La periodista Sonia García (Jalpan, México, 1965) dejó de recibir amenazas de muerte cuando llegó a Barcelona. La que había sido la directora del Diario de Xalapa, un importante medio del Estado mexicano de Veracruz, ponía, así, punto y final a más de 13 años de carrera en su país. Se había metido con quien no debía, se enfrentó a los poderosos, destapó desigualdades y corrupción. “Fui una kamikaze, pero hice lo que tenía que hacer”, justifica García, en declaraciones para Metrópoli Abierta.
La historia de su vida, y la de 31 personas más, ha sido ahora plasmada en el libro ‘Els invisibles’ (Edicions 62), coescrito por Pau Farràs, Imma Santos, Gemma Varela y Andrea Vargas, bajo la coordinación de Andreu Farrás. La obra periodística arroja luz y da voz a historias que han sido silenciadas; migrantes que cuentan en primera persona cómo era su vida antes y después de llegar a Catalunya. Unas autobiografías dignas de Charles Dickens.
ORÍGENES HUMILDES
Sonia García nació en el seno de una familia humilde afincada en el pueblo mexicano de Jalpan. “No teníamos luz, ni agua potable y sólo había una escuela de primaria”, explica. A los 11 años inició una vida nómada, trasladándose del pequeño pueblo a la periferia del entonces Distrito Federal – Nezahualcóyotl, una ciudad “perdida”, “enorme”, que te “engulle”, según la periodista -, para sacarse la secundaria y el bachiller. Junto con sus hermanos, trabajaba de lo que podía para sobrevivir. A los 16 años, se quedó embarazada.
“Me llevaba la niña al trabajo, pero cada vez era más complicado. Los últimos años tardaba hasta tres horas en regresar a casa y sufrí un intento de violación; así que envié a mi hija al pueblo con mi madre”, describe. En 1985, un horrible terremoto zarandeó la capital y eso impactó terriblemente en el corazón de la joven. “Ver aquello me enfermó, y decidí salir de la Ciudad de México”, explica. Las experiencias vividas durante su corta vida la habían hecho más fuerte, pero regresó a su pueblo natal sin muchas expectativas. No podía imaginarse lo que le deparaba el destino.
SALTO A LA FAMA
En el campo no había futuro, así que García se animó a estudiar Filología en la Universidad Veracruzana, en Xalapa, capital del Estado de Veracruz. Se llevó a su hija consigo. Un día, un amigo le contó que en un diario local necesitaban correctores de estilo. “Pero resulta que buscaban a una reportera, así que me preguntaron: ¿Sabes escribir? Y dije: ¡Pues claro! Aunque no tenía ni idea”, explica, risueña.
“Me mandaron a cubrir una gira presidencial y traté de lucirme”, continua. “Y no debí hacerlo tan mal porque se me quedaron en el periódico” agrega. A sus veintipocos años, García ya había dado el salto al mundo del periodismo. Y de allí pasó al Diario de Xalapa, donde llegaría a ser la directora y toda una periodista “guerrillera”.
EL PRINCIPIO DEL FIN
“Cuando entré en el Diario de Xalapa tenía 24 años. El primer año fue durísimo, ni siquiera me dejaban firmar mis artículos, pero hice todo lo que pude para sobrevivir en la redacción”, comenta la periodista. Y su férrea voluntad dio los primeros frutos cuando la ascendieron a Jefa de Información, en 1996. “Pronto me hicieron subdirectora y luego encargada de la Dirección. Fue todo tan rápido que no me alcanzaba para absorber los cambios. Era la primera vez que una mujer ascendía en ese periódico, ¡y en tan solo diez años!”, expresa.
El diario hacía información local, pero trascendía al Estado. El ascenso de García había supuesto una “peligrosa” apertura al progreso, dando voz a quien no la tenía, e incluso enfrentándose al posicionamiento de sus propios jefes. Así, empezó a atraer las miradas de los poderosos y a ganarse su fama de periodista impávida. “Pero esto fue mi acabose”, sentencia la mexicana.
AMENAZAS DE MUERTE
“Creí erróneamente que había libertad de expresión, que éramos un pilar de la democracia”, lamenta García, en referencia a sus tres últimos años como directora del Diario de Xalapa. “Me infiltraron a gente para sabotear la redacción. Yo seguía una línea progresista y no cedía ante el director de la corporación y los políticos porque el diario se vendía muchísimo. Había una gran necesidad de expresar la desigualdad y la corrupción”, afirma, convencida.
Pero lo peor llegó en el 2002. “Empecé a recibir amenazas de muerte, y el ultimátum sobre la vida de mi hija fue lo que colmó el vaso”, explica. García ya había vivido la muerte de una amiga por denunciar públicamente el tráfico de mujeres y niños y no pensaba pasar por lo mismo. “Lo denuncié y, en vez de apoyarme, se me apartó de la dirección del diario, que enseguida se puso al servicio del poder político”, relata, aún dolida. “Por eso ya no creo en el periodismo”, concluye.
LA BARCELONA SOÑADA
Sonia García confiesa que, durante unas vacaciones -las primeras a nivel internacional y en mucho tiempo -, se había enamorado de Barcelona, una ciudad a la que juró volver en un futuro. La idea se materializó el 16 de marzo de 2003. Dos días más tarde, ya estaba en la redacción de El Periódico de Catalunya, en la que estuvo trabajando más de 10 años. “Me dediqué a las cuestiones culturales y jamás quise volver a las secciones de política”, revela.
Ahora, desde que dejó el boli y el papel, hace seis años, la mexicana trabaja en la Associació Cultural BiblioMusiCineteca, cuyo objetivo es crear un punto de encuentro alrededor de las culturas del mundo. Como ya hizo en su momento, García sigue dando voz a aquellos que no la tienen, esta vez, a través del arte. Sin embargo, la periodista no olvida su pasado, y recuerda que, desde que está en Barcelona, han asesinado a unos 20 periodistas de su entorno más próximo en México.