Francesc Castelló degollado. A los ojos de muchos barceloneses, de los propios que habían confiado sus ahorros en él. Castelló fue ejecutado, en 1361. Y la cuestión ha quedado para la historia, porque el trato a los ‘banqueros’ en aquella época, a los que no podían saldar sus cuentas, estuvo muy presente durante la crisis financiera y económica de 2008. El presidente del Bundesbank, Jens Weidman, que tomó el mando en 2011 y lo ha dejado coincidiendo con la salida de la canciller Angela Merkel, considerado un halcón de la ortodoxia financiera, mencionó el caso del barcelonés Castelló en la conferencia del 24 Congreso bancario europeo de Frankfurt. A partir de una cita del economista Jesús Huerta de Soto, Weidman recordó que en el siglo XIV se había desarrollado una especie de pack regulatorio para los banqueros. Y cualquiera de ellos que no pudiera responder a las demandas de sus clientes, sería decapitado delante de su banco.

Y ese es el hilo conductor de la novela La fi dels secrets, de Miquel Esteve, (Ediciones B, con versión también en castellano, El final de los secretos) que la publicó en 2015 y que ahora toma un peso literario de primera magnitud. Esteve es economista, especializado en matemática financiera. Escribe y explota una producción de aceite de oliva. E investiga y escribe sobre esa Barcelona medieval. El arranque del libro es, precisamente, el triste final de Castelló, para narrar una historia con elementos reales y ficticios que lleva al lector a la Barcelona medieval.

LOS CIUTADANS HONRATS

Esteve investigó el papel de los Gualbes en la Barcelona de mediados del siglo XIV y principios del XV, un momento de crisis económica aguda, tras la peste negra y las guerras con Castilla. La familia pertenecía a los llamados “ciutadans honrats”, que controlarían el poder económico y social, lo legal y lo ilegal, lo permitido y lo tolerado. Controlaban hasta la prostitución, que se podía ejercer en distintos emplazamientos muy concretos.

Portada de la novela sobre la Barcelona medieval

Los Gualbes tenían el palacio patriarcal en la calle Regomir. Y entre sus integrantes había consejeros en el Consell de Cent, ‘consellers en cap’ o administradores de la Taula de Canvi de la Llotja de Mar, que se alojaban en la sala de contrataciones, la misma que se puede ver hoy en la Llotja. Esa Taula de Canvi supuso una especie de primer banco público en toda Europa.

Pero también estaban los ‘canvistes’, que tenían sus ‘taules de canvi’ en las puertas de las murallas de la ciudad y en los centros neurálgicos. Su primera misión era la de ofrecer, precisamente, cambio a los que entraban en la ciudad. Pero el negocio se amplió con la venta de ‘censals’ i ‘violaris’, una especie de créditos que se podían incumplir, que es lo que le sucedió a Francesc Castelló.

Los ‘canvistes’ recurrían a la comunidad judía cuando no podían devolver los ahorros que recibían por parte de los ciudadanos. Y éstos obtenían buenos beneficios por ello, en una época en la que todo lo relacionado con el dinero, por la fuerte influencia de la iglesia, tenía una connotación negativa. Esos judíos, situados todos en el call de Barcelona, cumplían un papel que nadie quería ejercer. Y eran tildados de usureros, siempre en el ojo del huracán.

SANGRE EN PORTA FERRISA

Todo ello lo mezcla Miquel Esteve, que también se refiere a la tensión entre Castilla y Aragón, y la situación de miseria de la mayoría de la población de la ciudad. Con un mapa detallado de la Barcelona Gótica, el lector puede recorrer todas las calles de la ciudad medieval, con la visión que le ofrece Esteve: son esos ‘ciutadans honrats’ los que saldrán beneficiados, los que monopolizan el poder, y que, como apuntaba el propio autor, de honrados no tenían nada. En situaciones de crisis, el poderoso sabía cómo manejarse y, a pesar de poder quedar herido, salía adelante y ganaba posiciones.

Pero sí se era muy estricto con los ‘canvistes’ que no cumplían con sus obligaciones. Se les podía degollar. El primer paso, como castigo, era retirarles los manteles de las taules de canvi y romperles la propia mesa. De esa práctica proviene la expresión ‘bancarrota’. Se les prohibía la venta de esos títulos crediticios, los ‘censals’ y ‘virolaris’, y, en el último extremo, podían ser degollados en público, como, en el caso de Castelló, ocurrió con la sangre derramada en el empedrado de la Porta Ferrissa.

Detalle del interior de la Llotja de Mar, la que fue Taula de Canvi en la Barcelona medieval

Los que sufrían sus desmanes se vieron recompensados por la medida drástica contra Castelló. En primera fila estaban Pere 'el vidrier', Ferran, 'el barber', o Maria, 'la Secallona'. El pregonero anunciaba, con un papiro en las manos, el por qué de la sentencia: "Francesc Castelló, ciudadano de Barcelona y 'canvista', el municipio le condena a morir degollado encima de su 'taula de canvi' por el incumplimiento de los compromisos con sus creditores y siguiendo la ley de agosto de 1321. Que su ajusticiamiento sirva de escarnio para otros 'canvistes' insolventes".

La novela funciona como un gran relato de la Barcelona medieval, con personajes como Ferrer de Gualbes, consejero de la ciudad. O con los usureros del Call o con l’Azriela, una judía bellísima.

Weidman conocía la historia, a través de Huerta de Soto. Y los banqueros europeos sabían lo que sucedía en Barcelona: la vigilancia extrema a los banqueros incumplidores.

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