Decía Baltasar Gracián que “los alemanes son los hombres más grandes de Europa… Cada alemán tiene dos cuerpos de un español… y son corpulentos”. Emil Adolf Rossmässler, que había nacido en Leipzig el 3 de marzo de 1806, no parecía alemán, pero su pequeña estatura era inversamente proporcional a su enorme curiosidad por conocer el mundo y la naturaleza. Biólogo, escritor naturalista, profesor y político populista creía que la reforma profunda de la sociedad pasaba por una formación naturalista del pueblo. Su obra más conocida fue Iconografía de los moluscos de tierra y agua dulce (1835-1838).

Rossmässler se autodenominaba “Profesor popular” o “predicador itinerante de las ciencias naturales”. Mantuvo una enorme correspondencia con más de ochenta naturalistas, entre ellos Alexander von Humboldt, quien fue una referencia clave en su proyecto de promover el naturalismo entre los ciudadanos alemanes. Hasta en sus últimas palabras, poco antes de morir el 8 de abril de 1867, Rossmässler dejó clara su devoción por la naturaleza y sus ciencias: “Creo que puedo morir tranquilamente porque he vivido tal como lo he considerado correcto… Naturaleza, tú exiges tus derechos; aquí estoy, llévame contigo”.

ALOJADO EN EL HOTEL RAMBLAS

Viajó a España gracias a la ayuda que le proporcionaron sus patrocinadores científicos ingleses. Había leído diversos relatos de viajes de alemanes por tierras ibéricas, además de Don Quijote en la versión tudesca de Wieland. La fascinación alemana por España comenzó hacia 1800, como resultado del rechazo en parte de los ilustrados franceses y al descubrimiento de la literatura del Siglo de Oro. Lo español se había puesto de moda en la Alemania del siglo XIX, y Rossmässler se contagió de ella.

Su libro Recuerdos de un viajero por España, publicado en 1854, corresponde a un viaje iniciado en los inicios invernales de 1853. Llegó a Barcelona el 13 de marzo en un barco procedente de Marsella. Su primera vista de Cataluña fue el Montseny cubierto de nieve y la costa del Maresme recorrida por un tren a vapor que había salido de Mataró. Se alojó en la Fonda de las Cuatro Naciones, sita en La Rambla, 35. Este hotel, abierto por unos italianos en 1770, fue cerrado en 1927, y reabierto más tarde como Hotel Ramblas.

Portada del libro de Rossmässler

Desde su habitación en el primer piso, Rossmässler contempló el río de gente que paseaba y se animó a compartir primero y a describir, en una decena de páginas, el ajetreado ir y venir de los barceloneses por las Ramblas: tipos humanos, trajes, sombreros, comidas y formas de hablar. Nada más bajar de su habitación pudo comprobar su dificultad para comunicarse: “No entendía nada de español, francés sólo tanto para no morir de hambre, y no se podía ni pensar en hablar catalán que era lo que se hablaba aquí casi exclusivamente entre las capas sociales medias y bajas”.

CATALÁN EN BARCELONA

Esa dificultad le hizo plasmar unas recomendaciones sobre la cuestión lingüística para futuros viajeros alemanes que contradecían su afirmación anterior: “Donde se habla catalán, hablan también, hasta las clases más bajas, castellano”. Y a continuación anotó algunas reglas útiles sobre la pronunciación en castellano. Tomó clases de español, su profesor fue el conocido helenista y catedrático Antoni Bergnes de las Casas, que para el naturalista fue “el español más amable y erudito más minucioso de todo mi viaje”.

Poco a poco fue conociendo la relación entre los usos lingüísticos y el sentimiento de patria, y realizó anotaciones que matizaban sus primeras impresiones: “cada catalán culto domina aparte de su lengua materna también el castellano. Sin embargo, no le gusta usarlo. Más de una vez oí como contestación a mi pregunta ¿Es Vd. Español? “¡No Señor, catalán!”. Sus elitistas informantes debieron condicionar su percepción de las relaciones ente catalanes y castellanos que llegó a calificar de “enemistad”. Según Rossmässler, el origen de este problema era que el gobierno nombraba “mayormente a castellanos” para ocupar cargos en Cataluña. De esta práctica dedujo -o le hicieron deducir- esta victimista/supremacista conclusión: “este hecho mantiene a Cataluña en igualdad de nivel con las demás provincias españolas; pues si tuviera en los altos cargos solo funcionarios nativos, se distinguiría rápidamente del resto del país”.

Las Ramblas de Barcelona, con la Foneria de Canons abajo a la derecha / CEDIDA

Su primera visita a los alrededores fue a Montjüic y sus canteras: “me miraban todos lados plantas desconocidas en su mayoría verdes y casi todas plantas playeras”. Durante su camino halló a una pareja despiojándose lo que entre alemanes se llamaba “fiesta familiar española”. Y desde la montaña disfrutó de “una vista panorámica espectacular”. Describió detenidamente todo el horizonte de sierras desde la “ciénaga del Llobregat” hasta Mataró, para concluir que el crecimiento de Barcelona estaba condicionado por el derribo de las murallas que son como “la chaqueta demasiado estrecha para el cuerpo del niño que crece”. Rossmässler opinó que la demolición no se hacía por “la celosa Madrid [que] sabe perfectamente que entonces descendería en pocos años a ser la segunda ciudad del país”.  El derribo era inminente, y comenzó justo un año después de la estancia catalana del viajero alemán.

