De vuelta de su primer viaje a París, Benito Pérez Galdós llegó por primera vez a Barcelona a fines de septiembre de 1868, y fue en esta ciudad donde conoció la noticia del triunfo de la Revolución de la Gloriosa que derribó a Isabel II. La capital catalana era una fiesta “de alegría, de expansión de un pueblo culto”, recordó en sus Memorias de un desmemoriado: “Toda España está ya en ascuas, Barcelona, que siempre figuró en la vanguardia del liberalismo y de las ideas progresivas simpatizaba con ardorosa efusión con el movimiento”. 

Muy pronto tomó conciencia de que su europeísmo no era compatible con el emergente regionalismo hispánico. En su correspondencia con su admirado Narcís Oller le animaba a que dejase el catalán como lengua literaria. En mayo de 1884 recibió la obra completa de este novelista barcelonés y al comentarle La Papallona le insistió que era “un verdadero crimen que usted no haya escrito este libro en castellano (…) después de haber rendido al exclusivismo local el tributo de la propiedad”. El 14 de diciembre le respondió su amigo Oller: “Escribo la novela en catalán porque vivo en Cataluña, copio costumbres y paisajes catalanes y catalanes son los tipos que retrato (…) ¿No cree usted que el lenguaje es una concreción del espíritu?”. La respuesta del canario se hizo desde el respeto, la ironía y el convencimiento de que el catalán, personal y culturalmente, tenía que abrirse a España y a Europa: “Si en esta carta hay algún concepto que le lastime como catalán, téngalo por no dicho. No transijo ni transigiré nunca con la literatura regional; pero a usted le quiero y la admiro mucho, y le tendré siempre por amigo”. 

AMISTAD CON ESCRITORES CATALANES

Su amistad con escritores catalanes y su interés por la cultura catalana le mantuvo siempre en contacto con Cataluña y, a partir de la década de los ochenta, le hizo matizar sus diferencias y suspicacias respecto al regionalismo. Su opinión ya más favorable hacia el regionalismo catalán la expresó con todo detalle en un artículo publicado en La Prensa el 16 de septiembre de 1886: “Es fuerza reconocer que cuanto los barceloneses dicen en contra de la centralización, tiene fundamento de verdad; porque en Barcelona hay grandes iniciativas en todos los órdenes, y estas iniciativas están ahogadas por la intromisión de la metrópoli en todos los asuntos. Eso de que no se pueda en Barcelona abrir una calle, ni acometer una alcantarilla, ni levantar un edificio sin acudir a las oficinas de Madrid, donde tanto se enredan y eternizan los asuntos, es una cosa que clama al cielo. Como he dicho antes, la centralización es absurda tratándose de Barcelona, y de esta tiranía administrativa provienen quizás las quejas de aquel industrioso pueblo”. 

En un artículo posterior de 15 de julio de 1888 entró en el polémico debate sobre el proteccionismo que tanto favorecía a la manufactura catalana: “El clamor de los catalanes ante la amenaza constante de la baja de aranceles es muy natural en un país cuya riqueza se ha ido formando amparada del sistema proteccionista. Y aun se explica que después que la industria catalana ha aprendido a andar sola, siga clamando por los andadores, por esa timidez propia de las sociedades ricas”. De lo que no dudaba Galdós era de la aptitud del catalán respecto al trabajo industrial y de la ineptitud de los castellanos, ocasionada, según él, por una deficiencia educativa y por circunstancias históricas y geográficas. Para Galdós en Barcelona no había más que “una aristocracia, la del dinero, amasado laboriosamente en el comercio y la industria (…) que prefiere por lo común las comodidades domésticas a la ostentación pública”. Su visión comparativa con Madrid respecto del resto de grupos sociales resultaba muy favorable hacia los barceloneses, mucho más trabajadores y menos violentos. Afirmaba, por ejemplo, que el sangriento espectáculo taurino -“escuela constante y cátedra siempre abierta de barbarie, insolencia y crueldad”-, no apasionaba tanto en Barcelona como en Madrid, y aseguraba que en la ciudad condal se podían suprimir radicalmente las corridas “sin que nadie las echara de menos”.

