Tiene 88 años, presenta un aspecto más bien desaliñado y carga con varias láminas en las que siempre se puede ver alguna que otra imagen de Barcelona. Es Joan Bueno (Barcelona, 1932), un prolífico pintor callejero que lleva casi 40 años retratando las calles de la Ciudad Condal, que jamás ha obtenido reconocimiento. Si uno pasea por la ciudad, aún puede encontrárselo en cualquier esquina abstraído y concentrado en realizar sus representativos trazos rápidos con el nervio que lo caracteriza. Y si se repara en las obras que cuelgan de las paredes de algunos establecimientos como El Dinàmic (Eixample) o el mítico Cafè de l’Òpera (Ciutat Vella), entre otros tantos, pueden verse sus fieles retratos de los locales.
Su inspiración es insaciable. En casa guarda cientos de obras que ha hecho a lo largo de su trayectoria, pero dada su rapidez en realizarlas y sus ganas de seguir dibujando, aún hoy es capaz de pintar hasta tres dibujos por día. Metrópoli Abierta ha conversado con él para conocer su increíble historia de primera mano, que a pesar de su avanzada edad, es capaz de relatar sin perder ningún detalle.
¿De dónde le viene ese afán por dibujar? “Pinto para captar, como si fuera un cazador que sale a cazar. Veo un rincón y disparo mi vista. Es como una batalla de dominación del objeto, me peleo con lo que tengo delante hasta que logro dibujarlo. Soy una máquina de fotografiar los momentos que creo que valen la pena. Lo hago como un reto, para superarme, y también para divertirme”, explica metafóricamente Bueno.
VIVIR PARA PINTAR
Aunque cree que no debería ser así, dice que el arte ha resultado ser lo más importante de su vida. “Mi familia y yo hemos estado siempre en un naufragio, reduciendo gastos para poderme dedicar a pintar. Puedo vivir sin nada, ir con la misma ropa cada día. Solo quiero tener la libertad para poder pintar ”, apunta. Durante toda su vida, el dinero solo le ha importado por un motivo, “porque da libertad”. Solo lo ha querido para poder subsistir con lo mínimo y concentrarse en lo que realmente le gusta. Si quería estarse dos semanas sin trabajar para poder dedicarse a la pintura, se empeñaba al máximo en el empleo que tuviera en aquel momento, y cuando tenía suficiente lo dejaba.
En la misma tónica, asegura que nunca le ha importado vender sus cuadros. “Si fuera rico no vendería ninguno. Si tengo comida para dos días, puedo dejar de vender durante ese tiempo, porque aún puedo comer. Cuando tengo un comprador yo marco un precio, que actualmente son 300 euros. Si me regatea ya no se lo vendo, porque lo he dado todo en ese cuadro y ese cuadro soy yo. No me gusta prostituirme por dinero”, señala contundente.
Es precisamente por ello que su piso está abarrotado de obras de toda una vida, si no le pagan lo que cree que merece, se vuelve a casa con ellas. Tiene guardadas hasta cuatro colecciones con ilustraciones de Barcelona, decenas y decenas de imágenes que captan la esencia de sus barrios, sus calles, sus tiendas y sus gentes. Pero su arsenal va más allá. Este fascinante personaje ha recorrido el Camino de Santiago cerca de 30 veces, ha visitado lugares como Rusia, Islandia o Londres, y de todas esas aventuras, guarda infinidad de dibujos. Fue precisamente en Londres, donde transcurrió su etapa más importante de formación como pintor.
FORMACIÓN
Aún siendo un adolescente, mientras estudiaba para obtener el título de delineante proyectista, fue recomendado para trabajar con Ramón Rigol i Font, considerado el mejor decorador de la Barcelona de la época. Pero a él le interesaba pintar, y pronto empezó a frecuentar el Foment de les Arts Decoratives, donde realizó sus primeros estudios de figura humana. Con 20 años hizo de profesor de pintura durante una temporada, y tras acabar la mili, haciendo autostop desde la frontera francesa, se instaló en Londres con la voluntad de recibir clases en la prestigiosa Saint Martin's School of Art. “La mejor lección que recibí en la escuela de arte fue la que me dio un profesor que me dijo que me comprara un bloc de dibujo y que dibujara en él lo que más me gustara cada día. Como todo era nuevo para mi lo iba dibujando todo”, recuerda, y así es como fue adquiriendo su particular estilo.
