El abogado conquense Francisco de Zamora llegó a Barcelona en 1785, con apenas veintiocho años, para ocupar la plaza de alcalde del crimen en la Audiencia. Desde esa fecha y hasta 1790 compaginó su actividad profesional con numerosas excursiones por el Principado, que dejó plasmadas en el Diario de los viajes hechos en Cataluña, redactado por su criado Domingo Rodríguez. Ambos recorrieron los caminos a lomos de caballos, en coche o bien a pie.
El 19 de marzo de 1785 realizó su primera salida, de un solo día, que lo llevó hasta la montaña de Collserola. Para llegar hasta la cima emprendió el camino de San Gervasio, pueblo disperso y con una pequeñita iglesia. Las casas de esta población servían, en parte, como segunda residencia a vecinos acomodados de Barcelona y, en parte, como viviendas de pobres jornaleros. En la iglesia existía una imagen mariana dedicada a Nuestra Señora de la Bonanova, que sigue recibiendo culto en dicha parroquia, dedicada a los santos Gervasio y Protasio.
Continuaron su periplo trepando la montaña por un camino áspero, pasando por las ruinas de la antigua casa de diversión de los Condes de Barcelona, llamada de Bellesguart (que hoy alberga la Casa Figueras o Torre Bellesguard de Gaudí), por la buena vista que desde ella se tenía. Zamora disfrutó del panorama comiendo en la ermita de Belén, perteneciente al Hospital de la Santa Cruz, antes de proseguir la senda que le llevaría a la cima de la montaña, conocida por los marineros como el Toró de Serola, pero también como Collserola o Tibidabo por los naturales del país. Desde aquí contempló fascinado una hermosísima vista de todo el corregimiento de Barcelona, desde Mongat a Castell de Fels y la propia ciudad en la llanura y al fondo el mar.
EL CLOT, UNA ACERA DE CASAS
Como la sierra de Collserola divide el valle o la tierra de la marina o la costa, el viajero pudo descubrir otras magníficas vistas: toda la comarca del Vallés, la montaña de Montserrate, San Lorenzo del Mon y otros montes. De esta sierra salían las excelentes aguas que por medio de minas llegaban a los hogares de la ciudad condal. Zamora llegó hasta la fuente de la Tenebrosa, que aún existe, en la vertiente del Vallès, muy celebrada por la calidad del agua y por ser lugar de celebraciones. Después se dirigió al monasterio de San Gerónimo de Hebrón, del que hoy sólo quedan restos. Muy cerca de este monasterio vieron la Font Groga, existente aún, con aguas medicinales. Ya por la tarde regresó a Barcelona pasando por San Genís de Horta.
La segunda salida tuvo lugar entre los días 14 a 17 de mayo de 1785 y fue para conocer el monasterio benedictino de San Cugat del Vallès. Se desplazó en coche, tomando el camino de San Andrés de Palomar, distante a una hora de Barcelona. Todo el trayecto le satisfizo porque atravesaba un territorio muy bien cultivado, regado por la acequia Condal, que canalizaba agua del río Besòs hasta el centro de Barcelona. Pasó por el Clot, que era una acera de casas que aumentaban a diario, y el barrio de San Martín de Provensals. Su crecimiento se inició a partir de 1730, pues hasta aquella fecha sólo había colmenares, por lo que este terreno era conocido por el Clot de la Mel.
San Andrés de Palomar estaba situado en llano y era un lugar bastante crecido y acomodado, aunque no muy sano algunos veranos. En él estaban establecidas algunas familias gitanas y era un pueblo muy expuesto a horribles inundaciones provocadas por las rieras de los aledaños. Desde aquí llegó a Moncada, montaña aislada bastante elevada, por cuyas cercanías discurría el río Besòs, normalmente con poco caudal, pero con avenidas crecidas y temibles. El pueblo de Moncada le pareció pequeñito. Y desde aquí prosiguió hasta su destino, el monasterio de Sant Cugat del Vallès. Siguiendo el mismo camino, el 29 de marzo de 1786 Zamora visitó Matadepera y Tarrasa, y después se acercó a Sabadell, por entre pinares y viñas.
