca de la Rambla de Prim. “Hacer la colada sale más barato aquí que en casa pagando agua y electricidad”, explica la joven. El precio ronda los siete euros por cada 20 kg de ropa. Secar es todavía más barato: un euro, diez minutos.

Madre e hija haciendo la colada en una lavandería del Besòs / LENA PRIETO



En pocos metros cuadrados hay varios locutorios, peluquerías de apaño y bares minimalistas que huelen a fritanga. Si existe un denominador común entre todos estos establecimientos de restauración es la adicción: al juego –con las máquinas tragaperras–, al tabaco –con el dispensador de paquetes–, y a la bebida, con decenas de botellas abiertas. En los balcones cuelgan montones de ropa e incluso sobresalen bicicletas desde la barandilla.

GRAN AFLUENCIA DE CIUDADANOS PAKISTANÍES

En esta zona no solo se habla en español: de hecho, la segunda nacionalidad es la pakistaní. Uno de sus residentes, Meboob, se encarga de atender a los clientes en su supermercado, llamado Besos –así, sin tilde– en la calle de Alfons el Magnànim. Por delante pasa una madre con hiyab y un niño llorando en el carrito al que acaba de recoger en el colegio.

Meboob, residente del Besòs en la puerta de su tienda / LENA PRIETO



Al lado del establecimiento comercial se ubica el bar Oslo, con “tapas variadas”–entre ellas patatas bravas a tres euros– y un mensaje empalagoso propio de Mr. Wonderful: “vive positivo, siente positivo”. El camarero llegó de Pakistán hace unos meses y todavía le cuesta comunicarse en español. El ambiente es sucio: la barra está pegajosa y no funciona la cadena del váter ni sale agua del grifo.

ROBOS, TRAPICHEOS Y DROGA

Antonio –que nos enseña la foto de su nieto– está sentado en la terraza de otro bar, unas calles más adelante. “Qué pesado… siempre con la misma historia”, le grita una vecina mayor desde otra mesa. “¡Explícales cómo está el barrio, que esto se va a la mierda!”, añade. “Sí…”, vacila Antonio. “Ya lo dijo la Biblia que no habría trabajo”, sorprende. “Ya no se puede arreglar nada”, lamenta antes de hablar sobre su experiencia viviendo en Zúrich más de dos décadas.

Su vecino Manuel, de etnia gitana, salta en defensa de Antonio, de 84 años. “El otro día le intentaron robar al pobre mientras estaba sentado solo en una plaza. Rápidamente lo vi por la ventana y les dije a tres de mis diez hijos que bajaran para impedirlo”, cuenta. “Hay que ir con cuidado, te quitan todo lo que llevas en las manos para la droga”, detalla.

PROBLEMAS CON LOS MENAS, NO CON LA MINA

El problema, según coinciden varios entrevistados, no lo tienen con los vecinos de La Mina, barrio colindante, sino con los menas. “Los han echado del Raval y ahora viven aquí”, remarca Manuel. “Yo voy muchas veces a La Mina a visitar a mi familia y pillar tabaco de ese barato”, dice sobre las cajetillas de contrabando. “Ahí está todo como siempre, si te conocen no pasa nada”, relata.

Un residente del barrio del Besòs tomando una cerveza en un bar / LENA PRIETO



Detrás, mientras sigue la conversación sobre el barrio, dos hombres vestidos con chándales que han popularizado los cantantes de hip hop trapichean con algo. “Esta la he robado más arriba”, argumenta el negociador sobre una bicicleta a la que están poniéndole un precio. Discuten. Uno le toca el pecho al otro. Se conocen de otras ocasiones, saben de qué va la historia. Al final parece que llegan a un acuerdo y chocan las manos con vigor. No se ve dinero de por medio, pero sí bolsitas con droga dentro.

LA TRANQUILIDAD EN EL BARRIO DEL 'UPPER DIAGONAL'

Unos pocos kilómetros más arriba, en Mandri, Carolina –una barcelonesa de 81 años– pasea con su cuidadora Norma, joven, risueña y de origen latinoamericano. “Llevo toda mi vida en esta zona… ¡montamos unas juergas!”, exclama con ironía. Carolina –con su melena blanca, brillante y recogida de forma clásica– emana clase y prestancia. “Es una zona muy tranquila, nunca he sentido inseguridad”, declara.

Norma, su cuidadora, en realidad no vive ahí. Ni ella ni las decenas de trabajadoras extranjeras que se encargan de ir a recoger a los niños al colegio y pasar la tarde con ellos. Una realidad que se corrobora con la existencia de espacios como Nanny Poppins’ House donde seleccionan al “mejor personal” para los ricos: el servicio doméstico, el cuidado de los hijos o de los ancianos.

Carolina y Norma paseando por la calle Mandri, en Sant Gervasi-La Bonanova / LENA PRIETO



La calle Mandri también está llena de bares donde empresarios rígidos y altivos toman gin-tonics ajenos a cualquier desgracia. “¿Nos estáis sacando una foto? Tendremos que cobraros por aparecer en ella”, espeta uno de ellos con una mueca exagerada, guiñando un ojo. También hay tiendas multimarca en cuyos aparadores no se especifican los precios. Hay panaderías de autor, una tienda de Nespresso, ópticas y peluquerías diáfanas.

ALTA PRESENCIA DE EUROPEOS

“¡Jimeeeenaaa!”, grita una mujer alterada. “Hija, no vayas por ahí que pasan coches”, advierte a la niña vestida con uniforme mientras le retoca la coleta. El español es la lengua más hablada en Sant Gervasi-La Bonanova, sin embargo, la alta presencia de extranjeros caucásicos es notable. De Francia o de Inglaterra, por ejemplo. La mayoría de ellos opta por vivir en zonas altas donde hay más vegetación y pueden llevar una vida más sosegada.

Uno de los bares de la calle Mandri con el camarero dentro / LENA PRIETO



Los restaurante de la zona alta –que ofrecen menús desde 14 euros– han modernizado su apariencia, pero como símbolo eterno quedan los servilleteros de metal con esos papeles rígidos que no secan. En el autobús, una señora mayor indica a unos turistas italianos cómo llegar al CosmoCaixa. "Grazie, grazie", responde ruborizada cuando le dicen que habla muy bien su idioma. Las madres quedan para tomar un vino con sus bebés en los cochecitos, como entre algodones, y los estudiantes de La Salle desahogan sus ¿penas? entre vermuts.

En este paseo por la Barcelona de los extremos se reafirman las rutinas y los ciclos. Ancianos pasean con caminadores y muletas –da igual la vida que hayan tenido y el desgaste porque el inexorable paso del tiempo es el mismo– y los bares se llenan, sea la hora que sea. Y los niños corretean vitales y felices a buscar un columpio o un helado. Al final, ya lo dicen: los extremos, en cierto modo, se tocan. Y esta historia no iba a ser distinta.

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