El escritor Benito Perez Galdos

En mayo de 1888, Galdós viajó a Barcelona para asistir, en calidad de diputado, a la inauguración oficial de la Exposición Universal. Vivió momentos extraordinarios. Fue invitado a comer con la reina regente y el rey Óscar de Suecia. Le fascinaron las escuadras internacionales de barcos expuestos en el puerto (acorazados, torpederos, cruceros…) con todo el colorido de banderas y uniformes y el estruendo de los cañones. Y anotó el simpático comentario que el duque de Edimburgo dirigió a la reina Cristina: “Ya no hay temor a la conflagración naval europea, porque toda la pólvora que teníamos preparada para la guerra la hemos gastado en honor de vuestra majestad”.

BARCELONA, UNA DE LAS CIUDADES MÁS HERMOSAS

En este viaje Barcelona le cautivó completamente: “Una de las más hermosas ciudades de Europa (…) una de las más bellas del Mediterráneo, de apacible clima, hospitalaria, ciudad en la cual la vida es fácil, cómoda y barata, y cuyos habitantes tienen el doble mérito de saber trabajar y de saber vivir”. En esta crónica dio también su opinión sobre enclaves como la plaza de Sant Jaume, donde no le gustó nada la nueva fachada del Ayuntamiento (“un pegote”), mientras le encantó el Saló del Consell de Cent “que es uno de los recintos más grandiosos que en parte alguna existen”. Fue muy crítico con los últimos añadidos en la Catedral que eran “superfetaciones y bárbaros remiendos de los siglos XVII y XVIII”.

Barcelona había experimentado un gran cambio tras el derribo de las murallas. Ante el nuevo paseo de Gràcia, Galdós exclamó: “Incomparable avenida, que pronto había de rivalizar con las mejores de Europa”. En este viaje encontró una ciudad muy animada con sus tranvías americanos, los ferrocarriles a vapor de cercanías, o el alumbrado eléctrico que no había “ciudad alguna en Europa que con mayor ni aún igual profusión lo posea”. La Exposición supuso una importante renovación arquitectónica en el paseo de Sant Joan y la Ciutadella: “Lo que fue prisión de innumerables presos políticos es ahora mansión de alegrías”. Los nuevos edificios le llamaron poderosamente la atención: los Palacios de Bellas Artes, de la Industria, de Ciencias, de las Colonias, de Minería y de Agricultura, la Sección Marítima, el Umbráculo, el Restaurant (Castillo de los Tres Dragones -actual Museo de Zoología-) o el Gran Hotel Internacional, con ochocientas habitaciones y levantado en tan sólo cincuenta y tres días, obra modernista de Lluís Domènech: “En ningún país y en ninguna edad se ha visto surgir del suelo un monumento de esta magnitud en tan poco tiempo. La perseverancia, el ardor, la fe y el tesón de la raza catalana se muestran claramente en este fenómeno inaudito de actividad”.

PRESTIGIO ENTRE LOS LECTORES BARCELONESES

El éxito de la Exposición había demostrado, según el escritor canario, que el catalán “cuando llega la ocasión, sabe gastar sus ahorros y deslumbrar a sus huéspedes, haciendo gala de tanta esplendidez como inteligencia”. El progreso de España no se podía entender sin “la aproximación moral de Madrid y Barcelona”, aunque Galdós reconocía que los catalanes tenían razón en sus críticas “en lo que toca a la centralización administrativa”. Durante esta estancia Narcís Oller le invitó a comer en su casa, donde pudo compartir mesa con su amiga y amante Emilia Pardo Bazán, el crítico Yxart y “tal vez algún otro compañero”. El novelista y dramaturgo español era el que gozaba de un enorme prestigio y fama entre los lectores barceloneses.

