En el número 54 de la calle Ausias March, flanqueada por dos edificios más altos, se encuentra la iglesia de la Mare de Déu del Roser. Construida a finales del siglo XIX, esta iglesia de estilo neogótico pertenece al convento de los dominicos (Bailèn, 10), que sustituyó a un cenobio gótico anterior, ubicado donde actualmente se encuentra el mercado de Santa Caterina.
Los dominicos se establecieron en Barcelona en 1219. La primera comunidad de predicadores se ubicó en la calle de Salomó Ben Adret (antiguamente, Sant Domènec del Call), pero el edificio se quedó pequeño y surgió la necesidad de ampliar el espacio.
CONSTRUCCIÓN APOYADA POR LA MONARQUÍA
Así, en 1223, el Rey Jaime I apoyó la construcción de un enorme convento gótico en la plaza de Santa Caterina, que se convirtió en un centro de evangelización, de gran influencia social y cultural en toda Cataluña hasta 1835, cuando fue desamortizado y derribado.
En 1889, la comunidad de dominicos se reubicó en el nuevo edificio, en las calles Bailén y Ausiàs Marc. De la iglesia destacan las vidrieras antiguas de los misterios del Rosario, y el órgano, así como un pequeño claustro de arcos ojivales.
En el exterior, en la parte superior frontal destaca una estatua de Sant Domènec, vestido con los hábitos de la orden, que sujeta en la mano una Biblia, fuente de su inspiración. Sobre su cabeza, una estrella recuerda la leyenda: cuentan que, durante su bautismo, al santo se le apareció una estrella como un faro para guiar las almas hacia el cielo. A ambos lados de la escultura, están representadas diversas flores, entre ellas, la azucena, que representa su amor por la pureza, y también rosas, que se extienden por toda la fachada.
SERES MITOLÓGICOS
Sobre el portal se encuentra la virgen del Roser. En un friso a media altura, destacan un par de grifos alados sostienen el antiguo escudo de la Diputación General de Cataluña (más tarde, la Generalitat de Cataluña). Los grifos, seres mitológicos mitad pájaro y mitad león, reunían las mejores características de cada uno de estos animales y eran considerados como el rey de la tierra y del cielo, algo así como los perfectos defensores de cualquier mal. En los capiteles de la puerta y cerca de los grifos destacan unas hojas de encina con bellotas, un símbolo de la salvación entre los primeros cristianos.
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