Unas enormes puertas de madera con ventanales y pasamanos de la Barcelona modernista dan la bienvenida a un bar que se aleja por completo de las tendencias de restauración actuales. Al entrar, una escultura de la Exposición Universal de 1888 recibe a los clientes junto a una enorme mostrador –también de madera– en el que se exponen todo tipo de alcoholes, entre ellos Absenta, la popular bebida entre los artistas de la época.
Se trata de Casa Almirall, un establecimiento fundado en el año 1860 por Manel Almirall que empezó como una "tasca con bodega". Al poco tiempo de su apertura, se convirtió en un referente en la ciudad. Ahora Pere Pina y Ramón Solé, sus propietarios, luchan a diario para mantener un local tan "especial" para ellos. "El Almirall sobrevive por el amor que le tenemos", cuenta Pina a Metrópoli. "Es un tesoro modernista y no podríamos verlo desaparecer", añade.
DOS ESPACIOS
Casa Almirall se encuentra en pleno Raval, en la esquina de la calle de Joaquim Costa con la calle de Ferlandina. Pina asegura que por el Almirall "ha pasado de todo". Justo en frente está la sede del sindicato CNT Catalunya, por lo que el bar fue el "lugar de confianza de muchas reuniones sindicalistas". De hecho, el local todavía conserva pósteres reivindicativos de la época.
El bar se divide en dos espacios separados por una mampara. El primero, la "primera impresión" en la parte delantera conserva toda la decoración original de 1860 y el segundo, detrás de la mampara, es una adaptación que los actuales dueños hicieron de la trastienda cuando se quedaron con el local.
En la parte trasera hay mesas bajas, butacas y cojines –una decoración que, según Pina, era "típica en los 70" y una iluminación muy sutil que da fuerza a la ambientación. En las paredes reposan más pósteres de fechas señaladas en la época, como la Exposición Universal de 1929. Antes también contaban con una sala en la planta superior reservada para cenas o eventos privados, pero la pandemia hizo que tuvieran que prescindir de este servicio.
DEGRADACIÓN
Pina ha vivido de primera mano la transformación del centro de Barcelona y lamenta la degradación del barrio en los años que lleva al frente del bar. En concreto, 46 años, desde el año 1976.
"Las puertas históricas están llenas de grafitis y mantener intacto el local es complicado", asegura. En este sentido, echa de menos el apoyo institucional para proteger a los establecimientos históricos y que el Parlament apruebe una ley que preserve el contenido como se hace en otros países europeos como Francia o Italia.
PROTECCIÓN DE EMBLEMÁTICOS
El propietario cuenta que, a pesar de que su negocio está distinguido como patrimonio cultural de Ciutat Vella, el reconocimiento no aporta "ningún tipo de protección ni ayuda económica".
Pina denuncia que "si a los políticos les interesa que estos negocios se mantengan", deberían "ofrecer ayudas reales". "Muchos negocios familiares han desaparecido", lamenta. "El 43% de los ingresos que tenemos se van en impuestos y no tenemos ninguna subvención. Es complicado", añade.
GOLPE DE LA PANDEMIA
No obstante, explica que ha "llegado un punto" en el que lo único que queda es aceptarlo. "Este negocio funciona por lo que representa", asegura. Por ello, reitera que no se han planteado "ni cerrarlo ni traspasarlo" a pesar de las dificultades que conlleva.
La pandemia ha sido uno de los golpes más duros para el Almirall. "Ha sido duro para todos los comercios, pero mantener un bar como este, que ya no es de las primeras opciones para muchos clientes, ha sido una gran lucha", explica. "La deuda acumulada durante la pandemia supone dos años de trabajo y todavía no hemos recuperado la actividad al 100%", denuncia.
BUENA ACOGIDA
No obstante, Pina celebra que el público respondió muy bien desde el primer momento de la reapertura: vienen muchos turistas pero también conservan público local. "No nos podemos quejar y no podemos negar que necesitamos al turismo, aunque a veces no tengan una conducta idílica", cuenta.
Cuando los socios se quedaron con el local, el local era conocido por todos los barceloneses: "era un bar muy joven y había mucha juerga", explica. El propietario recuerda con nostalgia que "en los 80 todo el mundo iba al Almirall o al Zeleste –cerrado en el año 2000–".
RECUPERAR LA NORMALIDAD
Después de la pandemia, el negocio ha limitado su actividad a las tardes. Abren desde las 19:00 horas hasta las 2:30 horas y hasta las 3:00 horas los viernes, sábados y domingos. "Son las horas en las que hay más actividad y por eso nos hemos adaptado así", cuenta.
Poco a poco, en Almirall planean recuperar un horario más amplio así como una mayor oferta. A pesar de que el bar está centrado en las bebidas, cuentan con una variedad de tapas –aunque limitada–. Antes servían tortillas, callos y otros platos tradicionales y artesanos de cocina catalana, que también preparaban por encargo. "Esperamos volver a la normalidad muy pronto", dice Pina.