No tiene suerte el Liceu con esta producción. En 2010 Plácido Domingo nos dio plantón, ahora ha sido Sondra Radvanosky quien no ha podido, o querido cantar. La genial soprano canceló su representación del 26 de enero por el fallecimiento de su madre, algo más que comprensible. Pero el 24 de enero decidió no venir ningún día a Barcelona. ¿no podría haber cantado, por ejemplo, el 8 o el 11 de febrero? ¿Hubiese tomada la misma decisión si hubiese cantado en la Royal Opera House o el Metropolitan? Dolora Zajick también ha cancelado “por las dificultades de viajar en pandemia” y tanto Yusif Eyvazov como Serena Sáenz han acortado el número de sus representaciones debido a otros compromisos. Supongo que pagamos mal, o que somos un teatro de tercera, pero tantos cambios no son de recibo.

Volvemos a ver una producción que se ha representado cuatro veces en treinta años. Es una producción hecha por y para el, --antiguo--, Liceu, de corte clásico, de las que ya no se ven. Decorados y vestuario lujosos dejan poco espacio para la interpretación. Los hermanos Tchaikovski, el libretista y el músico, debieron imaginar algo similar a lo que vemos ahora en el Liceu. A los modernos no les gustará, a mí me encanta.

Mucha potencia, poco drama

Esta ópera fue comentada el lunes 31 de enero por el genial Ramón Gener, ojalá se prodigase más por el cada vez más tedioso teatro de la Rambla. Y probablemente su conferencia, disponible en Liceu+, sea lo mejor de todo, conjuntamente con el vestuario.

Una imagen de la ópera Rigoletto, en el Liceu / GTL

La dirección musical del alemán Dmitri Jurowski no está a la altura de la inspiración melódica, usa la lentitud y la estridencia para transmitir, sin lograrlo, dramatismo. Tampoco está a la altura el ”maridísimo” Yusif Eyvazov, consorte de la Netrebko, incapaz de transmitir emociones y a quien el papel le viene grande pues fía todo a su entrega y a algún agudo destacable, insuficiente para un papel tan brillante como es el de Hermann, el Otello ruso. En todo el reparto brillan la “suplente” Lianna Haroutounian, brillante en la voz y en su puesta en escena y la “condesa” Elena Zaremba, toda una actriz en la escena que acaba con su muerte. Porque si algo se hecha de menos es la capacidad teatral de los intérpretes, mucha gente deambulando por el escenario, pero sin un propósito claro, mucha técnica y potencia, pero poco drama.

El coro bien, sobre todo el masculino, lo mismo que el ballet. Roza lo ridículo la manía de cantar con mascarilla los sindicalizados y sin ella los que no lo están. Y no se entiende, la permanente pérdida de formas de este teatro, que el coro de mujeres o el ballet no esperasen al final de la obra para salir a saludar. No es de recibo. Se entiende con el coro infantil, pero no con el resto. Por la misma regla, la condesa muere en el segundo acto, por lo que también se podía haber ido a casa antes. Falta grandeza en todo.

Noticias relacionadas