Desde allí viajó a Rusia y luego a Islandia, y no fue hasta 1960 cuando volvió a su ciudad natal, donde trabajó en el mundo publicitario como ilustrador. Más adelante ejerció de profesor de dibujo en la Escola Municipal d’Esplugues de Llobregat hasta que se jubiló. Fue entonces cuando pudo dedicar todo su tiempo a dibujar modelos y retratar Barcelona, convirtiéndose en un verdadero cronista gráfico.
TÉCNICA Y PROCESO
Para hacer sus dibujos, Bueno necesita poco más que un trozo de caña que usa a modo de pincel, tinta china, papel de baja calidad, y si ese día pinta en color, los acrílicos más baratos del mercado. Pinta rápido y sin pensar, casi como si estuviera haciendo un ejercicio de meditación. “Cuando pinto cuento hasta 100. Me sirve para abstraerme. Es como rezar. Vale para sacarte del pensamiento las otras cosas y sumergirte en una burbuja de concentración. Si quieres solucionar algo tienes que tener la mente en blanco”, explica.
Cuando dibuja no le gusta que le molesten, porque si alguien le estorba durante el proceso de creación pierde la cuenta. “Si alguien me habla, es como si estuviera en una tormenta. Si me viene un rayo me aparto y continuo pintando; pues si me viene una persona espero que se calle y sigo”, aclara.
El resultado es una imagen de trazado expresivo que transmite fuerza y reproduce con minuciosidad el entorno que le rodea. En cuanto al color, cuando lo usa, destaca su aplicación arbitraria. “Si me regalasen un color pintaría solo con ese. Me gusta quedarme sin colores para utilizar aquellos que un esteticista nunca hubiera utilizado. Son como un banquete y cojo el que me apetece. Uso colores exagerados y me gusta sorprenderme a mi mismo”, expone. Cuando acaba, recoge sus cosas, se va a comer y desconecta viendo una serie. “No pienso nunca en arte, me gusta estar siempre desconectado”, asegura.
PINTOR OLVIDADO
Quizá no piense en él, pero está claro que vive por y para él. Sin embargo, a pesar de haber dedicado toda su vida a crear, nadie ha reconocido nunca su talento. Muy consciente de ello, el fotógrafo Rafael Tirado, con quién coincidió en su etapa de grafista, decidió hacerle un documental para reivindicar su figura: Joan Bueno, últim pintor de carrer. La cinta ha visto la luz recientemente, y su creador confía en que sirva para hacerle justicia a su protagonista.
“He hecho el documental para denunciar frente a las instituciones que no puede ser que tengamos artistas como él, un barcelonés que es un gran cronista gráfico de esta ciudad y que tiene piezas alucinantes, y no se ponga en valor”, expone indignado. Hace tiempo que Tirado llama a las puertas de instituciones como el Ayuntamiento para que reparen en su obra, pero nunca recibe la respuesta que espera. Cansado y temeroso de que cuando Joan ya no esté se pierda todo este legado que mucha gente no sabe ni que existe, le ha rendido un homenaje mediante su documental. “Este hombre es para hacerle una película y el día que falte, si se conserva, su obra podría revalorizarse. Podría ser un Van Gogh”, sostiene.
Rafael Tirado y Joan Bueno durante una entrevista con Metrópoli Abierta / PABLO MIRANZO (MA)
El propio artista también confía en ello, y está convencido de que sus obras pueden ser beneficiosas para “vender Barcelona”. Ahora trabaja en una serie de los escaparates del paseo de Gràcia y sueña con que se exponga en La Pedrera. Mientras no ocurre, sigue con su rutina diaria. Levantarse, tomarse un café mientras lee el periódico y echarse a la calle a dibujar. También el día en que lo entrevistamos en Metrópoli Abierta, en que nada más acabar la entrevista, coge el cartón que usa de caballete, las láminas y las pinturas que traía consigo, y se dirige al paseo de Gràcia, a pintar un día más.