Por si alguien dudaba que la ópera es un espectáculo total nada mejor que observar cómo se puede pasar de la ovación más contundente de la temporada a la soprano Marina Rebeka por su excelente interpretación en Norma a la bronca más estruendosa que se ha visto en el Liceu, al menos desde la reapertura de 1999, al equipo que ha perpetrado una producción tan presuntuosa como ofensiva, que aporta menos de lo que destruye.

La producción pertenece al artista residente y la realizó para la Royal Opera House en 2016. Entonces ya cosechó una división de críticas, predominando la confusión. Transporta la acción en el tiempo y el espacio, algo tan frecuente como, en general, insustancial. Norma, sacerdotisa que protagoniza cultos druidas en las colonias romanas de la Galia, aterriza en un entorno typical Spanish, cercano en el tiempo, lleno de crucifijos, militares, capirotes, empalaos y hasta un botafumeiro. A los ingleses, con un reparto mejor que el actual, les hizo algo de gracia, a mi poca e imagino que si se estrenase en el teatro de la Maestranza de Sevilla les haría ninguna.

No aporta nada convertir en cardenales a Norma y Adalgisa enamoradas del mismo hombre, todo ello en una escenografía que mezcla la misa con los capirotes de Semana Santa, sacerdotes con militares pseudofascistas e incluso introduce a unos niños uniformados de algún colegio como poco del Opus Dei. El segundo acto, el momento más trágico de la obra, comienza en un insulso escenario made in Ikea y la obra termina en un bosque de 1.200 crucifijos, o 1.500 según la entrevista, probablemente arrancados de ataúdes. Ya puestos, Norma podía haber cantado Casta Diva disfrazada de Obelix, en el fondo estaría más cerca del origen de la obra que disfrazada de cardenal.

OFENDER SIEMPRE AL CRISTIANISMO

Demasiada simbología sin otro objetivo que ofender. Eso sí, siempre hay que ofender a los cristianos. A nadie se le ocurre ir a Oriente Medio a meterse con el Islam. O a Jerusalén para burlarse del judaísmo. Obviamente el budismo, el taoísmo o el hinduismo son intocables, todo es espiritualidad. Sin embargo ofensas de proximidad todas porque nunca tienen respuesta.

Una escena de la ópera 'Norma', en el Liceu / LICEU

La producción tiene momentos estéticamente bonitos, no hay duda, pero en general prima la provocación cuando no la ofensa y el espectador pierde la profundidad dramática de la obra distraído por los fuegos de artificio escénicos, especialmente en el primer acto. No es, ni mucho menos, lo peor que se ha visto en el Liceu en este año, aunque sí se ha llevado la bronca mayor, supongo que por el hartazgo del público. Claro que el año que viene no pinta mejor, Alagna y Kurzak se bajaron hace poco de la producción de Tosca del año que viene por ser demasiado transgresora. Alagna declaró “No quiero ser rehén del mal gusto”. Eso es lo que nos invade, mal gusto que bien parece que aspira a expulsar al público y patrocinadores de las butacas no se sabe con qué finalidad. ¿Alguien ha preguntado al patrocinador de esta obra qué opina? Lo dudo.

Acaba la temporada operística siguiendo la tradición de todo el año, un reparto con remedos por ausencias de los contratados inicialmente. El protagonista masculino, Pollione, lo interpreta Riccardo Massi en lugar de Paolo Fanale y Sonya Yoncheva solo aparece cuatro días y, curiosamente, en el segundo reparto. Nos deja, eso sí, a su marido en la dirección de orquesta.

En el primer reparto Norma la interpreta Marina Rebeka, en el segundo Sonya Yoncheva y cuando su agenda no se lo permite, la tarraconí Marta Mathéu, seguro que aprovecha la oportunidad. Aunque la más popular con diferencia es la Yoncheva es curioso que participe en el segundo reparto. Rebeka ha cantado el exigente papel más veces y, la verdad, solo se puede aplaudir a la letona, lo hace magistralmente. Lo mismo que a la armenia Varduhi Abrahamyan en el papel de Adalgisa. Las dos tienen momentos más que brillantes, a pesar de las evidentes molestias que le producía el alzacuellos a la armenia.

¿HORARIO PARA IR A LA ÓPERA?

Ricardo Massi es un habitual de teatros del nivel del Liceu. Lo hace bien, pero dista mucho de ser una estrella mientras que el programado Paolo Fanale si que ha cantado, y cantará en breve, en teatros de primera como el Metropolitan. Son demasiadas veces las que se nos han caído artistas habituales de los grandes teatros. No creo en las casualidades sino más bien en que puestos a quedar mal con alguien se queda con el más débil. Ese es el nivel real del Liceu, un teatro no solo en otra liga que la ROH o el MET sino claramente ya por debajo del Teatro Real o la Scala de Milano.

Y como ocurre con los equipos de fútbol, o subimos pronto de división o estaremos condenados a ser un teatro de tercera por los restos y veremos a las estrellas solo en recitales, y eso si tenemos suerte. El programa de la próxima temporada no aventura nada bueno, más bien al contrario.

Un final coherente con la temporada, bien la orquesta y coros, algún cantante muy bien, en este caso Rebeka, Abrahamyan e incluso Testé, que borda el papel de Oroveso a pesar de salir de una laringitis, el resto justito y la producción incoherente. Por cierto, nada se sabe del Liceu a la fresca y ya se ha institucionalizado comenzar a las 19:00, será que trabajar por la tarde es incompatible con ir a la ópera.

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