Comienza la segunda temporada del 175 aniversario del Liceu (todo sea por las exenciones fiscales) con una ópera bufa de Donizetti, Don Pasquale, con un reparto nacional casi al cien por cien. Si a esto le unimos que en el photocall del día de la inauguración de la temporada hubo más políticos que presidentes de las grandes compañías que patrocinan el teatro, tenemos la confirmación de dónde está nuestro teatro, en segunda división, ahora cerrado con unas magníficas verjas de Jaume Plensa para evitar que duerman en su porche demasiados indigentes y preparándose para la debacle que se avecina con las obras de las Ramblas.
El resultado no obstante es más que correcto con dos claras debilidades, la escenografía y la dirección de orquesta. La producción, a pachas entre la ópera de París, la de Londres y la de Palermo, es minimalista y simple, no molesta para nada a pesar de seguir la manía de la descontextualización temporal, aunque tampoco aporta en exceso. Pero el problema fundamental de esta producción es que, sobre todo en la primera parte, juega en contra de los cantantes al no contar con casi ninguna pared vertical lo que hace que la voz no se proyecte lo suficiente. Si a esto le unimos que a Josep Pons no le gustan este tipo de óperas y tiende a llevar la orquesta a todo volumen como si de Wagner se tratase, nos quedamos con unos cantantes y un coro a los que se les oye a duras penas al estar tapados por la orquesta. No hay derecho al maltrato que somete la orquesta a los cantantes, más que correctos por otra parte.
Los cantantes están bien, o muy bien. Pero un teatro de primera categoría nunca comenzaría la temporada con una ópera bufa y sin una estrella internacional. Si queremos comenzar con locales. al menos hagamos de la necesidad virtud, digámoslo y usemos la cantera del concurso internacional Tenor Viñas, hagamos algo diferente si no podemos hacer lo evidente.
La tarraconense Sara Blanch estuvo muy bien, como siempre, aunque su tesitura de soprano ligera no le ayudó a luchar contra los elementos. Actúa muy bien y se luce en los primeros planos de las tomas de video. Alegre, con chispa, pícara, expresiva... gran actriz y mejor cantante, sobre todo cuando la orquesta está callada. En cualquier caso, quien lleva su carrera tiene que pensar si le conviene limitarse a ser “nuestra soprano” o es mejor aspirar a codearse con grandes estrellas internacionales y viajar más. Ser una referencia en el Liceu y en Catalunya está bien, pero más pronto que tarde va a echar de menos cantar con estrellas.
EXCELENTE FRASEO
El vasco Xavier Anduaga es quien mejor se sobrepuso a la orquesta. La pena es que en esta producción la bellísima aria Com’è gentil se canta íntegra fuera del escenario y, por tanto, se oye poco. Ya es mala suerte que para una vez que la orquesta no molesta el cantante esté entre bambalinas. Anduaga es insultantemente joven, 27 años, y sin embargo ya ha pisado varios teatros de renombre, entre ellos el London Opera House el pasado mes de mayo con la misma producción. Sin duda un tenor a seguir con muchísimo recorrido.
El bajo-barítono zaragozano Carlos Chausson con sus 72 años se encuentra en el otro punto de su carrera, al final. Especializado en ópera italiana, más que cumplió en su papel, cuando Pons le dejó, claro. Excelente su fraseo rápido, una de sus especialidades. Imagino que pronto dejará los escenarios, al menos en óperas completas. Solo por aprovechar la oportunidad de verle merece la pena acudir al Liceu.
Finalmente, el barítono polaco Andrzej Filonczyk, compañero de Anduaga en la ROH hace unos meses, cumplió, aunque fue el que menos brilló de los cuatro.
El coro apareció poco y la mitad del tiempo ahogado por la orquesta, lo mismo que sucede con el resto de los cantantes.
Una ópera interpretada más que correctamente si no fuese por cómo perpetra la dirección de orquesta Josep Pons, insensible a las necesidades de cantantes y coro. Aunque la teoría dice que la orquesta la debe dirigir el director musical del teatro en la primera ópera de la temporada, en este caso no ha sido un acierto.