La siguiente salida, entre los días 27 de diciembre de 1786 al 5 de enero de 1787, fue un poco más larga, pues le llevaría a Mataró, Matadepera y Montserrat. Para llegar a Mataró tomó el camino que se estaba construyendo desde la “Puerta Nueva” hacia Francia, bordeando el Mediterráneo. Para Zamora la salida hasta el Besòs era una de las más hermosas de Barcelona, pues además de pasear entre álamos blancos y terrenos bien cultivados, se divisaban los prados de las fábricas de indianas que lo hermoseaban aún más. Tuvo que pasar el Besòs a vado. No obstante, el conquense consideró que sería indispensable construir un puente para evitar las avenidas, que cortaban muy a menudo su paso. Cruzó por el pequeño pueblo de Santa Coloma de Gramenet, situado a las márgenes del río, y, poco después, por la villa de Badalona, desde donde prosiguió su viaje hasta Mataró.
La quinta salida la llevó a cabo el 15 de mayo de 1787 para visitar el monasterio de San Gerónimo de la Murtra, distante cerca de tres horas en el término municipal de Badalona, entre montañas. El siguiente viaje ya fue algo más largo, pues le llevaría a conocer “Granollers, Vique, Olot, Camprodón, Puigcerdá, Berga y Manresa”, entre los días 13 de agosto al 11 de septiembre de 1787. Al salir de Barcelona pasó por la Torre de Romá, situada en una pequeña elevación, dominando el mar y la llanura, y con vistas excelentes desde Mongat a Monjuic. Desde aquí prosiguió su periplo que le llevaría a conocer buena parte de las comarcas pirenaicas.
En cambio, la séptima salida fue de un solo día, el 2 de diciembre de 1787, y le llevaría otra vez a Moncada, distante 2 horas y media de Barcelona y a cuyo pie discurría el río Besòs. Para acceder a la montaña tuvo que subir por una senda escabrosa. Desde aquí pudo divisar una gran extensión de territorio, hasta las montañas de Berga y Nuria, así como el Vallès y también una gran extensión de marina.
La octava salida fue para conocer el valle de Arán y Andorra, entre los días 12 de septiembre al 31 de octubre de 1788. Antes de salir de Barcelona se encaminó a la torre de Lladó, masía y finca importante situada en Sant Gervasi que perduró hasta mediados del siglo XX. En ella se hallaba su familia, de la que se despidió para continuar su viaje por una hermosa llanura, dejando a la izquierda el valle de Horta, poblado de casas de campo. Pasó por la rectoría de Rexach, Ripollet y Barbará antes de llegar a Sabadell. Y desde aquí siguió su camino hacia las comarcas pirenaicas.
UNA CURIOSIDAD INSACIABLE
Entre los días 21 al 24 de febrero de 1789, Zamora viajó a San Miguel del Fay. Volvió a coger la vía que le llevaría a Moncada. Aprovechó el relato para criticar lo perjudicial que estaba resultando el “fuerte Pío”, antiguo fuerte militar denominado Fort Pius, mandado construir por Felipe V en los terrenos que hoy día albergan la antigua estación del Norte. Así mismo, se muestra muy crítico por el estado miserable en que se hallaba el estrecho paso de “Moncada”, por uno y otro lado del cerro, resultándole vergonzoso que no se remediara estando como estaba a las puertas de Barcelona. La décima salida fue para viajar hasta Esparraguera y Montserrate, que le ocupó los días 29 de mayo a 3 de junio de 1789. En esta ocasión cogió el camino de Molin de Rey. Por último, la última salida descrita en el Diario es la del viaje al Ampurdán, entre el 9 de enero y el 6 de febrero de 1790. Como en anteriores ocasiones cogió la vía de Moncada y desde aquí tomó la ruta interior, siguiendo el antiguo camino real por Hostalric. La vuelta a la ciudad condal la realizó bordeando la costa del Maresme.
El relato de Zamora es una demostración de que fue un viajero incansable, curioso observador de cuanto descubría, interesado en conocer los cultivos, los monumentos, las costumbres, etc., y en darlo todo ello a conocer a través de su Diario. Si bien no nos ofrece apenas noticias de la Barcelona de finales del XVIII, sí que es un precioso testimonio por lo que respecta a las explicaciones que da de las poblaciones y lugares cercanos (Sant Gervasi, Sant Andreu del Palomar, Horta, Montcada, etc.), que con el tiempo han pasado a engrosar el término municipal de la ciudad condal o a formar parte de su área metropolitana.