El divorcio de Fígaro
La idea del Liceu de programar tres óperas de Mozart ha sido innovadora, pero falta asumir más riesgo y unos intérpretes con más potencia
25 abril, 2022 00:00Noticias relacionadas
La propuesta de programar tres óperas diferentes de Mozart en tres días consecutivos unidas por el libretista, Da Ponte, con la misma dirección artística y musical, similar elenco e idéntico escenario, parecía cuando menos innovadora, pero la realidad ha sido decepcionante por la escasa calidad vocal de sus intérpretes y lo inadecuado del formato escénico para un teatro de las características del Liceu. De nuevo la dirección artística del teatro de la Rambla ha estado desacertada. Lamentablemente la noticia sería que no lo estuviese, dejando cada nueva representación más que patente lo grande que le va el cargo a su actual titular. El Liceu necesita un director artístico con experiencia internacional probada, alguien que conozca, sea conocido y sobre todo respetado por las estrellas mundiales de la ópera. Tener una buena formación musical y incluso de gestión de equipamientos musicales, másteres incluidos, no es suficiente para sobrevivir en un mundo tan complejo, y menos si el bagaje profesional se circunscribe fundamentalmente a Cataluña. En cualquier caso, la culpa no es toda suya, más bien de quien le eligió.
La trilogía Mozart--Da Ponte se ha quedado en sólo una idea feliz cuyo único logro, además de la programación, original cuanto menos sobre el papel, ha sido traer a uno de los mejores directores mozartianos, Marc Minkowski. El resto para olvidar. La escenografía se diseñó para un teatro con capacidad de 400 personas, el del Palacio de Drottningholm de Estocolmo, lo que hace que se quede menos que pequeña en el Liceu, uno de los teatros de mayor aforo de Europa con sus 2.300 localidades. Y el reparto es de segunda por no decir de tercera. Jóvenes talentosos, mejores actores que cantantes, que no recitan mal pero que no parecen cantantes, a los que les queda mucho para poder pisar un escenario de primera, si es que algún día lo logran pisar. De nuevo un espectáculo menor, más acorde para ser representado en muchos teatros de pequeñas localidades, en palacetes o en cualquier entorno coqueto, siendo absolutamente inapropiado para un teatro de ópera que no se respeta a sí mismo, ni siquiera en el año que celebra su 175 aniversario. La culpa, quede claro, no es de los cantantes sino de quien los contrata.
O cantantes mozartianos o se tira de cantera
El director artístico, y de la orquesta, bien, es lo mejor del reparto, dirigiendo la orquesta con brío y brillantez, dotando a la música de un cierto toque electrizante, lo que también añade una cierta dosis de tortura a los noveles cantantes que se defienden bien en los recitativos pero sudan tinta cuando compiten con la orquesta, especialmente las voces masculinas, en ocasiones inaudibles.
Ha sido Minkowski quien ha elegido a los cantantes, pero no hacía falta que viniesen de fuera. O se eligen cantantes mozartianos, que hay muchos y muy buenos, o se tira de cantera. La mejor, Mercedes Gancedo, lástima que con un papel muy pequeño, el de Barnarina. El protagonista, Robert Gleadow, da vida a uno de los peores Fígaros que se hayan visto no ya en el Liceu sino en cualquier teatro de segunda. En general mucho mejor ellas que ellos, actores correctos pero con muy poca voz para la lírica. Para ver cantantes que comienzan no hace falta que vengan de fuera, podría haberse recuperado el espíritu fundacional del Liceu, un teatro para los estudiantes del conservatorio que le da el nombre, y haberse formado un elenco con estudiantes o recién egresados. O que sirviesen de previas del concurso tenor Viñas. O incluso cantantes de musicales de la Gran Vía madrileña o de nuestro Paralelo. Y para que la programación fuese realmente innovadora tendría sentido haber ofrecido un pack especial para abonados para incentivar ver las tres óperas seguidas, lo realmente novedoso. Visto el resultado, menos mal que no se les ocurrió ser creativos, con una ópera hemos tenido más que suficiente.
Cambiar de turno para poder salir de vacaciones me ha permitido leer críticas previas antes de escribir la mía. La unanimidad es prácticamente total, salvo una crítica escrita después que todas las demás. La gran mayoría coincide en que las voces son flojas, tanto que algunos cantantes fueron abucheados los primeros días por un público más que condescendiente, y que el formato escénico era inadecuado para el Liceu. En la función que presencié la calidad fue escasa, pero el teatro estuvo abarrotado y el público fue de menos a más acabando con más aplausos de los que creo merecían los intérpretes.