Visitar La Modelo, la famosa cárcel de Barcelona que cerró en junio de 2017, se revela como una de las actividades favoritas de los barceloneses para pasar un buen fin de semana en la ciudad. Es un planazo que no sale en las guías turísticas pero que merece mucho la pena.
Hubo que esperar al verano de 2018 para acceder a La Modelo con visitas libres y en octubre para las guiadas. Desde entonces, miles de barceloneses se han adentrado en un espacio que trasciende lo arquitectónico para convertirse en uno de los edificios con más memoria histórica de Catalunya. Este medio ha visitado la cárcel en primera persona para saber qué es lo que la hace tan especial.
ENTRAMOS EN LA MODELO
Arnau Simón es profesor de historia en un instituto, pero en su tiempo libre es uno de los guías en La Modelo. Nos recibe en la pequeña plaza que hay nada más entrar a la cárcel, en la calle de Entença. Explica que es el mismo lugar por donde ingresaban los presos. La visita empieza fuerte, pero lo más interesante se encuentra al cruzar la segunda puerta.
Mientras nos adentramos en un largo pasillo, la luz se vuelve cada vez más tenue. Solo vergonzosos rayos de sol entran desde las altas ventanas que los presos no podían llegar a tocar.
A lado y lado del pasillo hay puertas, aunque cerradas, en las que se puede leer qué se hacía en su interior: enfermería, metadona, comunicación, biblioteca... . La que más llama la atención a los visitantes es la segunda. "Muchos de los internos tenían síndrome de abstinencia, lo que popularmente se conoce como el mono de droga. Se volvían muy violentos y los enfermeros les administraban metadona para que se relajasen", explica Arnau. En otras palabras: los presos pedían droga a gritos para poder sobrellevar el vivir en una de las prisiones más duras de España.
EL PANÓPTICO
La vigilancia era el emblema de La Modelo y el panóptico su símbolo. Después de cruzar el largo pasillo se nos presenta imponente "el ojo que todo lo ve", como decían los presos. Un gran silencio inunde la gran sala, con una cabina central. Desde aquí se controlaban las seis galerías, el espacio más relevante de la prisión porque es donde se encuentran las celdas.
El hecho de que La Modelo se construyese en forma de panóptico permitió que los guardias controlasen a los presos sin que estos supiesen que estaban siendo, en todo momento, sujetos de observación. Así pues, la cárcel se presta a muchas lecturas, pero la que más prevalece no solo es la falta de libertad, sino también de intimidad
LAS CELDAS
Nos adentramos en un par de galerías, la primera de ellas la cuatro. En las celdas abiertas aún se conservan muchos de los escritos y dibujos que hacían los presos en las paredes que nos permiten imaginar qué -o en quién- pensaban.
Cada una de las galerías tiene tres pisos de altura. Lo que más llama la atención es la malla que se sitúa en el segundo nivel. "Esta malla se utilizaba para evitar intentos de suicidio", explica Arnau. En La Modelo, los suicidios empezaron en 1904, el año en que se inauguró. Las autoridades del momento seguían lo que se llama como la teoría del aislamiento celular, una técnica descrita por muchos como inhumana. Los responsables de las cárceles dejaban incomunicado al preso durante toda su estancia en prisión. Podían pasar meses e incluso años. Por aquel entonces se creía que los internos aprovecharían la soledad para reflexionar y que saldrían a la calle totalmente reformados, aunque el resultado fue más bien lo contrario.
En acceder a las celdas la soledad se agudiza y llega la angustia. Se puede notar -por suerte solo unos segundos- el sentimiento con el que los internos convivieron durante muchos años de su vida.
Pasaron los años y el modelo de incomunicación se eliminó, "algo que vino como anillo al dedo" a los dirigentes de la prisión, explica el guía. La capacidad de La Modelo era de 820 celdas, cada una de ellas para un solo interno. Sin embargo, las autoridades empezaron un proceso de masificación hasta llegar a la increíble cifra de 14.000 presos en los tres años posteriores a la Guerra Civil. "En cada celda había entre ocho y 10 presos, algo realmente asfixiante", recuerda Arnau.
Salimos a uno de los patios y sentimos la misma liberación que seguramente también apreciaban los presos. Todavía se conservan, desgastadas, las líneas de un campo de baloncesto pintadas en el suelo. Lo que no se conserva son las redes en la parte superior del patio que evitaban que los internos no pudieran escaparse.
LA QUINTA GALERÍA, MÁXIMA SEGURIDAD
Visitamos la quinta galería, donde estaban los presos más peligrosos. "En las celdas, los internos se pasaban 23 horas encerrados. Es lo que es llama como celda de aislamiento", asegura el guía.
Para estremecernos aun más, Arnau cierra con fuerza la puerta de una de las celdas y se escucha un fuerte ruido que deja a todos los visitantes helados: es realmente el sonido de la cárcel. Si uno cierra los ojos se siente como un interno más.
LOS INTERNOS
Por esta cárcel pasaron diferentes tipos de presos. Según explica Arnau, convivían el preso común, el preso político y el preso social. Estos últimos eran, sobre todo, homosexuales. Para entenderlo hay que retroceder hasta 1933 con la Ley de Vagos y Maleantes. La ley castigaba comportamientos considerados antisociales, aunque con la dictadura franquista se utilizó para reprimir a colectivos. "Un visitante nos explicó que estuvo encarcelado en La Modelo de 1974 a 1975 por llevar el pelo muy largo", asegura el guía. En democracia, la mayoría de internos pasaron a ser comunes y el delito más habitual era el tráfico de drogas.
Por La Modelo han pasado personas muy conocidas, que forman parte de la historia de la ciudad. El Vaquilla o Salvador Puig Antich son dos de los más populares.
EL VAQUILLA, HISTORIA DE UN MOTÍN
Juan José Moreno, conocido como El Vaquilla, ingresó por primera vez en La Modelo con tan solo 15 años y pasó gran parte de su vida entrando y saliendo. En 1984 protagonizó uno de los mayores motines para pedir al director general la entrada de droga en la cárcel. Después de seis horas, El Vaquilla consiguió lo que pedía: heroína.
SALA DE PAQUETERÍA, LUGAR DE EJECUCIÓN
La visita termina en la sala de paquetería. Debería ser una sala normal, pero no lo es debido al simbolismo que tiene. Allí se produjo la ejecución de Puig Antich con uno de los métodos más crueles jamás utilizados: el garrote vil. Fue la última ejecución política en España de este tipo. "Decidieron ejecutar a Puig Antich en la sala de paquetería porque queda muy lejos de las galerías y así poder evitar motines", detalla el guía. En el suelo falta una de las baldosas justo en el punto donde se produjo la ejecución. En ella se ven pétalos de rosa secos que alguien, en su día, puso para honrar la memoria del joven anarquista.