Probablemente esta ópera, Pelléas et Mélisande, refleja claramente el divorcio entre la dirección del Liceu y el público. Una producción casi perfecta, original y creativa, una dirección musical exquisita, un reparto más que adecuado, incluso cubriendo brillantemente bajas improvisadas. Pero poco éxito de público y en cada función demasiado público que no vuelve a su localidad tras el entreacto. El público del Liceu no está para experimentos, ni con precios de saldo como es el caso, pues se tratan de vender las entradas que antes no se podía por las restricciones covid.
Se ha buscado, y probablemente se haya logrado, la excelencia en una ópera que no atrae. Hasta la fecha se había representado en el Liceu solo en 13 ocasiones. Las óperas más populares se han representado 250 veces o más, la diferencia es bastante clarificadora. Tratar de llenar siete sesiones con una ópera tan de culto es misión casi imposible porque no es tan sencillo encontrar a más de 16.000 admiradores de esta ópera.
La producción es, sin duda, espectacular. El artista invitado, Alex Ollé, se luce. El montaje escénico es innovador, pero a la vez más que adecuado, aporta a la trama y se entiende. No es estridente y refuerza el dramatismo de la obra. Las escenas con agua son realmente sorprendentes, lo mismo que la versatilidad del paralelepípedo que gira o la magia de las luces. Solo se puede aplaudir. Y lo mismo ocurre con la dirección musical. Se nota que a Josep Pons le gusta mucho más este tipo de obras que las de Verdi o Puccini… la orquesta se convierte en protagonista remarcando aún más las sensaciones de esta obra impresionista, pero el problema es que los gustos del público no coinciden con los de la dirección musical.
Turismo cultural
El reparto también es muy bueno, voces que encajan perfectamente con la obra. Incluso la baja de uno de los protagonistas, Simon Keenlyside, fue cubierta por Alexandre Duhamel, un experto en este papel que acaba de participar en dos grabaciones de esta misma obra. Impecable. Como impecables están todos los cantantes, desde la novel en el papel de Mélisande Julie Fuchs al tenor que interpreta Pelléas, Stanislas de Barbeyrac, sin olvidar el gran desempeño de la soprano Ruth González en el papel del joven Yniold.
Es una pena que una obra tan redonda no haya contado con el favor del público, pero es lo que hay. La dirección del Liceu debería esforzarse en entender al público, no en educarle. Si al liceísta le gusta Wagner, tiene que haber Wagner, y más en una temporada aniversario como esta. Parece que ser abonado del Liceu sea un esfuerzo nada reconocido por la dirección que mira más a los teatros de ópera alemanes, --tengo un presupuesto y me lo gasto como quiero--, que a los teatros anglosajones, más “comerciales”, que buscan el lleno tanto presencial como en canales digitales y que sin duda lideran la industria operística, siendo capaces de atraer a cantantes que aquí solo podemos ver, y con suerte, en conciertos.
Con un Liceu que no acaba de llenarse me pregunto qué futuro tendrá la segunda sede, la del puerto. Está muy bien que el Liceu crezca, pero antes de buscar nuevos horizontes tal vez debería pensar en llenar la sede actual y eso solo se puede hacer con obras que conecten con el público local y, también, trabajando más el turismo cultural. Si el Liceu solo va a sobrevivir con público de Barcelona estamos perdidos.