El punto más frío de Barcelona (este invierno registró unas 25 mínimas por debajo de los cero grados) está en un recodo de la carretera que va de Vallvidrera a Les Planes. Conocido como la Curva de las Monjas, este punto fue en su día el escenario de un episodio de la guerra civil que hiela la sangre por su crueldad.
Era 27 de julio de 1936. Las milicias obreras y las fuerzas de seguridad de la Generalitat resistían al alzamiento en Barcelona. Los ricos, los religiosos y los poderes del Estado se convirtieron en los tres objetivos de los revolucionarios. Algunos se lanzaron a asaltar conventos, como el de las Dominicas de l’Anunciata, en la calle Trafalgar.
TRISTE SUCESO
Aquel día, un grupo de milicianos encontró a varias mujeres durante el registro de un piso cercano. Cinco de ellas, pese a sus ropas seglares, les generaron ciertas sospechas. ¿Eran monjas disfrazadas? Los milicianos se fueron, pero decidieron volver más tarde para cerciorarse. En el segundo registro separaron a las sospechosas del resto de mujeres y las encerraron en una habitación. Una de las cinco religiosas se delató sola al dirigirse a la más mayor como “madre”.
Los milicianos las llevaron a un piso de Gràcia tras pasearlas por diferentes comités de la ciudad, donde las obligaron a renegar de su fe. Ante su negativa a claudicar, las hicieron subir a un camión con la promesa de llevarlas del vuelta al convento. Pero las engañaron. El camión avanzó en dirección en dirección contraria a la calle Trafalgar, hacia la montaña y, en una curva apartada de la carretera de Collserola, las hicieron bajar. Adelfa Soro, Teresa Prats y Ramona Fosas murieron en el acto de un tiro en la cabeza. Las dos más jóvenes, Otilia Alonso y Ramona Perramon, corrieron peor suerte: la miliciana que las había descubierto pidió que les dispararan en el estómago para que murieran lentamente.
HOMENAJE A LAS RELIGIOSAS
Una familia de Vallvidrera, alertada por los disparos, se acercó al lugar y se llevó a las dos supervivientes a un hospital provisional de la Cruz Roja. Una murió por el camino; la otra, sobrevivió unas horas, lo justo para explicar lo sucedido. De vuelta a casa, los auxiliadores también murieron a manos de los mismos milicianos que poco antes habían atacado a las monjas. No quisieron dejar testigos de sus actos.
Actualmente, una cruz de piedra con los nombres de las cinco religiosas recuerda en este lugar el trágico suceso, como homenaje a las víctimas y también como testimonio de un crimen de guerra… Perpetrado en esta ocasión por el bando republicano.
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