A comienzos de mayo de 1896, Galdós escribió a su amigo Oller anunciando su inminente viaje a la ciudad: “El próximo verano, Dios mediante me daré el gustazo de pasar unos días en la incomparable Barcelona”. Y así fue, el 25 de junio el escritor llegó con la compañía de teatro que estaba representando Doña Perfecta. Fue todo un éxito que coincidió también con la reposición de Los condenados. La crítica teatral, según Adolfo Sotelo, fue muy elogiosa con el autor, hasta el punto de que encontraron muchos puntos “de aproximación entre el ideario galdosiano y el cosmopolitismo y la modernidad barcelonesas”. En este viaje tuvo ocasión de visitar a su admirado mossèn Cinto Verdaguer, acompañado de su amigo Oller. Dio noticia de este encuentro en un artículo en La Prensa en 1902, a raíz de la muerte del polémico escritor catalán. En este texto alabó a Verdaguer –“el cerebro mejor equilibrado que podía concebirse”- por su juicio sereno, a pesar de estar acusado de estar loco por la jerarquía eclesiástica por su “modo de vivir evangélico”. 

El Gran Hotel Internacional de Barcelona

 

Volvió a la capital catalana a fines de junio de 1903, con la excusa de vigilar los ensayos de Mariucha, que se estrenó el 16 de julio con gran éxito en el Teatro Eldorado. Como recuerda Yolanda Arencibia, Galdós “hubo de salir a saludar cuatro veces, y a la salida del teatro miles de personas le esperaban para ovacionarle”. Se reencontró con sus amigos y fue testigo de primera mano de los disturbios y huelgas contra patronos y Gobierno. Paseó por la Rambla y recordó su primera visita en 1868: “Viéndola hoy, paréceme que nada ha cambiado en ella, y que su animación bulliciosa de hace treinta años era la misma que actualmente le da el continuo trajín de coches y tranvías”. Y al subir por Gran Vía, paseo de Gràcia y rambla de Catalunya observó que por estas avenidas y paseos los cambios habían sido tantos que “nos deslumbran y fascinan, pasándonos por los ojos la vida fastuosa y un tanto dormilona de los millonarios de hoy”.  

'MARIANELA', CON MARGARITA XIRGU

Sus contactos con Barcelona fueron frecuentes y, aún más activos con la llegada del cinematógrafo. Será en la capital catalana donde se lleve al cine algunos de sus textos como El abuelo, adaptado como La duda fue dirigido e interpretado por Domènec Ceret y producido por la catalana Studio Films en 1916. Viajó a Barcelona en abril de 1917 para asistir al estreno en el Teatro Novedades de Marianela, interpretada por Margarita Xirgu. Estuvo durante un mes y, aunque apenas salió del Hotel Continental en la plaza de Cataluña donde estaba alojado, fue agasajado en numerosas ocasiones. El pintor y dramaturgo Santiago Rusiñol le entretuvo muchas tardes improvisando coros de sardanas y canciones populares. Muy comentada fue la fiesta del 16 de abril que organizaron sus amigos en su honor y a la que asistieron el escritor Àngel Guimerà, el citado Rusiñol, el dramaturgo Adolfo Marsillach [abuelo], y los compositores Jaume Pahissa, Francesc Pujol y José Serrano, entre otros. Todavía tuvo fuerzas en junio de 1918 para desplazarse una última vez a la capital catalana, con ocasión del estreno de Santa Juana de Castilla, obra teatral protagonizada también por la Xirgu, que comenzó a escribir el año anterior, precisamente en el Hotel Continental. 

Apenas un año y medio más tarde, el 4 de enero de 1920, moría el liberal republicano don Benito, cansado y ciego. Su éxito como novelista y dramaturgo había sido clamoroso, y aún más en su amada y admirada Barcelona, pero su apuesta por una tercera España, más crítica, culta y libre, iba a reventar en mil pedazos.

Noticias relacionadas