Cuando un teatro estalla en aplausos y vítores al terminar una representación, la intensidad de los aplausos va in crescendo según salen a saludar los protagonistas de la representación y acaba con todo el público puesto en pie, sobran las críticas. Por fin hemos visto en el Liceo una producción a la altura de lo que debería ser habitual. Ha tenido que llegar el final de esta aciaga temporada del 175 aniversario pero ha merecido la pena.

Noche histórica porque histórico es el debut de dos genios, Dudamel y Camarena, interpretando la obra más simple, pero a la vez más compleja de Mozart, La flauta mágica. Y lo hicieron encabezando una magnífica y cuidada producción de la Royal Opera House y acompañados de cantantes habituales de los dos mejores teatros de ópera del mundo, la Royal Opera House y el Metropolitan de Nueva York. No se podía pedir más para esta ópera que puede interpretarse tanto como un inocente cuento de niños como una profunda discusión entre una logia masónica y otra de adopción, o sea femenina. Una ópera muy popular, con muchos pasajes archiconocidos, pero también materia para estudiosos e incluso esotéricos. Para entenderla en su totalidad es tremendamente recomendable el análisis que hizo Ramón Gener sobre esta ópera hace casi cuatro años en Valencia. Sí, en Valencia, y no en Barcelona, una pena, otra.

Volviendo a la representación actual hay que decir que es una maravilla. La producción de David McVicar para la ROH es moderna, pero en absoluto grotesca, aporta a la historia, especialmente el vestuario, sublime el de la reina de la noche o la escena final. La respuesta del público cuando salió a saludar el repositor, Angelo Smimmo, lo dice todo, explosión de aplausos a un trabajo excelentemente diseñado. Luz, decorado y vestuario se ponen desde el primer minuto al servicio de la representación, con cuadros extraordinariamente plásticos, como la primera aparición de la reina de la noche o la escena final. Que la dirección de escena esté al servicio de la ópera es algo fácil de entender, pero por lo visto este año, difícil de ejecutar al menos en nuestro teatro.

UN EXTRAÑO LUJO

La dirección de orquesta, contundente, como siempre hace el pluriempleado (titular de las óperas de Los Angeles y París) Gustavo Dudamel, alguien cuya interpretación no defrauda porque sobre todo transmite. La orquesta suena diferente con él, y en este caso suena muy bien, algo que se percibió desde la magistral interpretación de la obertura hasta el último compás. Sabe dar vida a todas las secciones de la orquesta, como bien se vio al repartir sus aplausos con diferentes partes de la orquesta. Modula el volumen como nadie, produciendo efectos que otros no logran, apoya al lucimiento de los cantantes en lugar de competir con ellos, subraya los recitativos y, sobre todo, transmite, mucho, tanto que el público rompió en vítores al subir al escenario reconociéndole como la gran estrella de una noche especial.

Una imagen de la ópera 'La flauta mágica', en el Liceu / LICEU 

La flauta mágica es una ópera coral, con una intervención bastante pareja de casi todos los protagonistas y con pocos momentos para el lucimiento personal. Tal vez por eso no es una obra que suelan cantar tenores consagrados. Javier Camarena no obstante se ha atrevido a debutar en el papel de Tamino y, como era de esperar, lo hace magistralmente. No hubo momentos para el lucimiento, pero escuchar al tenor mexicano enamorado de Barcelona es un privilegio que ojalá podamos disfrutar durante mucho tiempo.

Sarastro lo interpreta un contundente Stephen Millen, la reina de la noche la norteamericana Kathryn Lewek, que viene de triunfar en el mismo papel en el Metropolitan y pronto debutará en la Ópera de Londres. Poderosa, histriónica, perfecta. Lucy Crowe brilla en el papel de Pamina y Thomas Oliemans borda un Papageno más que convincente. Todos ellos son habituales en el Metropolitan y en la Royal Opera House, son cantantes de la “champions”. Verles a todos juntos en un reparto es un extraño lujo por estos lares.

LA PROFESIONALIDAD DE DUDAMEL

También es de destacar el papel del trío de voces blancas, miembros del coro Infantil Amics de la Unió. Su interpretación es brillante y a la altura de las estrellas con las que se codean. No aparece en el programa el nombre de quienes cantaron en el debut. Puede que cada noche cambien por aquello de la edad, pero lo hicieron con una maestría y templanza impropia de su edad. El coro titular estuvo bien, lo cual es mucho decir en una producción con tanto cantante de nivel.

El debut se ha programado en un turno abono corto, algo cuando menos curioso. Sin desmerecer al segundo reparto quien pueda que se asegure ver en escena el reparto del debut. Y nota curiosa, Dudamel no puede dirigir dos días y en su lugar dirige el director suplente de la ópera de Los Angeles, un detalle más de profesionalidad que honra al maestro, pendiente de dejar su impronta.

Noche para el recuerdo que tardará en repetirse. No obstante, para la próxima temporada están programados tanto Camarena, acompañado de un buen reparto, como Dudamel, esta vez dirigiendo un único concierto. Ojalá ambas estrellas se constituyan en el núcleo del renacer del Liceu y no les dejemos escapar como hemos dejado escapar a Juan Diego Flores y a tantos otros.

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