Estaba hace unos días viendo el Tele Noticies de TV3 -aduciré en mi descargo que lo hago como parte de mi permanente proceso de investigación en busca de material del prusés del que poder reírme en mis artículos- cuando se materializó en la pantalla del televisor el grupo seudo teatral Comediants, que lleva amargándome la vida desde la adolescencia y parecer tener la intención de seguir amargándomela en mi edad provecta. Confieso que la banda de Joan Font siempre me ha sacado de quicio con sus homenajes al sol, la luna, el mediterráneo y demás chorradas supuestamente poéticas, y al verlos por TV3 comprobé que seguían en las mismas, concentrados para la ocasión en el carnaval, que este año, gracias al coronavirus, va a pasar en Barcelona con mayor discreción de la habitual, cosa que agradezco enormemente, ya que nunca me he fiado de esas actividades teóricamente transgresoras cuyos mayores defensores e impulsores son las autoridades competentes. Exagerando un poco, yo diría que lo único que tengo que agradecerle al general Franco es haber prohibido los carnavales.
Entiéndanme: uno no tiene nada en contra de los carnavales en sí. Si hay entusiasmo popular al respecto y/o un presupuesto razonable, se pueden hacer cosas como el carnaval de Venecia -con sus máscaras clásicas, sus trajes y vestidos de postín y ese aire de perversión sexual que flota en el ambiente, aunque diluido en el pestazo de las aguas de los canales- o el de Río de Janeiro, con sus escuelas de samba, sus mulatonas medio desnudas, su Rei Momo (cargo que aquí interpretó durante un tiempo el inefable Joan Clos, solo o en compañía de su admirado Carlinhos Brown) y su francachela desquiciada y etílica. Pero lo de Barcelona siempre ha dado bastante penica. Y, a falta de un genuino entusiasmo popular, el Ayuntamiento y las asociaciones de barrio han tenido que echarle ganas al asunto, aunque consiguiendo unos resultados tan penosos como los que se observan en el concurso de calles disfrazadas de la terrible Fiesta Mayor de Gràcia (donde ya no sabes cuál da más asco, si la oficial o si la organizada por los okupas del barrio).
La voz en off del Tele Noticies se lamentaba de que el coronavirus hubiese afectado a la tradicional alegría barcelonesa por estas fechas, pero la verdad es que yo nunca he visto esa alegría por ninguna parte. Lo único que he visto es a algunos ciudadanos vestidos de mamarracho y a las cajeras de los supermercados con un gorrito barato y de gusto más que dudoso. El clima, por su parte, nunca ha acompañado. En Río hace calor, la gente va prácticamente en pelotas y huele a sexo en la calle, cosas que aquí no han sucedido jamás. No es que el carnaval de Sitges sea gran cosa, pero el colectivo gay siempre se lo ha tomado bastante en serio y ha acabado consiguiendo una versión algo cutre de lo de Brasil, pero con muy buena intención. En Barcelona, por el contrario, y pese a la insistencia municipal, solo hemos conocido el cutrerío, la chapuza de buena fe y una especie de miseria (física y moral) como de post guerra que no tenía maldita la gracia.
Lo siento por la alcaldía, por el locutor de TV3 y por los Comediants, pero con lo del coronavirus y su nefasta influencia sobre el carnaval, yo diría que nos ha bajado Dios a ver.