La segunda visita la realizó a Gracia y advirtió que en la avenida estaban expuestos “los anunciadores de la unificación” con Barcelona. En su paseo por las afueras encontró inmensas chumberas, algarrobos, una venenosa euforbia y numerosos y enormes agaves mutilados: “Si llevase el asunto al ámbito moral, tendría que anotar que nosotros los alemanes carecemos de una planta tan imponente y con ello la tentación de pecar contra la naturaleza; tentación que cuando el español la resiste es una obligación a un acto moral más”.
 
Dos días después abandonó el hotel y se marchó a una casa de huéspedes que regentaba un alemán junto al antiguo convento de San Francisco, derribado unos meses más tarde. Poco a poco de dio cuenta que, como viajero naturalista deseoso de recoger plantas, había desembarcado en España demasiado pronto. La fecha idónea era abril con la primavera en pleno apogeo. Mientras llegaba ese momento, y antes de marchar para Alicante, decidió vivir la noche barcelonesa en el Café del Recreo, El Gran Café, El Café de las Delicias  y, por supuesto, realizó la inexcusable excursión a Montserrat, junto a dos compatriotas el 22 de marzo. Después de pasar por Sants, Sant Feliu, Molins de Rei, Sant Andreu de la Barca, Martorell, el Pont del Diable (“que, según se dice, se atribuye a Aníbal”) llegaron a Esparraguera, donde se alojaron en una fonda: “estaba sentado con arrieros y pastores de cabras con aspecto de bandidos, en el suelo de la sucia venta alrededor del fuego animado por ramas de lavanda y romero o de naranja y morera”.
 
Continuaron al día siguiente hacia Collbató e iniciaron el ascenso a Montserrat con el guía Pedro Vacarisas. Durante las ocho horas que duró la subida tuvo tiempo de observar con todo detalle la geología y la botánica de la montaña. Las emocionantes páginas dedicadas a la descripción del recorrido y a sus impresiones sobre las vistas, las plantas, los olores o el monasterio son de imprescindible lectura: “Nunca en mi vida había sentido tan viva y profundamente como aquí de qué manera tan maravillosamente clara y tangible las empresas del hombre están enraizadas en su entorno…, nunca antes lo había visto con un ejemplo tan gigantesco”.
 

CORRIDAS DE TOROS

 

Entre el 24 y el 26 de marzo se dedicó a conocer mejor Barcelona y, pasear por las Ramblas, visitó el jardín botánico junto a sus colegas naturalistas de la universidad catalana. Se sorprendió no encontrar en ninguna librería una litografía con vistas de la ciudad, ni de las andanzas de su admirado don Quijote ni de plantas o animales. Situación que reforzaba su idea sobre el atraso técnico y científico español, salvo excepciones “todavía sueñan infelizmente con los tesoros del nuevo mundo”, afirmó. Como viajero comparaba todo con Alemania reforzando tópicos ya conocidos, pero como científico y agudo observador los relativizaba: “Hay que decir de una vez por todas que en España y aún mucho menos en Barcelona no se ve que la gente sea perezosa, aunque hay más vagos en España que en otros sitios”.

Después de viajar por el Levante español hasta Málaga, Granada y Almería regresó a su país, no sin antes hacer una última parada en la capital catalana y vivir el excepcional ambiente taurino de las Ramblas, con su cartelería y demás personajes. El 17 de julio aceptó ir a regañadientes a una corrida de toros en la plaza situada en el arrabal pasada la Puerta del Mar. A este festejo le dedicó una detalladísima descripción sobre el fervoroso ambiente previo, el ceremonial, los toreros y sus cuadrillas y sobre el toreo y muerte de cada uno de los cinco toros. En sus extensos comentarios subrayó que el espectáculo le había impactado en todos los sentidos: “No admito el papel de los que elogian las corridas, ni tan siquiera el de los que las defienden. Pero sí puedo entender que les guste, como puedo entender que guste fumar opio, ambas cosas provocan un cosquilleo nervioso, pero ambas embotan después de haber excitado”. Era contrario a las corridas, pero no partidario sin más de su abolición: “Si se consideran enfermedad moral al menos hay que admitir que son más el síntoma que la causa de dicha enfermedad. Un médico inteligente no solo cura los síntomas. ¡El Ministro de educación conocerá las causas de la enfermedad!”.
 

Al día siguiente abandonó Barcelona camino de La Jonquera, y desde allí se despidió del “país montañoso amante de la libertad que es Cataluña”, y también de España con estas palabras: “Adiós un país lleno de escombros de antigua grandeza y vetusto poder, bajo el cual yace escondido en el corazón de tus hijos el germen con ricas expectativas de futuro”. El tiempo le dio la razón.

Noticias relacionadas